CARTA ABIERTA A ESTA MUJER
BRILLANTE QUE HA ENCONTRADO AL FIN UNA APLICACIÓN ÚTIL A LA DEMOCRACIA
PARTICIPATIVA.
Querida Ministra de Empleo y Seguridad Social del Gobierno de España:
PD: Usted, señora, y el ministro Margallo, merecen que Rajoy, a la vuelta de vacaciones, los condecore con alguna orden distintiva de méritos acumulados en el servicio patrio. Demuestran que en la vida de un país hay algo más que unas líneas garrapateadas en un papel arrugado. La delación anónima y un enemigo ancestral que nos robó un pedrusco improductivo en el Estrecho de Gibraltar, por ejemplo.
Querida Ministra de Empleo y Seguridad Social del Gobierno de España:
Deseo que al recibo de estas letras goce
usted de un buen estado de salud en unión de su familia. Yo, bien, a dios
gracias.
Y ahora, con los debidos
respetos a su cargo y dignidad, amén de a su porte de mujer de verdad, de las
de antes, paso al motivo de esta carta.
Le agradezco, no sabe usted hasta qué
punto, la oportunidad que nos otorga a los ciudadanos de colaborar en la lucha
contra el fraude, denunciando a los desalmados que, aprovechando el tsunami de
liberalización y la indefensión en que la reforma laboral de su partido ha
dejado a los trabajadores, no tienen otra alternativa de supervivencia que
aceptar las caritativas propuestas de sus empresas que pasan por el despido
simulado y trabajar el mismo número de horas que antes trabajaban, pero
ahorrando las cotizaciones de la empresa a la Seguridad Social y compartiendo
el salario con las prestaciones por desempleo, dure el tiempo que dure.
La cruel alternativa, en caso que el
desalmado trabajador no transija, es el paro y quedar señalado con la cruz para
no ser llamado de nuevo cuando las condiciones mejoren, si alguna vez mejoran.
De ese tipo de desalmados conozco infinidad. Puede que alguno de mis
hijos haya recibido esa propuesta caritativa y noble.
Conozco a otros desalmados que se prestan
a trabajar jornadas de catorce horas diarias con un salario mensual de
cuatrocientos euros, y un contrato oficial, por el que se cotiza a la
Seguridad Social, de dos horas diarias.
Los hay aún peores. Hay quien
acepta trabajar sin contrato de ningún tipo, personas capaces de cualquier
atrocidad, como anteponer el hambre a la dignidad, y hurtar al Estado, como
quien no quiere la cosa, las legítimas cotizaciones de la Seguridad
Social. Mala ralea, desde luego.
Pero los peores, los más innobles con el
Estado, se encuentran enmascarados en un grupo de terroristas laborales a los
que denominan becarios. Esa gente es realmente perjudicial, porque pásmese,
señora ministra, que usted con sus ocupaciones no tendrá ni noticia de estas
actitudes inconfesables, esta gente, para dañar las finanzas del Estado y
no por otra causa, acepta incluso trabajar sin cobrar.
Cuesta creerlo, pero es cierto.
Estamos rodeados de trabajadores desalmados que defraudan al Estado. Hay que
aplicar la autoridad moral de la que su gobierno anda sobrado, porque es sabido
que son estos bandidos del sistema los que han originado esta crisis duradera;
son ellos los que han cavado la tumba donde su gobierno no ha tenido otro
remedio que sepultar el Estado del Bienestar. Y hay que decirlo alto y claro,
como hace usted cumpliendo con sus obligaciones de ministra del gobierno de
España. Son ellos los enemigos declarados de nuestro estado de derecho. Son
ellos lo peor de la herencia recibida. ¡Al paredón, por tanto!
En
cuanto mis múltiples ocupaciones me den tregua entraré en el formulario del
chivato que su Ministerio ha dispuesto sabiamente, y de forma anónima y
solidaria, iré desgranando la infinidad de casos fraudulentos que conozco y que
afectan a familiares, conocidos y amigos. Dios podrá perdonarlos, pero
será en la otra vida; apoyo sus justísima propuesta. Cualquier trabajador
que defrauda al Estado no merece perdón, al menos en esta vida. Por cierto,
admirada señora, oportunísima la idea de recuperar añejas tradiciones; eso de
la denuncia anónima me trae una inevitable evocación de sambenitos, capirotes,
juicios de dios, sótanos oscuros y potros de torturas. Un lujo histórico
reivindicar algo tan nuestro como la nunca bien ponderada Santa Inquisición. Me
gusta. Casi tanto como su valentía para solicitar la ayuda de esa virgen que
llaman La Reina de la Marismas para acabar con el paro. Eso tiene un nombre,
señora ministra. Valentía. Hay que ser muy valiente para hacer eso en los
tiempos que corren. Pregúntele a Rouco; él me dará la razón en cuanto a
los peligros que se ciernen sobre las personas de fe en estos tiempos en
que proliferan blasfemos y descreídos. Gente más informada que yo, entre los
que se cuenta algún purpurado de la Iglesia, afirma que pronto se producirá el
advenimiento de una nueva era de martirios.
Entretanto, y no me refiero al
advenimiento de los martirios como usted comprenderá sino a la tregua de mis
ocupaciones, le propongo que vaya entrenando a su CSI del fraude laboral con
algún caso que me resulta llamativo. Hay por ahí un tal Luis Bárcenas Gutiérrez
cuya situación es exactamente la contraria. Tras despedirlo su empresa, le
siguieron pagando un salario generoso y siguieron abonando a la Tesorería de la
Seguridad Social sus cuotas de afiliación.
Sí, señora ministra, la comprendo. Usted
pensará que mucho mejor nos iría si todas las empresas hicieran lo mismo con
las personas a las que despiden. Por eso mismo resulta algo extraña la
generosidad de la citada empresa. En su pellejo, yo investigaría. No le resultará
difícil encontrarlo. Por lo que sé se ha afincado en Soto del Real y me
aseguran que no tiene la más mínima intención de moverse de allí durante algún
tiempo. Le daré algunos datos para animarla a empezar por ahí mismo su campaña
de acoso legítimo a los defraudadores laborales. El tal Bárcenas, y no es el
único, entra en esa categoría laboral incontrolable que podíamos llamar
comisionistas, de los que aprendieron en la escuela aquella cantinela de la
suma "... diez y me llevo una...". Debieron creer que no era una
operación matemática, sino una norma de comportamiento, y hasta hoy. Y a éste
ha debido irle de fábula, porque amasó de comisiones un escalofrío de cifra, pásmese,
¡cuarenta y dos millones de euros le han encontrado repartidos en diversas guaridas
de los llamados paraísos fiscales! Por ahora. Es una buena punta para
desentrañar ese ovillo enrevesado. Si el comisionista acumuló esa cantidad,
¡figúrese lo que habrá en la cuenta principal! Un tesoro, por el que
seguramente nadie ha cotizado ni un céntimo. Le doy un dato fidedigno. Otro
notable comisionista de ese mundillo infame al que pertenece ese Luis Bárcenas
que le digo, un tal López Viejo del que podría pedir referencias a su
compañera, que no sé si amiga, Esperanza Aguirre, era conocido como el
"viceconsejero diez por ciento". Esa era su parte en cada factura que
autorizaba pagar con dinero público a un tal Correa, del que usted no habrá
oído hablar seguramente, porque la gente de bien no tiene tratos con maleantes.
Debió aplicar la cantinela de las sumas infantiles. Se diría "si de diez
me llevo uno, simplificando para no enredarse con las pequeñas cantidades, ¡de
cien, me llevo diez!". Supongo que de ahí el nombre, porque la sabiduría
popular no sería tal si le faltara precisión al motejar.
Esta gente del oficio se conoce y
comparte los métodos. Ninguno quiere ser menos que el vecino. Así que yo estoy
por asegurar que ese Luis Bárcenas se llevó también el diez por ciento, por lo
menos. Haga números. No me diga que no es un buen comienzo. Probablemente esa
contabilidad tan oscura no esté ni en la letra B de Bárcenas. Habría que
empezar por la A y habría que llegar hasta la Z. No, no me sea maliciosa; no he
dicho desde la A de Aznar hasta la Z de Zaplana. Esas son ocurrencias
peregrinas, mujer.
Pero le aviso ¡Cuidado con Luis Bárcenas!
Tiene trazas de chulo tabernario, de matón bragado y muy pagado de sí mismo.
¡Y, sobre todo, cuidado con las notas que toma! Son temibles. Y puestos a
cuidarse, cuídese de su boca; su saliva venenosa, como la de escuerzo,
contamina lo que toca. Ha mancillado, incluso, la honorabilidad del presidente
de gobierno. Así que imagine lo que puede hacer con sus ministros.
Sé que le propongo un trabajo complejo
para empezar esta campaña tan admirable como útil. No olvide que un gobierno es
un simulacro muy logrado de lo que suele ser un equipo. Pida ayuda. A Montoro,
por ejemplo. Estoy seguro de que ese ministro eficaz, de discurso brillante,
estará encantado de ayudarle en cuanto encuentre una explicación razonable a
ese misterio del número 14 de un DNI con malísima sombra que se le ha cruzado
en el camino.
Y ahora que hablamos de Montoro, querida
Fátima si me permite la familiaridad, habrá personas dadas a la maledicencia
que quizás intentarán desprestigiar su sana iniciativa con afirmaciones tales
como que cualquier decisión de gobierno basada en la delación está bajo
sospecha, trufada de intereses personales, y que resulta innecesaria porque las
leyes establecen elementos legítimos de control para los ciudadanos que
incumplen las leyes. Esas mismas personas, -y por eso la referencia a Montoro-,
dirán también que si Hacienda contara con efectivos similares a los de otros
países europeos y se desmontaran en el Parlamento las leyes que protegen a los
grandes defraudadores, quizá usted pudiera ahorrarse las molestias de atender
ese correo del chivato. Y su vida sería más llevadera. Hasta es posible que lo
fueran las nuestras. Perdóneme por mezclar a los grandes defraudadores con esta
chusma laboral. No hay color. Ya sé que los grandes defraudadores actúan en
legítima defensa frente al Estado ladrón que pretende apropiarse del fruto de
sus esfuerzos. Ya sé que los grandes defraudadores son también los grandes
creadores de riqueza sobre la que se asienta el progreso de los países.
Perdóneme la digresión inapropiada.
Esas personas propensas a la
maledicencia le dirán también que la justicia derivada de la actuación de los
funcionarios públicos es más limpia, más objetiva, más profesional, más
equilibradora de los desajustes que la ambición humana va provocando en
nuestras vidas. Y le dirán, aunque le pueda parecer exagerado, que los
funcionarios públicos son, en general, la única conciencia limpia del Estado. Y
le dirán, para convencerla, que compare de un vistazo qué proporción de
funcionarios públicos, siendo esta la ocupación de tantísimas personas, hay
encausados por prevaricación, cohecho o abuso de posición; y que luego,
mire la proporción de los políticos involucrados en casos de corrupción.
Pero, usted no haga caso. Usted pasará a
la historia. Su formulario del chivato, la delación anónima del vecino, es una
gran aportación de su Ministerio a la democracia participativa. Para que luego
digan. Persista, porque está en el camino que nos sacará del atolladero en el
que el denostado Zapatero nos dejó.
No quisiera abusar de su precioso
tiempo. Así que me despido deseándole lo mejor, como que esa inexplicable
confusión teológica que ustedes llaman "la blanca paloma",
confundiendo a la madre carnal de la segunda persona con la tercera persona del
dios uno y trino, a la que también llaman el paráclito, y que bajó por
Pentecostés, no recuerdo ya si como paloma o como dragón con lengua de fuego,
le conceda esa tregua en las estadísticas del paro que tanto necesita su
gobierno. Deseo que al menos, en ese galimatías de personas entremezcladas con
palomas y confundidas entre sí, encuentre a la adecuada para dejarle su
encargo. En cualquier caso, recurra a Rouco para que le preste ayuda. No será
un abuso de confianza. Le paga Hacienda; es un empleado del Estado.
Besa su mano con embeleso su seguro
servidor para lo que guste mandar.
PD: Usted, señora, y el ministro Margallo, merecen que Rajoy, a la vuelta de vacaciones, los condecore con alguna orden distintiva de méritos acumulados en el servicio patrio. Demuestran que en la vida de un país hay algo más que unas líneas garrapateadas en un papel arrugado. La delación anónima y un enemigo ancestral que nos robó un pedrusco improductivo en el Estrecho de Gibraltar, por ejemplo.
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