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jueves, 8 de agosto de 2013

¡Bendita sea Fátima Báñez!

   CARTA ABIERTA A ESTA MUJER BRILLANTE QUE HA ENCONTRADO AL FIN UNA APLICACIÓN ÚTIL A LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA.

            Querida Ministra de Empleo y Seguridad Social del Gobierno de España:
            Deseo que al recibo de estas letras goce usted de un buen estado de salud en unión de su familia. Yo, bien, a dios gracias.
            Y ahora, con los debidos respetos a su cargo y dignidad, amén de a su porte de mujer de verdad, de las de antes, paso al motivo de esta carta.
            Le agradezco, no sabe usted hasta qué punto, la oportunidad que nos otorga a los ciudadanos de colaborar en la lucha contra el fraude, denunciando a los desalmados que, aprovechando el tsunami de liberalización y la indefensión en que la reforma laboral de su partido ha dejado a los trabajadores, no tienen otra alternativa de supervivencia que aceptar las caritativas propuestas de sus empresas que pasan por el despido simulado y trabajar el mismo número de horas que antes trabajaban, pero ahorrando las cotizaciones de la empresa a la Seguridad Social y compartiendo el salario con las prestaciones por desempleo, dure el tiempo que dure.
            La cruel alternativa, en caso que el desalmado trabajador no transija, es el paro y quedar señalado con la cruz para no ser llamado de nuevo cuando las condiciones mejoren, si alguna vez mejoran.  De ese tipo de desalmados conozco infinidad. Puede que alguno de mis hijos haya recibido esa propuesta caritativa y noble.
            Conozco a otros desalmados que se prestan a trabajar jornadas de catorce horas diarias con un salario mensual de cuatrocientos euros, y un contrato oficial,  por el que se cotiza a la Seguridad Social, de dos horas diarias.
            Los hay aún peores. Hay quien acepta trabajar sin contrato de ningún tipo, personas capaces de cualquier atrocidad, como anteponer el hambre a la dignidad, y hurtar al Estado, como quien no quiere la cosa, las legítimas cotizaciones de la Seguridad Social. Mala ralea, desde luego. 
            Pero los peores, los más innobles con el Estado, se encuentran enmascarados en un grupo de terroristas laborales a los que denominan becarios. Esa gente es realmente perjudicial, porque pásmese, señora ministra, que usted con sus ocupaciones no tendrá ni noticia de estas actitudes inconfesables, esta gente,  para dañar las finanzas del Estado y no por otra causa, acepta incluso trabajar sin cobrar.
            Cuesta creerlo, pero es cierto. Estamos rodeados de trabajadores desalmados que defraudan al Estado. Hay que aplicar la autoridad moral de la que su gobierno anda sobrado, porque es sabido que son estos bandidos del sistema los que han originado esta crisis duradera; son ellos los que han cavado la tumba donde su gobierno no ha tenido otro remedio que sepultar el Estado del Bienestar. Y hay que decirlo alto y claro, como hace usted cumpliendo con sus obligaciones de ministra del gobierno de España. Son ellos los enemigos declarados de nuestro estado de derecho. Son ellos lo peor de la herencia recibida. ¡Al paredón, por tanto! 
            En cuanto mis múltiples ocupaciones me den tregua entraré en el formulario del chivato que su Ministerio ha dispuesto sabiamente, y de forma anónima y solidaria, iré desgranando la infinidad de casos fraudulentos que conozco y que afectan a familiares, conocidos y amigos.  Dios podrá perdonarlos, pero será en la otra vida; apoyo sus justísima propuesta.  Cualquier trabajador que defrauda al Estado no merece perdón, al menos en esta vida. Por cierto, admirada señora, oportunísima la idea de recuperar añejas tradiciones; eso de la denuncia anónima me trae una inevitable evocación de sambenitos, capirotes, juicios de dios, sótanos oscuros y potros de torturas. Un lujo histórico reivindicar algo tan nuestro como la nunca bien ponderada Santa Inquisición. Me gusta. Casi tanto como su valentía para solicitar la ayuda de esa virgen que llaman La Reina de la Marismas para acabar con el paro. Eso tiene un nombre, señora ministra. Valentía. Hay que ser muy valiente para hacer eso en los tiempos que corren. Pregúntele a Rouco; él me dará la razón en cuanto a  los peligros que se ciernen sobre las personas de fe en estos tiempos en que proliferan blasfemos y descreídos. Gente más informada que yo, entre los que se cuenta algún purpurado de la Iglesia, afirma que pronto se producirá el advenimiento de una nueva era de martirios.
            Entretanto, y no me refiero al advenimiento de los martirios como usted comprenderá sino a la tregua de mis ocupaciones, le propongo que vaya entrenando a su CSI del fraude laboral con algún caso que me resulta llamativo. Hay por ahí un tal Luis Bárcenas Gutiérrez cuya situación es exactamente la contraria. Tras despedirlo su empresa, le siguieron pagando un salario generoso y siguieron abonando a la Tesorería de la Seguridad Social sus cuotas de afiliación. 
            Sí, señora ministra, la comprendo. Usted pensará que mucho mejor nos iría si todas las empresas hicieran lo mismo con las personas a las que despiden. Por eso mismo resulta algo extraña la generosidad de la citada empresa. En su pellejo, yo investigaría. No le resultará difícil encontrarlo. Por lo que sé se ha afincado en Soto del Real y me aseguran que no tiene la más mínima intención de moverse de allí durante algún tiempo. Le daré algunos datos para animarla a empezar por ahí mismo su campaña de acoso legítimo a los defraudadores laborales. El tal Bárcenas, y no es el único, entra en esa categoría laboral incontrolable que podíamos llamar comisionistas, de los que aprendieron en la escuela aquella cantinela de la suma "... diez y me llevo una...". Debieron creer que no era una operación matemática, sino una norma de comportamiento, y hasta hoy. Y a éste ha debido irle de fábula, porque amasó de comisiones un escalofrío de cifra, pásmese, ¡cuarenta y dos millones de euros le han encontrado repartidos en diversas guaridas de los llamados paraísos fiscales! Por ahora. Es una buena punta para desentrañar ese ovillo enrevesado. Si el comisionista acumuló esa cantidad, ¡figúrese lo que habrá en la cuenta principal! Un tesoro, por el que seguramente nadie ha cotizado ni un céntimo. Le doy un dato fidedigno. Otro notable comisionista de ese mundillo infame al que pertenece ese Luis Bárcenas que le digo, un tal López Viejo del que podría pedir referencias a su compañera, que no sé si amiga, Esperanza Aguirre, era conocido como el "viceconsejero diez por ciento". Esa era su parte en cada factura que autorizaba pagar con dinero público a un tal Correa, del que usted no habrá oído hablar seguramente, porque la gente de bien no tiene tratos con maleantes. Debió aplicar la cantinela de las sumas infantiles. Se diría "si de diez me llevo uno, simplificando para no enredarse con las pequeñas cantidades, ¡de cien, me llevo diez!". Supongo que de ahí el nombre, porque la sabiduría popular no sería tal si le faltara precisión al motejar.
            Esta gente del oficio se conoce y comparte los métodos. Ninguno quiere ser menos que el vecino. Así que yo estoy por asegurar que ese Luis Bárcenas se llevó también el diez por ciento, por lo menos. Haga números. No me diga que no es un buen comienzo. Probablemente esa contabilidad tan oscura no esté ni en la letra B de Bárcenas. Habría que empezar por la A y habría que llegar hasta la Z. No, no me sea maliciosa; no he dicho desde la A de Aznar hasta la Z de Zaplana. Esas son ocurrencias peregrinas, mujer.
            Pero le aviso ¡Cuidado con Luis Bárcenas! Tiene trazas de chulo tabernario, de matón bragado y muy pagado de sí mismo. ¡Y, sobre todo, cuidado con las notas que toma! Son temibles. Y puestos a cuidarse, cuídese de su boca; su saliva venenosa, como la de escuerzo, contamina lo que toca. Ha mancillado, incluso, la honorabilidad del presidente de gobierno. Así que imagine lo que puede hacer con sus ministros.
            Sé que le propongo un trabajo complejo para empezar esta campaña tan admirable como útil. No olvide que un gobierno es un simulacro muy logrado de lo que suele ser un equipo. Pida ayuda. A Montoro, por ejemplo. Estoy seguro de que ese ministro eficaz, de discurso brillante, estará encantado de ayudarle en cuanto encuentre una explicación razonable a ese misterio del número 14 de un DNI con malísima sombra que se le ha cruzado en el camino.
            Y ahora que hablamos de Montoro, querida Fátima si me permite la familiaridad, habrá personas dadas a la maledicencia que quizás intentarán desprestigiar su sana iniciativa con afirmaciones tales como que cualquier decisión de gobierno basada en la delación está bajo sospecha, trufada de intereses personales, y que resulta innecesaria porque las leyes establecen elementos legítimos de control para los ciudadanos que incumplen las leyes. Esas mismas personas, -y por eso la referencia a Montoro-, dirán también que si Hacienda contara con efectivos similares a los de otros países europeos y se desmontaran en el Parlamento las leyes que protegen a los grandes defraudadores, quizá usted pudiera ahorrarse las molestias de atender ese correo del chivato. Y su vida sería más llevadera. Hasta es posible que lo fueran las nuestras. Perdóneme por mezclar a los grandes defraudadores con esta chusma laboral. No hay color. Ya sé que los grandes defraudadores actúan en legítima defensa frente al Estado ladrón que pretende apropiarse del fruto de sus esfuerzos. Ya sé que los grandes defraudadores son también los grandes creadores de riqueza sobre la que se asienta el progreso de los países. Perdóneme la digresión inapropiada.
            Esas personas propensas  a la maledicencia le dirán también que la justicia derivada de la actuación de los funcionarios públicos es más limpia, más objetiva, más profesional, más equilibradora de los desajustes que la ambición humana va provocando en nuestras vidas. Y le dirán, aunque le pueda parecer exagerado, que los funcionarios públicos son, en general, la única conciencia limpia del Estado. Y le dirán, para convencerla, que compare de un vistazo qué proporción de funcionarios públicos, siendo esta la ocupación de tantísimas personas, hay encausados por prevaricación, cohecho o abuso de posición; y que luego, mire la proporción de los políticos involucrados en casos de corrupción.
            Pero, usted no haga caso. Usted pasará a la historia. Su formulario del chivato, la delación anónima del vecino, es una gran aportación de su Ministerio a la democracia participativa. Para que luego digan. Persista, porque está en el camino que nos sacará del atolladero en el que el denostado Zapatero nos dejó.  
            No quisiera abusar de su precioso tiempo. Así que me despido deseándole lo mejor, como que esa inexplicable confusión  teológica que ustedes llaman "la blanca paloma", confundiendo a la madre carnal de la segunda persona con la tercera persona del dios uno y trino, a la que también llaman el paráclito, y que bajó por Pentecostés, no recuerdo ya si como paloma o como dragón con lengua de fuego, le conceda esa tregua en las estadísticas del paro que tanto necesita su gobierno. Deseo que al menos, en ese galimatías de personas entremezcladas con palomas y confundidas entre sí, encuentre a la adecuada para dejarle su encargo. En cualquier caso, recurra a Rouco para que le preste ayuda. No será un abuso de confianza. Le paga Hacienda; es un empleado del Estado.
            Besa su  mano con embeleso su seguro servidor para lo que guste mandar.

   PD: Usted, señora, y el ministro Margallo, merecen que Rajoy, a la vuelta de vacaciones, los condecore con alguna orden distintiva de méritos acumulados en el servicio patrio. Demuestran que en la vida de un país hay algo más que unas líneas garrapateadas en un papel arrugado. La delación anónima y un enemigo ancestral que nos robó un pedrusco improductivo en el Estrecho de Gibraltar, por ejemplo. 

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