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lunes, 12 de agosto de 2013

Emerger sobre la esclavitud

              La India es la mayor democracia de la tierra. Ayer fue noticia una redada de la policía en la que desmantelaron un taller textil clandestino donde trabajaba un centenar de niños esclavos de entre nueve y catorce años. Son las propias familias, acosadas por la pobreza y por la incapacidad de alimentar a su descendencia, las que surten de mano de obra a estos talleres clandestinos de esclavos infantiles. No cobran por su trabajo; su salario es un plato de comida y un jergón en el propio taller. Su jornada ronda las catorce horas diarias, y se les priva de salidas, salvo los sábados en que tienen un “recreo” de dos horas para jugar al criquet. Proceden de regiones rurales o de los barrios miserables de las grandes ciudades, donde la vida es dura. Al menos, como esclavos, tienen garantizada la comida diaria, y puede que la supervivencia.
                Según una ONG local, hay al menos cincuenta millones de menores indios que comparten esa execrable situación. No se anda por las ramas su portavoz. Reparte por igual la responsabilidad de ese crimen entre las multinacionales que fundamentan su beneficio en la esclavitud de los más indefensos y los consumidores occidentales que saciamos nuestro afán de consumo con el fruto de esa inhumana explotación. Razones sobran para asumir cada palabra de su discurso desesperado.
                Brasil es una democracia en toda regla, muy alejada en el espacio, pero que comparte infinidad de rasgos con la India.
                Fue noticia también recientemente por el descubrimiento de talleres clandestinos de confección textil donde niños esclavos soportaban exactamente las mismas condiciones que en la India. Será casualidad. O será que el concepto democracia incluye ya a regímenes tolerantes con la esclavitud infantil.
              Todo apunta a que el esclavista brasileño es proveedor de Zara, esa avanzadilla de la marca España. Nadie podrá afirmar que Amancio Ortega esclavice a nadie. Asociar los precios miserables que paga en las factorías clandestinas de medio mundo con hechos como este y con su fortuna inmensa sería poco objetivo. Faltaría más. Su fortuna es una cuestión de habilidad empresarial, una cualidad que adorna a los verdaderos creadores de riqueza. Y en cuanto a los comportamientos de sus proveedores, será competencia de los gobiernos locales. 
                   Diluir las culpas, evadir responsabilidades, disponer  de otra cabeza que ofrecer a los jueces es la maniobra habitual. Y nunca pasa nada. Son breves explosiones de las bolsas de basura que alguien arroja sobre los escaparates de las multinacionales sin coste adicional. Hemos asumido que la vida es así, que así funciona esto. Después  de esta noticia, no habrá perdido ni un cliente, con lo que las palabras del portavoz de la ONG india que defiende a la infancia cobran dimensiones de acusación universal.
                La India y Brasil  son dos potencias económicas emergentes. El discurso interesado de los que gestionan la economía mundial, que es tanto como decir nuestras vidas, pone a estos dos países ante nuestros ojos como modelos vivos de adaptación a los tiempos que corren, el ejemplo que deberíamos seguir. Ellos sí aplican el supremo mandamiento de la competitividad. Pero poco a poco descubrimos que el crecimiento, la exportación que enriquece a los mejor posicionados, tiene como soporte en demasiados casos la esclavitud clandestina de la infancia. También, la explotación de los mayores. Eso es entender la economía del siglo XXI. Cualquier otra postura condena a la recesión económica.
              Y esa es la cruda realidad . Son países donde asoma el rostro ufano, soberbio, rozagante de un capitalismo renovado, una minoría que acumula riquezas insultantes, mientras las condiciones de vida de la mayoría de su población están estancadas en la miseria, en la explotación y en muchos casos, como descubrimos cada día, en la esclavitud humana.
                Habremos de ser consecuentes. Olli Rehn sabe de lo que habla. Y el FMI. Y la CEOE, esa asociación que agrupa a buena parte del capitalismo mediocre de este país, parasitario del Estado, subsidiado y corruptor en casos conocidos.
              Habrá que convencer a los peones temporeros andaluces de la comarca de La Vega sevillana, que tienen un salario de catorce euros y medio por jornadas laborales de ocho horas bajo el sol de agosto, de que su situación laboral es una bendición de dios, un golpe de fortuna. Y habrá que convencerlos de que si no aceptan un detrimento del diez por ciento en sus salarios, demasiado altos para lo que la competitividad reclama, caerá sobre sus conciencias la culpa del paro creciente y de la infinidad de jóvenes que no ven la puerta hacia un futuro humanitario.
                Reconozco que repetirse es asunto de gente perezosa o sin imaginación como González Pons, pero me arriesgo.
                ¡¡Hijosdeputa!!
              Porque todos ellos, diseñadores del sistema, cómplices oportunistas como los animales carroñeros, o justificadores serviles de la inmoralidad desde puestos de representación política o social, saben de sobra que cada persona desempleada en los países desarrollados compite con diez niños esclavos en lugares de la tierra donde los derechos humanos son una utopía. 
             Y debemos hacerles saber que lo sabemos, a pesar del acoso a que nos someten cada día con sus mensajes envenenados. 
             También podemos seguir admirando a los multimillonarios cuyas fortunas hunden sus cimientos miserables en la esclavitud de otros seres humanos, mientras le agradecemos que pongan a nuestro alcance moda a precios competitivos y , algún día de estos, podemos otorgarles la medalla al mérito del trabajo. Es una posibilidad. Gente como ellos engrandecen la marca España. Ellos han entendido las reglas de la competitividad que Europa nos reclama.

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