Pongamos por caso que Raúl
Castro, o Nicolás Maduro, por ponerme extremista a voluntad, en un arrebato
pedagógico, enviaran al gobierno por conducto oficial un manifiesto
recomendándole la nacionalización de la banca y la de las grandes empresas, con
el objetivo de destinar sus beneficios a mejorar el empleo, los salarios, las
prestaciones sociales, la educación pública, la sanidad y el sistema de
pensiones. Pongamos que afirman, además, que es el camino más corto y más justo
para salir de la crisis.
¿Hasta dónde llegarían los gritos y las
descalificaciones por semejante atrevimiento de dos representantes de un
pensamiento político anacrónico y fuera de lugar? ¿Qué voces no se oirían
reclamando respeto a la soberanía de los países para establecer sus políticas
económicas? ¿Cuántas vestiduras no se rasgarían ante la osadía imperdonable de
esos dos individuos que se sintieron moralmente autorizados para una
intromisión inaceptable en la sagrada independencia del país...? ¿Cuántos
políticos, entre ministros, portavoces, secretarias generales, presidentas
cesantes de autonomías, perceptores de sobres marrones o peones asalariados
cuya única función parlamentaria es aclamar al líder bajo sospecha e insultar a
quién ose ponerlo en dificultades, saldrían apresuradamente del retiro estival
para descalificar semejantes aseveraciones...?
Pensadlo por un momento.
Se da el caso, sin embargo, de que en la
última semana el FMI si ha traspasado, una vez más, los límites de nuestra
autonomía sin que nadie parezca escandalizarse. ¿Por qué? ¡Es un misterio!
Alguien podría haber hecho, siquiera, una breve reflexión sobre que la única
persona, ajena al gobierno de la nación, que puede permitirse esas licencias es
la señora Merkel. Pero, ni eso. Silencio abrumador.
Y sus intervenciones claman al cielo. Como
dijo alguna vez un conocido gallego, compañero de profesión, "ronca el
carajo" con las propuestas del FMI. Supuse
que la citada expresión, y aún hoy lo creo, hacía referencia a una situación
inaceptable. Pongo al cielo por testigo de que nunca jamás he vuelto a oír
semejante expresión en boca ajena. Yo sí la uso en la más estricta intimidad.
Pero la doy por adecuada y oportuna en este caso.
Porque la semana pasada el FMI, amparado
en unas nefastas previsiones sobre nuestro futuro económico y los males
endémicos de la banca rescatada con nuestro dinero, instaba al gobierno de la
nación a tomar algunas medidas correctoras.
La primera, que se impusiera a
los españoles, sin excepción, una rebaja salarial del diez por ciento de
nuestras percepciones. Más claro, no cabe. Ni más alto.
La segunda, que el Gobierno acelere
las reformas laborales, especialmente las referidas a alejar a los jueces de
los conflictos laborales. En suma, desregularizar las relaciones laborales,
dejar a los obreros sin protección legal frente a la voracidad del capital y
sus condiciones leoninas.
La tercera, la contención
del gasto en educación, sanidad y pensiones.
Y la cuarta, subir los
impuestos indirectos.
En realidad, acrecentar la
intensidad de las denominadas "reformas" de la derecha. Eso es
justamente lo que ha hecho hasta ahora el gobierno del PP.
Pero da la sensación de que al
FMI lo devora la impaciencia. Nuestra resistencia agónica ha superado ya el
instinto de los depredadores que cazan al acecho. Creen que ha llegado la hora
del zarpazo definitivo Porque esta semana han vuelto a las andadas. Hoy
recomiendan al gobierno la actuación drástica, la intervención con los hombres
de negro de Montoro de la gestión económica de las Comunidades Autonómicas que
no cumplan con los objetivos del déficit, evaluándolas mes a mes. Cuesta creer
que economistas avezados,-se supone-, gente experta en los males del mundo,
consideren que el déficit se pueda corregir en unas pocas semanas.
Hablan de tarjetas amarillas, -
apercibimento, aviso de intervención el primer mes que se produzca
incumplimiento- y tarjetas rojas- intervención inmediata en caso de reincidencia
en el incumplimiento de los objetivos del déficit. Ese burdo lenguaje figurado
que toma como referencia el lenguaje, al parecer universal, del fútbol, tendrá
como objetivo que las masas incultas y enajenadas entendamos el mensaje. De
hecho lo entendemos. Lo que el FMI propone claramente es ignorar la
Constitución y los Estatutos de Autonomía, que deben parecerle documentos
insignificantes, trabas burocráticas para el desarrollo de sus
estrategias.
Como Aznar, el FMI sospecha
tibieza en el indeciso Rajoy. Como Aznar, el FMI debe pensar que un pueblo que
otorga mayoría absoluta a la derecha vicaria del capitalismo radical en un
momento de crisis profunda está autorizando el desmontaje del Estado. ¿Para qué
perder tiempo? ¡Hay que actuar con prontitud! Cada minuto perdido es beneficio
que se evapora.
Nadie responde ante semejante injerencia.
Es más, editoriales de prensa que he considerado relativamente independiente
hasta la fecha,-empiezo a ponerlo en duda-, dan por buenas las recomendaciones,
las líneas maestras de un gobierno en la sombra, de este difuso organismo que
no ha elegido nadie en las urnas democráticas.
¿Será que está revestido de una autoridad
moral incuestionable que yo no he podido descubrir? ¿Qué es el FMI? ¿Qué
funciones tiene encomendadas? ¿Cuáles son sus aportaciones históricas al
beneficio colectivo de la Humanidad?
Alguna de esas preguntas, -¿Qué
es? ¿Por qué nació? ¿Qué funciones tiene encomendadas?-, están contestadas en
los libros de la Historia Política y Económica del siglo XX, en las páginas
subsiguientes a las grandes catástrofes económicas, -el "crac"
de 1929- y bélicas, -La Segunda Guerra Mundial-, y están al alcance de
cualquiera.
Pero la última pregunta que yo he hecho - ¿qué beneficios
ha proporcionado a la humanidad en su conjunto?- está aún pendiente de que
alguien le encuentre una respuesta. Distinto sería si preguntáramos por los
daños que sus actuaciones han ocasionado a la Humanidad. Encontramos respuestas
para llenar una enciclopedia de catástrofes económicas que han asolado a muchas
regiones de la tierra.
Cuando el FMI ha actuado en zonas azotadas por los
desajustes que provoca el capitalismo de forma sistemática y en ciclos cada vez
más cortos, la situación económica ha empeorado y la crisis se ha convertido en
una duradera recesión. Intereses abusivos de los préstamos internacionales
hasta convertir las deudas en impagables, empeoramiento de las condiciones de
vida de los más pobres y de las clases medias, aumento del desempleo hasta
cotas insoportables, supresión de los servicios que deben prestar los Estados,
aumento considerable de la desigualdad económica... Un largo proceso que
convirtió a países con problemas económicos en países inviables. Grecia es un
ejemplo lacerante en la actualidad. Y otros le vamos a la zaga.
Pero no quiero responderos yo a esa
pregunta. Cederé la palabra a un Premio Nobel de Economía del año 2001, al que
releo en estos días de vacaciones estivales, Joseph Stiglitz, catedrático de
Economía en la Universidad de Columbia, que antes lo fuera en Yale y en Oxford,
entre otras. Debe saber de lo que habla.
Stiglitz es un pensador capitalista, un
defensor del capitalismo racional frente al capitalismo especulativo que asola
a la humanidad en este presente despiadado. A falta de otros recursos, nos
consolamos con la lectura de los teóricos de un capitalismo menos radical. Al
menos, sus análisis resultan acertados y sus propuestas parecen más sensatas
que las del FMI..
Le cedo la palabra. Las acotaciones
entre paréntesis son mías. En la página 110 de su obra "El precio de la
desigualdad", editada en castellano por Taurus en 2012, dice refiriéndose
al FMI, " la ironía es
que (con sus medidas) en las crisis provocadas por el
sector financiero (una de
las funciones del FMI es velar por la estabilidad de los sistemas financieros,
por la estabilidad de las monedas, y ayudar a los países en crisis a salir
decentemente de ellas), los
trabajadores y las pequeñas y medianas empresas tienen que soportar la mayor
parte de los costes. Las crisis vienen acompañadas de grandes índices de
desempleo, lo que empuja los salarios a la baja, de forma que los trabajadores
se ven doblemente perjudicados. En las crisis anteriores, el FMI que
normalmente actúa con el apoyo del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos,
(supongo que podréis sacar la conclusión de quién decide en las cuestiones
transcendentales), no sólo
insistía en que se llevaran a cabo grandes recortes presupuestarios por parte
de los países en dificultades, lo que convertía las crisis en depresiones y
recesiones (situaciones
económicas más graves, duraderas y de efectos más perjudiciales para los más
indefensos), sino que
también exigía la liquidación a precio de saldo de los activos ( instrumentos económicos con
capacidad de generar riqueza en el futuro, recursos naturales, empresas
rentables, servicios públicos privatizables...) y ese era el momento en
que entraban en acción los cómplices financieros para obtener beneficios
desmesurados. (Fin de la
cita)
Lo dice Stiglizt. La gestión de las crisis
económicas que realiza el FMI no tiene como finalidad sacarnos de las
dificultades. Antes bien, acrecienta las dificultades hasta que los países con
problemas económicos son como la fruta madura que cae sola en la cesta del
recolector. Y el recolector, su cómplice, es el capitalismo financiero,
insaciable y criminal, que aguarda su momento. Cuando las medidas
empobrecedoras den su fruto, la ruina definitiva del país, ellos vendrán a
enriquecerse sobre nuestra miseria.
El FMI es un batallón de zapadores que
socava los cimientos de la resistencia de los Estados en problemas y de su
población. En ese contexto hemos de encuadrar cada una de sus propuestas. No
persiguen sino el deterioro acelerado de la situación económica del país, con
el objetivo de convertir nuestros activos más rentables en saldo para los
depredadores. Una estrategia criminal.
¿Y el silencio de nuestros representantes
políticos, o sus respuestas tibias y sin convencimiento? Deberíais saberlo.
Estamos solos. La derecha europea es la avanzadilla política del capitalismo
especulador. Cumple fielmente las consignas de su amo y señor. Y la izquierda
europea desapareció hace ya mucho tiempo del campo de batalla.
Estamos solos, pero podemos
reinventar los instrumentos. Tenemos que hacerlo, o será tarde.
Y en cuanto al FMI, alguna vez
habrá que ponerlo ante los tribunales que juzgan los crímenes contra la
Humanidad.
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