El capitalismo desaforado
genera monstruos irracionales que provocan catástrofes a la humanidad. Pero
esas generaciones deformes y nocivas no son excentricidades ocasionales
surgidas de un fallo inesperado de las leyes naturales. No. Hoy, sin
depredadores de su tamaño y eficacia, esos monstruos devastadores dominan la
superficie del planeta, se han adueñado de la existencia humana, han marcado a
la especie como un rebaño al que dominan y explotan, ignorando los más
elementales principios de la supervivencia, de la ética, de las leyes que nos
hemos otorgado para regular la convivencia entre los seres humanos.
Uno de esos monstruos es el
sistema financiero sin control alguno. Incluso aunque alguna vez hubiera
funcionado la libre competencia del mercado como regulador de la economía, hoy
eso resulta imposible. El control de los alimentos, de las materias primas, de
las fuentes de energía está cada vez en menos manos y más poderosas. Las
grandes compañías, los grandes grupos de inversión se han adueñado, de hecho,
de la mayor parte de lo que la humanidad necesita para su supervivencia o para
mantener unas condiciones de vida razonables. Y desde ese dominio, un monopolio
pactado y compartido, rigen el mundo.
El agua es un bien escaso e
imprescindible. Está ya amenazada. Conocemos intervenciones de representantes
de esos monstruos depravados surgidos en el estercolero del sistema económico
que reclaman su privatización. Y, muy recientemente, en España el gobierno ha
regulado sanciones de hasta cien millones de euros a quien tenga medios para el
autoabastecimiento de energía eléctrica mediante placas solares sin pagar a las
grandes compañías por ello. El sol ya ha sido privatizado en este país. Y
no hay, por desgracia, la más mínima ironía en esa afirmación. Es un hecho.
El capitalismo administra nuestras
necesidades en beneficio propio. También, nuestra miseria y nuestra hambre. Y,
al parecer, no hay gobierno ni autoridad alguna dispuesta a corregir esa
inhumana situación. Pero eso no puede sorprendernos. Tenemos la certeza de que
la mayoría de los gobiernos son peones colocados sobre el tablero de ajedrez en
el que se libra una partida trucada de antemano.
Ha sido el sistema financiero,
no ya libre de control sino estableciendo un riguroso control sobre las
estructuras políticas mundiales, el único causante de esta crisis. Y una vez
desencadenada, la ha controlado a placer para sustituir en la toma de
decisiones a los estados, teórica organización común de la ciudadanía para la
defensa de los intereses colectivos, y para empobrecer la nómina de derechos
que nos ha costado siglos concretar. Siglos y vidas.
La primera preocupación de este monstruo
deforme fue garantizar su supervivencia amenazada por su propio desenfreno. Las
pérdidas multimillonarias que se provocaron unos a otros en ese engaño
piramidal de la especulación con humo, la colocación del pescado podrido de la
banca de inversión americana a precio de oro a otros especuladores de segunda
generación que lo guardaron en el frigorífico esperando sacarle beneficio,
obligó a los estados al rescate apresurado de esas maquinarias sin control,
productoras de ruina cuya fin tardaremos años en encontrar, si es que lo
encontramos algún día. Y ese rescate multimillonario se ha convertido en deuda
pública, es decir, por arte de magia se ha convertido en nuestra deuda.
En Europa todo el conglomerado del
poder político, delegado de los intereses financieros, se puso manos a la obra.
Salvar la Banca fue la consigna única.
Casi el 80% de la deuda griega, deuda que ha convertido a Grecia en un país sin futuro o
con un futuro pleno de carencias y sufrimientos, se ha destinado al
¿saneamiento? de su sistema financiero corrompido, irresponsable y criminal,
por aplicarle tres calificativos que comparte con el sistema financiero del
resto del mundo.
Rajoy y su gobierno no
solicitaron el rescate europeo para generar empleo desde la oferta
pública, mejorando con ello la situación de las familias españolas, las
cotizaciones al Estado, y el consumo interno como motor de recuperación para la
mediana y la pequeña empresa. Rajoy y su gobierno solicitaron la ayuda europea
para rescatar la banca española. Y ese rescate se convirtió en una deuda
colectiva, de todos y cada uno de nosotros.
La segunda gran preocupación de este
monstruo universal, de rostro anónimo, una vez resuelta la primera con la
connivencia de gobiernos que no nos representan, es inclinar hacia su plato
mayor parte cada día de la riqueza de los países, de la presente y de la
futura, porque ellos saben rentabilizar la ruina ajena y han aprendido a
especular, también, con el futuro.
El procedimiento es lo de menos, depende las condiciones
ambientales. Hay que detraer esa porción de alguna parte. En nuestro caso, ya
sabéis de dónde han ido detrayendo su porción creciente. Lo llaman reformas
imprescindibles para garantizar la competitividad, lo llaman flexibilidad en el
mercado de trabajo. Eufemismos para enmascarar el robo generalizado. Empobrecimiento
del Estado y de los servicios que tiene la obligación de procurarnos,
empobrecimiento de los salarios, empobrecimiento de la oferta de trabajo...
Empobrecimiento colectivo para aumentar la ración de su escudilla. Y no
encontrarán jamás la cantidad que pueda dejarlos satisfechos. La única
justificación de su existencia es el crecimiento constante de los beneficios.
Lo contrario es un fracaso imperdonable, una tachadura en la plana impoluta
donde dejan constancia de sus crímenes.
Ahora, su mirada de depredadores avezados
se ha fijado en nuestros salarios. Reclaman el diez por ciento de nuestro
sueldo como parte de su botín.
De hecho, son autoridades
ilegítimas, a las que nadie eligió en ninguna convocatoria democrática, las que
gobiernan nuestras vidas. En nuestro caso, son el FMI y la Comisión Europea los
que indican el camino más corto al matadero. Hace unos días fue la mirada de
una arpía, denominada FMI, la que fijó el objetivo de su inminente ataque sobre
los salarios españoles. Ayer fue un individuo dañino y bien pagado, agazapado
tras el título de comisario económico europeo, tan ostentoso como inútil, a
tenor de la deriva del continente hacia la recesión y el hundimiento económico,
el que reforzó el proyecto de robo a gran escala con un discurso viscoso. Un
tipo inmoral, esbirro de los intereses económicos de esa minoría dominante y
empeñada en la ruina colectiva para su propio medro, no puede darnos lecciones
morales, basadas en mentiras indefendibles. Si no aceptamos el detrimento
salarial caerá sobre nuestras conciencias la culpa, hasta ahora sin dueño, del
paro insoportable, sobre todo del juvenil. ¡Hijodeputa!
Llevamos años con una sangría
incesante de nuestros salarios por la vía directa, o por la indirecta doblemente
dañina, aumento de impuestos directos e indirectos y copagos o empobrecimiento
de los servicios que debiéramos recibir a cambio de nuestra colaboración al
sostén del Estado. Pero el desempleo, desbocado, siempre va por delante en la
carrera hacia la ruina que ellos han establecido como meta final.
Un comisario económico europeo
sabe de sobras cuáles son las causas del desempleo. Predominio absoluto de la
economía especulativa sobre la economía social y deslocalización del capital
que traslada sus centros productivos a países donde las condiciones históricas
no han permitido el desarrollo de conciencia de clase entre los trabajadores
cuyo problema primordial es comer cada día, ni existen asociaciones de defensa
para ellos en las que puedan aglutinar su fuerza, y donde los gobiernos títeres
y corruptos conviven sin náuseas con la esclavitud atenuada de sus
conciudadanos.
A un esbirro del capital no
podemos exigirle el reconocimiento de esa verdad incuestionable. Pero, desde su
cargo institucional, debiera tener la decencia de guardar silencio. Porque
Europa está plagada de ciudadanos cultos. Y sus palabras encierran una
provocación insoportable. En potencia, son generadoras de violencia.
Verbalmente, yo la he ejercido unas líneas más arriba, y no me remuerde la
conciencia.
En realidad cumple con el cometido encomendado. Porque la tercera
preocupación de esta criatura monstruosa que gobierna nuestras vidas es diluir
la culpa, empujar la basura hacia otra puerta. En su caso, este canalla
enaltecido con una función que no merece, ha utilizado un procedimiento manido,
pero de lo más eficaz: cebar una esperanza venenosa para los desahuciados del
sistema. Si la semilla grana, dará un fruto envenenado que debilitará nuestra
escasa resistencia, porque nos habrá dividido entre pobres con algo de fortuna
y pobres sin futuro. Y esta situación será por fin una guerra entre pobres,
mientras ellos desde su atalaya contemplarán el espectáculo, aguardando el
momento oportuno de saquear nuestros cadáveres. Cualquier parado de larga
duración, cualquier joven ansioso de un empleo con el que ponerle cimientos a
su vida, mirará desde mañana a los que aún tenemos el privilegio de una nómina
mensual con la mirada torva que se destina al enemigo. Según Olli Rehn,
nosotros, los que mantenemos el empleo, somos los causantes de su
situación.
¡Hijodeputa!
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