Nosotros, los ciudadanos
del común, enfrentados a la falta de perspectivas sociales y económicas
esperanzadoras, testigos del deterioro insoportable del sistema democrático,
asqueados por la corrupción que se ha adueñado de la vida pública, y huérfanos
de alternativas con suficiente peso social y fundamentos ideológicos que nos
ofrezcan alternativas verdaderas, cuando la indignación nos da una tregua,
tenemos tendencia al determinismo, a refugiarnos en la atonía, en el silencio,
en la conciencia de la propia debilidad del individuo frente a quienes
sustentan el verdadero poder.
El cansancio es legítimo. Son ya seis
años contemplando, con una mezcla de impotencia y de desesperación, como nos
arrebatan el mundo conocido donde cimentábamos nuestra confianza en el futuro.
Especialmente, en el futuro de nuestros hijos.
Ayuda a ello que quienes nos representan, siquiera sea de forma
nominal, son víctimas también de la atonía, de los discursos desapasionados,
del empeño desmesurado de la búsqueda de titulares que los mantengan un día más
como protagonistas grises de nuestra vida cotidiana.
Buena parte de esos discursos no tienen como finalidad estimular
los valores sociales. La mayor parte de ellos sólo buscan justificarse ante la
opinión pública por sus muchos errores, escarnecer al adversario o establecer
difusos límites éticos a los comportamientos políticos. Suelen ser discursos
vanos, superfluos, a destiempo. Palabras innecesarias.
El concepto estrella de
esos discursos hueros de verano es la "línea roja" que no se debe
traspasar so pena de que el cielo se desplome sobre alguna cabeza.
En opinión de muchos de los portavoces de
la oposición en nuestro Parlamento nacional, Rajoy atravesó esa línea roja
porque mintió en sede parlamentaria. Al parecer cualquiera de los múltiples
actos que presumiblemente acometió el actual presidente de gobierno, contrarios
a la decencia política, a la ética ciudadana, y a la obligación de cumplir con
las leyes de cualquier cargo público, no supusieron en principio atravesar esa
frontera indefinida que nos convierte en seres reprobables. No sé yo. Si se confirma
alguna de las sospechas que pesan sobre el comportamiento de la cúpula del
Partido Popular, -y hay demasiadas evidencias al respecto-, hace ya mucho
tiempo que Rajoy, entre otros muchos, cruzó la línea roja sin retorno que lo
incapacita para ser el depositario de la soberanía nacional delegada por los
ciudadanos.
Mucho antes de mentir en
sede parlamentaria.
¿Cómo no iba a
mentir debatiéndose en el lodazal de la corrupción política que ya le alcanza hasta
el mentón y amenaza con ahogarlo?
La otra línea roja del
verano la insinuó Barak Obama en plena campaña electoral. Advertía a Bachar El
Asad sobre el inconveniente de utilizar armas químicas para reprimir a los
rebeldes sirios.
De pronto la comunidad internacional, pero
no toda, descubre que la situación de Siria reviste un aspecto moralmente
insoportable. El enfrentamiento civil entre la dictadura y la oposición
heterogénea ha traspasado ya la línea roja de la guerra decente. Alguien, -al
parecer, el régimen-, ha empleado armas químicas contra la población. ¡Y eso no
es de recibo! ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Obama, el líder del país
que lidera la lucha por la libertad y los derechos humanos, ha dicho basta y
dirige la singladura de su flota humanitaria cargada de misiles hacia las
costas sirias ¡Ahí es nada!
Desconozco las verdaderas
razones que impulsan a Obama a actuar ahora, o a amenazar, al menos.
Pero el cinismo generalizado de
los gobiernos, de los seres humanos, sí me parece insoportable.
Cien mil muertos repartidos en
el tiempo mediante el uso de las armas convencionales, población civil
ametrallada en las plazas, dos millones de refugiados en las fronteras de los
países limítrofes, gente a la que la guerra has despedazado la vida, se puede
soportar. Pero un ataque con armas químicas, ya no.
Como si el instrumento que
produce la muerte fuese más importante que la muerte misma.
La ONU, ese viciado parlamento
de cartón piedra, tampoco lo tiene claro. Ni siquiera lo puede debatir. La
naturaleza de su inoperatividad radica en su diseño. Cinco países tienen
derecho de veto -no se trata en sesión plenaria aquello que no les interesa-
por el injustificable privilegio de que hace ya casi setenta años resultaron
vencedores en la mayor catástrofe que la humanidad haya soportado hasta el día
de hoy, la Segunda Guerra Mundial. La ONU es un gigante encadenado. Casi
podríamos anularla y evitarnos los gastos indudables que ocasiona.
Cinismo. Discursos vacíos empeñados en afirmar en vano que la
conciencia humana es capaz de establecer límites precisos entre el bien y el
mal ¡Claro que puede, pero el establecimiento de esos límites no siempre
conviene! ¡Hipocresía!
Hay un tratado internacional
que prohíbe la producción y el uso de armas químicas desde 1997. No incluye la
producción y el uso de armas convencionales, como si las muertes que provocan
esos arsenales fuesen moralmente aceptables. ¡Hipocresía! ¿No podríamos
redactar un tratado internacional que prohibiese la fabricación, el
almacenamiento, la venta y el uso de cualquier tipo de armas? ¿No podemos
proscribir la guerra...?
El mercado mundial de armas de los últimos cinco años, en plena
crisis económica, ha aumentado sus ventas en un veinticinco por ciento. Los
cuatro grandes exportadores son Estados Unidos, Alemania, Inglaterra y Francia.
Tres de ellos están preparados para intervenir en Siria para proteger -dicen- a
la población civil.
¿No podrían haberse evitado esta intervención arriesgada si no hubieran
armado con anterioridad a los contendientes? ¡Hipocresía insoportable me
parece!
¡Líneas rojas! Ese concepto es una
burla a la razón.
La línea roja verdadera es
otra, anteponer los intereses de la minoría dominante a la dignidad humana, al
derecho a la vida- y a la vida digna- de cualquier ser humano.
Luego hay otras líneas rojas. Son las de
las relaciones personales. Toda una vida indagándolas y acabas descubriendo que
son como una selva virgen; con demasiados espacios inexplorados; con
equilibrios frágiles a pesar del afecto, del respeto exquisito, de la
solidaridad; con peligros inesperados. No son sino la expresión de la propia
complejidad humana. Demasiado, para este humilde blog.
Otro día, si consigo certezas, hablaré de
esas inestables líneas rojas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario