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miércoles, 31 de diciembre de 2014

¡¡Pobre Grecia, entregada al diablo!!


            Es bien cierto que la izquierda europea hace ya mucho tiempo que se entregó con armas y bagajes a los dictados del liberalismo radical que han ido imponiendo los denominados mercados, ambiguo término que esconde los intereses desmedidos del capitalismo  especulativo. Pero, a veces, la memoria ciudadana de que fue la izquierda histórica la que se  dejó el pellejo en pos de la igualdad verdadera ante la ley, la igualdad ante la ley que no excluyera a nadie, florece por desesperación y sus brotes frágiles alarman al enemigo poderoso, acostumbrado a un dominio indiscutible sobre la vida humana.
      Ese capitalismo que domina actualmente nuestras vidas está revestido de un cinismo que solo pueden permitirse los que están plenamente convencidos de su propia invulnerabilidad, de su fuerza indiscutible. Ya no necesita ni argumentos morales. Le basta hacer oír su discurso unívoco, dar rienda suelta a sus heraldos feroces y unánimes. “O nuestras reglas, o el llanto y el crujir de dientes”, nos repiten enarbolando las dos tablas pétreas donde el becerro de oro al que dan culto dejó escrito que el sacrificio humano no solo forma parte del juego, sino que resulta imprescindible.
     Es lo que están haciendo con Grecia, una vez más el gran damnificado, el país innecesario, el leproso de Europa, por ahora. Syriza, la voz desesperada de un pueblo al que condenan a pagar los insoportables intereses de los especuladores con el hambre de sus niños, los medicamentos de sus tres millones de personas privadas de atención médica y,  desde ahora, con las pensiones de sus ancianos indefensos, es el diablo mismo. Votarlos será digno de castigos bíblicos. Ya han empezado, y envían un aviso feroz. El FMI, la Comisión Europea, El Banco Central Europeo, vicario de los intereses alemanes, ya les han cerrado el grifo que gotea raciones de supervivencia para poder acabarlos de esquilmar mientras respiren.
      Oigo mensajes que defienden la postura de esta Europa inhumana y crudelísima, como lo son los principios que hoy la inspiran. Las políticas económicas europeas son erróneas, dicen, pero es Europa, con su ayuda, la que mantiene a los países en peores circunstancias.
            ¿Ayuda…?, me pregunto. En ausencia de otros yacimientos de inversión, el excedente monetario de los especuladores que creen empobrecerse si no aumentan sus riquezas cada día, usa las necesidades financieras de los países como recurso seguro para sus inversiones. Tengo por cierto que no quieren países sin necesidad de déficit. Y esta crisis ha sido una lluvia de oro sobre sus bolsillos. De ahí la conveniencia de prolongarla cuanto puedan. La ayuda verdadera debería haber partido, hace ya años, del Banco Central Europeo, pero el capitalismo especulativo la ha vetado, con el visto bueno de los gobiernos denominados liberales. Esa es la realidad sangrante y dolorosa
      Pero la gallina que deja los huevos en su cesta ha de estar asegurada. Necesitan políticos afines, cómplices, colaboradores; gente que no solicite revisar el sistema miserable con que ahora gobiernan nuestras vidas, sino que se esmere en mantenerlo.
     Oigo argumentos en torno a la idea de que fueron los griegos, sus propias irresponsabilidades financieras y fiscales, los causantes de su propia desgracia. ¿Qué griegos?, me pregunto. ¿Los que tienen sus capitales culpables del desastre  a buen recaudo en los paraísos fiscales que Europa tolera y patrocina o los griegos pobres, prisioneros en este campo de concentración en que las políticas europeas han convertido a la cuna de Europa?
      Syriza, como otras fuerzas a las que la Europa miserable que especula con el sufrimiento humano, tilda de populismos empobrecedores, no es sino la voz desesperada de un pueblo que necesita recuperar su dignidad y el control de su propia existencia.
            ¿Fuera del euro? ¿Y qué? 
            ¿Qué ofrece el euro a un pueblo empobrecido? 
            ¿Una deuda insoportable pendiente como la espada de Damocles sobre diez generaciones? ¿Una existencia miserable? ¿Paraísos fiscales para su capital fugitivo tras causar la ruina de una nación? ¿Fronteras cerradas a sus desempleados que mendigan trabajo en otras latitudes? ¿Amenazas ante la soberanía del individuo que se acerca a una urna a depositar su voto? ¿Socios que especulan con el hambre de sus hijos, con el dolor de sus enfermos, con la indefensión de sus ancianos…?
     ¿Era esta la Europa a la que aspirábamos cuando éramos jóvenes, hermosos y  bien intencionados…? ¿En esta Europa depositamos un día nuestra esperanza? ¿Es esta Europa la que merece que yo acepte su ciudadanía…?
    Porque esta Europa  me produce rechazo y me avergüenza.



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