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lunes, 3 de febrero de 2014

Elecciones europeas

                En mayo toca renovar el Parlamento Europeo. Quizás, cuando mencionamos Europa hoy, tengamos una reacción justificada, la decepción porque traicionó nuestras esperanzas nos induce al rechazo. En la última encuesta que ha caído en mis manos sobre la intención de voto en las próximas elecciones europeas, independientemente de unos datos poco fiables todavía sobre los resultados de los partidos, llamaba la atención el índice actual de la abstención. Aproximadamente el 56% de los españoles con derecho a votar manifestaban su intención de no hacerlo.
            En mi humilde opinión es un error.
            Y el error hay que achacarlo, sobre todo, una vez más a la mediocridad de la clase política más o menos profesional que soportamos.
            Hemos ido elaborando una imagen del Parlamento Europeo como un refugio de las viejas glorias de la política nacional, un destino distante para gente incómoda a las ejecutivas de los partidos, o un premio para algunos esforzados de la política servil que no encontraron acomodo en las listas nacionales. Y no debemos andar descaminados.
            La percepción que el ciudadano medio tiene del Parlamento Europeo es que una máquina oxidada y sin valor que no decide nada en nuestras vidas. La economía, el principal caballo de batalla, tiene sus ejecutores ajenos al legislativo. Y bien que los sufrimos.
            De ahí el desinterés de los ciudadanos por unas elecciones que, al parecer, nada deciden.
            Y hay que cambiar la percepción, explicar al ciudadano que el próximo Parlamento tendrá funciones que afectarán notablemente a nuestras vidas, porque elegirá al Presidente de la Comisión y gestionará el presupuesto.
            Nuestros políticos profesionales no lo explican.Una vez más desprecian a los que deberían representar. Quizás no saben todavía que nuestro futuro, en gran medida, está en las manos de esa Europa que hoy rechazamos por sus políticas ruinosas. Y queremos otra Europa.
            Quizás no lo explican porque están en otra guerra, la de su propia supervivencia y porque carecen de interés verdadero por la acción política, la que tiene como objetivo lograr la participación, encontrar procedimientos para la solución de los problemas colectivos y preparar las condiciones de un futuro mejor para la población. 
            Ignorando la importancia de Europa en nuestras vidas, han decidido que estas elecciones son sólo un test para calcular cuántas cicatrices acumulan en el pellejo por la nefasta gestión de nuestras vidas en los últimos años. 
            Unos aspiran a que las mentiras urdidas sobre la recuperación económica invisible tapen las doloras verdades de la regresión en los derechos, en el empleo, en los valores ciudadanos, en la convivencia,y en los servicios públicos. Temen a estas elecciones como a una vara verde, porque las previsiones de intención de voto les auguran considerables pérdidas de afecto. Las prohibirían si estuviera en su mano. 
            Algunos temen con motivos fundados que el hundimiento del contrario no traiga el grano del voto a su granero; temen la confirmación de que están rodeados de desierto.
            Otros, sí; otros esperan impacientes estas elecciones como agua de abril. Ya saben que en el reparto caerá sobre su plato una ración inesperadamente generosa. No tanto por sus propuestas de futuro, como por el castigo de quienes han acumulado más culpa en estos años.
            Pero ninguno de ellos anda explicando por qué es importante que acudamos a las urnas. 
            Me da igual. Yo buscaré, cuando llegue la hora en los programas. Quien lleve entre sus objetivos la unión fiscal de la Unión Europea, la persecución de los paraísos fiscales, medidas de control para el capitalismo financiero, y un amplio abanico de medidas sociales, obtendrá mi voto. Ciento veinte millones de europeos no garantizan en su mesa un plato de comida a la hora de comer en el continente más rico de la tierra. No los dejaré abandonados a su suerte. Y os pido que vosotros no los dejéis tampoco.

2 comentarios:

  1. Siento discrepar, Antonio. Yo me acercaré a las urnas cuando me dejen votar a los que mandar de verdad. Y mi voto irá, por supuesto, para el presidente de Coca-Cola, con ron, claro.

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  2. Respeto tu discrepancia. En mi opinión para que no sigan mandando los que mandan ahora es o el fusil o las urnas. Prefiero las urnas. Porque ellos aguantan bastante bien las discrepancias de salón o las discrepancias de la red que a ti y a mí nos sirven como espita.

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