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miércoles, 26 de febrero de 2014

No quiero que Rajoy me baje los impuestos

         Ya hemos pasado el cabo de Hornos,- ha dicho el presidente.
           Es el debate sobre el estado de la Nación, pero Rajoy no parece hablar de esta Nación, sino de alguna nación imaginaria que él tiene en su cabeza. 
 Porque esta, la nuestra, está bastante enferma. Está infectada por el virus mutante de la corrupción, que ha invadido hasta la entraña los tejidos de la sociedad. Está aquejada por la obsolescencia que ha hecho mella en las instituciones que debieran ser el esqueleto que sustenta el edificio de un estado eficaz y solidario. Está asqueada de sí misma, porque se mire en el espejo que se mire, la imagen que le devuelve es la de un país que desconfía, que desespera, que sobrevive como puede.
            Hay mucha gente honesta sometida a un debate inmoral  entre el fraude que supone a la propia conciencia aceptar lo que te ofrezcan, siempre en B, y sobrevivir,  o renunciar a ser el cómplice necesario de este sistema inmundo que han dibujado las reformas diseñadas a la medida de los intereses del dinero y quedarse al margen, sin la seguridad de llegar hasta mañana.  Y eso asquea.
            Rajoy, al menos, ha pasado ya el cabo de Hornos, conocido también como el de las Tormentas. Eso  afirma él. Si fuera honesto, al volver la vista hacia las olas encrespadas de ese lugar donde las fuerzas desatadas de dos océanos  se embisten sin descanso, vería que el resto del país ha naufragado. Si fuera honesto, tardaría un tiempo en colgarse de la oreja el arete que distingue al marinero que logró sobrevivir a ese lugar terrible.
            El muñidor de falsedades más inicuo que nos ha salido de las urnas promete cosas que suenan tentadoras. Y logra su objetivo. Titular seguro en el prensa vicaria. Rajoy da por acabada la crisis, propone una tarifa plana de las cotizaciones a la Seguridad Social para los nuevos contratos, rebajando un porcentaje importante al empresario, y una exención de IRPF para los salarios que no superen los doce mil euros anuales. En cuanto a esta propuesta, la manipulación es evidente, puesto que ya está la exención tributaria en ese umbral, o casi (11.100 €). 
            Habrá quien lo aplauda, porque el agotamiento hace mella en el cerebro humano. Y habrá quien se abrace a esa bandera falsa, porque el desesperado necesita aferrarse a cualquier asidero que asome al borde del precipicio, aunque sea a la cola de una serpiente venenosa. Arrancará algún porcentaje en la intención de voto y el aplauso obediente de los suyos. Mañana nos dirán que él ha ganado en el debate, como si eso nos importara lo más mínimo. Porque la única verdad es que, de nuevo, hemos perdido todos.
            Esa rebaja simulada en los impuestos tiene unas consecuencias terribles a medio y largo plazo.
            A nivel personal, porque a los salarios basura se añaden ahora las cotizaciones basura. Sobre esas cotizaciones basura se calculará algún día la pensión basura que habrás de recibir cuando las fuerzas te abandonen y no puedas acudir al “mini job” basura con que sustentaste tu existencia en esta patria extraordinaria.
            A nivel colectivo, el proyecto estrella que han ideado los prestidigitadores que intentan confundirnos con conejos y chisteras, responde a un plan mucho más elaborado y maquiavélico, el empobrecimiento del Estado. No hay otro objetivo más perseguido y menos declarado en el programa verdadero de estos falsarios que gobiernan.
            El Estado regulador y justo, un Estado fuerte y solidario, es su enemigo. Lo prefieren debilitado, raquítico, inútil para garantizar derechos y equilibrar desigualdades. La desigualdad, mejor si es acusada, es el único  modelo social que cabe en sus cabezas. Programan la lenta destrucción del estado moderno y la recuperación de aquel órgano dañino, al que prendimos fuego hace ya siglos, cuya única finalidad reconocida era mantener la calle en orden y coartar las libertades.
            Yo no quiero que Rajoy me baje ni un euro en mis impuestos, porque cada rebaja simulada con la que intenta conquistar el voto irreflexivo me costará bastante más en IVA, en copagos sanitarios, en matriculas universitarias, en recortes de becas escolares, en pensiones de hambre, en personas dependientes abandonadas a su suerte, en inversiones para la investigación y el desarrollo, en infraestructuras del estado imprescindibles para llegar el futuro en igualdad de condiciones que otros países europeos, en empleo público, en servicios públicos eficaces y honestos. Que me ahorre Rajoy la vergüenza de contemplar cómo esta patria camina en dirección contraria a la que la historia nos reclama y va dejando en las cunetas polvorientas derechos primordiales que nos habíamos otorgado. No podemos olvidar que nosotros somos los verdaderos soberanos.
            Ellos, los cínicos que mienten en cada palabra que pronuncian, desmontan el Estado, la organización más noble que tenemos, porque el Estado somos todos, con la ineludible obligación de repartir con justicia obligaciones y derechos y de cuidar unos de otros.
            Ellos, los esbirros serviles de intereses inmorales, desprestigian la política, una noble ocupación humana cuyo objetivo es organizar la convivencia según las normas más justas que encontremos.
            No quiero que Rajoy me baje los impuestos. Quiero que Rajoy se cuelgue de la oreja el arete que certifica que sobrevivió en su travesía por el Cabo de las Tormentas y se vaya a su casa, a ufanarse entre sus propios si le quedara alguno después de la derrota. Y  quiero que un gobierno decente, que sin duda este país merece, cuando por fin logremos encontrarlo, establezca un sistema justo de fiscalidad y persiga a los que esquivan sus obligaciones, nos roban, y nos condenan a una ruina evitable.
            ¡Maldita la hora en que nacieron y maldita la hora en que les dimos a sus cómplices las riendas del país!.
           


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