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sábado, 8 de febrero de 2014

Paseillo

        Siete horas de interrogatorio dan para muchas preguntas. Pero sabíamos las respuestas. “No recuerdo; no lo sé; no me consta; yo confiaba en mi marido”. Más o menos eran las respuestas esperadas. Y esas son las que resalta la prensa a estas horas del día.
           Los matrimonios de la gente importante están hechos a prueba de curiosidad. Husmear puede que no sea una costumbre saludable porque este país es un basurero de proporciones gigantescas.
          No lo hizo Ana Mato sobre el jaguar “marca Gürtel”, según acertada descripción de un portavoz de la oposición, que apareció en el garaje de su casa.
           No lo hizo la mujer de Bárcenas que prestó su firma a innumerables operaciones por las que su marido, hoy inquilino de Soto del Real, iba borrando el rastro del dinero culpable que amontonan delincuentes revestido de un poder corrompido.
     Y aun no sabemos si Cospedal se interesó por el dinero negro que su marido presuntamente recibió durante años de Iberbank. Puede que un día un juez atrevido lo pregunte. Sabemos la respuesta. “No lo recuerdo; no lo sé; no me consta”. Sabremos entonces que el matrimonio “Prospedal” comparte lujos orientales, que sin duda merece, pero no comparte sus secretos más comprometedores.
           Que un miembro de la familia real comparezca ante el juez es todo un hito. No un hito en nuestra corta y enfermiza democracia;  es un hito que llena de extrañeza a medio mundo, porque las monarquías suelen lavar sus trapos sucios en el patio trasero de palacio. De ahí la cobertura extraordinaria de medios de comunicación de todo el mundo. Se dice que más de cuatrocientos.
          Conozco ya el resultado de este caso. Cualquiera de vosotros lo conoce. El fiscal y el abogado del Estado se han estado negando ferozmente a que esta mujer acudiera a los juzgados; los técnicos de Hacienda la han exculpado ya de oficio. Todo se saldará probablemente con la devolución al fisco de cantidades defraudadas “por desconocimiento” y aquí, paz y luego gloria. Y el juez osado que siguió su instinto justiciero, el mandato  constitucional y la voz de su conciencia, se palpará la ropa, teniendo en la retina las secuelas que ese mismo espíritu ha dejado a Elpidio Silva y a Baltasar Garzón. Hoy lo he visto brevemente en televisión. Me ha parecido nervioso, inquieto y vociferante; puede que ya presienta la sombra de los sicarios que persiguen sus pasos.
            El poder es así; guarda en la memoria quién lo puso en peligro y alguna vez le pasará factura.
            Los accesos a los juzgados de Palma eran esta mañana una galería de las múltiples Españas indignadas, doloridas, desesperadas o defensoras del pasado que hoy se observan en cualquier lugar donde haya una oportunidad de cobertura mediática. Parados que reclaman un futuro; desahuciados; trabajadores de las plantas de envasado de esa bebida americana que se ha molestado con Hacienda por una multa de un par de millones y se lo cobra con un cierra empresarial; republicanos; monárquicos; indignados de la más diversa procedencia; y curiosos, muchos curiosos en busca de emociones o de un minuto de notoriedad.
            He escuchado en la radio la decepción de quienes aguardaban el recorrido a pie por esa pasarela de la indignidad que llaman “paseíllo”. El hecho de que la hija del rey lo haya evitado ha sido calificado como una grandísima injusticia. No sé por qué. Ese castigo añadido no está prescrito en ningún código. Nadie debería ser sometido a ese ritual infame para que la masa, en su versión irracional, huela la sangre desde cerca. Y esa decepción aireada me asquea sobremanera. La justicia verdadera, la que debe emanar de una democracia saludable es otra. El “paseíllo” como un acto de justicia reclamable es solo circo innoble, bajeza, una prueba más de que este país es un basurero inmenso.
            Tras esta declaración en sede judicial de una de las herederas potenciales de la corona, gente ilusa cree que este raro acontecimiento en la historia de las monarquías pasará factura a los Borbones que reinan en España. Nada más lejos de la realidad. Los estrategas de la comunicación, los manipuladores de oficio, harán de esta deshonra una victoria. El mensaje que se cocina a fuego lento es que la casa real es una familia más que se somete a la ley y acata las decisiones de los jueces. Como consecuencia de este error, esta hija incapaz de poner en duda la honestidad de su marido, irá borrándose poco a poco de las fotografías, desaparecerá de los actos oficiales y será protegida en la más estricta intimidad.

            

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