Cuando Hollande ganó las elecciones en Francia, un
escalofrío recorrió la espina dorsal de la Europa Merkeliana. Por muy
deteriorada que esté en Europa la izquierda histórica, Hollande triunfó con un
programa muy distante de las reformas que propugna el capitalismo europeo
infiltrado en los gobiernos. Llevaba en su programa la subida de impuestos a
los más ricos, la apuesta por la educación, y la inversión del Estado en
sectores más frágiles para mantener el empleo.
El socialista Hollande decidió ser
fiscalmente responsable; decidió no hundir más en la miseria a los más pobres y
defender las atribuciones del Estado en el mantenimiento de la igualdad y los
servicios públicos.
El comisario económico de la Unión
Europea, ese nefasto personaje a sueldo del capitalismo embravecido, las muy
instrumentadas agencias de calificación económica que tanto daño originan a los
países de la tierra con la connivencia de las fuerzas políticas dominantes que
no las descalifican a su vez, las ilegalizan por prácticas económicas
criminales y encarcelan a sus dirigentes, y el FMI, el vicario general del
capitalismo secular han decidido que Francia, un país que está intentando no
secundar la política empobrecedora que se ha recetado a los estados europeos,
es inviable y pone en riesgo la precaria recuperación de la economía de la
Unión Europea.
Así que ya sabemos cómo se
controla el voto ciudadano. Si se os ocurre votar a un programa de la deslucida
izquierda europea, le declararemos la guerra que hoy se estila, la guerra
económica; sitiaremos su economía con la prima de riesgo, imposibilitaremos el
desarrollo de sus programas políticos, impediremos que caiga en la tentación de
recuperar el Estado Social.
O aceptamos sus imposiciones o echan sobre los pueblos el bloqueo
económico y la ruina acelerada.
Al socaire de este proyecto criminal vuelve a aullar en las estepas
europeas el informe monstruo del fascismo renacido, ahora sin disimulo alguno.
No sé vosotros, pero yo no veo
otra salida que la explosión social, y hemos aguantado tanta indignidad,
acumulamos tanta frustración, que si en algún rincón del mundo comenzase este
incendio indeseable, se extenderá rápidamente, porque la superficie de la
tierra está surcada de regueros de pólvora; la pólvora que reparten los
soberbios que a si mismo se otorgan el dominio del mundo, aquellos que creen
que los seres humanos somos solo instrumentos para su enriquecimiento.
El único código moral indiscutible es el
dinero. Qatar, ese Emirato que se baña en petróleo, el país más rico de la
tierra si hemos de hacer caso a la renta per cápita, la más alta del mundo, fue
agraciado por la FIFA con la organización de un campeonato del Mundo de Fútbol,
a pesar de su nula tradición futbolística. Como el COI y como tantos organismos
infames que ocultan su verdadero rostro de mercaderes corruptos tras los
amplios estandartes de la práctica deportiva, la FIFA concedió este privilegio
a quien más petrodólares usó en la compra de sus votos. Habrán de cambiar
costumbre y calendarios. Será un campeonato del Mundo de Fútbol que se
celebrará por primera vez en invierno, dadas las inhumanas condiciones
climatológicas del desierto en verano para la práctica de deportes de
competición.
Como en otras decisiones relativas a las
candidaturas de las sedes de eventos deportivos prestigiosos y multitudinarios,
la tajada que los consejeros de la FIFA llevan en la construcción de
infraestructuras es cuantiosa. En Qatar todos los estadios serán nuevos, se
construyen aceleradamente para estar disponibles en la fecha prevista. De
pronto el Emirato se convirtió en la tierra prometida para trabajadores pobres
de países subdesarrollados. Había trabajo y, aparentemente, condiciones
favorables para ganar dinero, del que hay en abundancia bajo las arenas del
desierto.
Fue un espejismo.
Las noticias sobre las condiciones de
trabajo y de vida de los emigrantes que acudieron al señuelo comienzan a
filtrase a pesar del férreo control del carcelero rico: jornadas de trabajo de
dieciséis horas, ausencia de jornadas de descanso, muchos meses sin recibir
salario alguno y retirada de pasaportes para evitar la huida de los esclavos
del siglo XXI.
Nadie, ni una sola de las Instituciones
mundiales que nos otorgamos para la defensa de aquellos logros que
denominábamos derechos humanos, proclamados con altisonantes palabras y citas
de la Biblia en documentos que ya viven su gloria en los museos, mira en
aquella dirección.
Decidme si este mundo no es sino un
gigantesco teatro donde se representa una desvergonzada farsa, cuyo guión
sangriento lo ha escrito el capitalismo , dueño ya de la vida de los seres
humanos, lacra universal que nos deja sin valores morales, sin conciencia y , a
poco que lo dejemos, sin futuro.
Ese es el mundo que nos tienen diseñado,
un mundo donde una minoría sin conciencia esclaviza a la inmensa mayoría. Qatar
es el modelo de la nueva competitividad que nos predican. Hacia Qatar caminamos
con paso firme, y cuando se aprueben las modificaciones del gobierno sobre
seguridad ciudadana, a paso cuartelero.
A pesar de todo, ese mismo gobierno parece
que se mantiene en cabeza en las encuestas de intención de voto. En contra de
la opinión general, creo que las únicas personas que mantienen la dignidad en
este país son los que emigran en busca de una vida decente en algún sitio.
Ojalá yo tuviera edad y redaños.
Enhorabuena, Antonio, por tan buen artículo, pero, ¿quién será quien, como Odiseo, azote las conciencias y quite la flor de loto de nuestra boca?
ResponderEliminarQuizá no sea nadie quien nos libere de la flor de loto, sino la desesperación, el último de los recursos que les queda a los pueblos, si alguna vez aceptan la cruda realidad. Y la realidad ahora es cruda y desesperanzadora. Y no hablo de nuestra realidad; hablo de la realidad universal, porque el mal es universal y contagioso.
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