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martes, 27 de septiembre de 2016

La puta Transición

        Recientemente obligaciones profesionales me han hecho participar en las últimas pruebas de Selectividad según las conocemos.  En uno de esos momentos de excitación que invade al alumnado en general antes de acceder al aula donde se celebrará el examen próximo escuche a una muchacha intranquila: “Ahora, Historia. Ojalá no salga la puta Transición”.
            Supongo que el calificativo tendría que ver con el grado de dificultad académica del tema en sí, o  con el escaso grado de confianza que ella tuviera en sus conocimientos sobre el mismo, pero uno no sabe ya en qué pensar cuando la Transición es el objeto de reflexión o de debate.
            En los últimos tiempos políticos la valoración de la Transición se ha ido deteriorando a pasos agigantados, aunque durante mucho tiempo nos sentimos orgullosos del laborioso proceso mediante el cual este pueblo llevó a cabo una pacífica revolución y se abrió las puertas de la modernidad.
No hay modernidad sin igualdad ante la Ley.
Y hasta la Constitución del 78 en España no hubo igualdad ante la Ley. Hubo antes intentos incompletos, fallidos y que nos dejaron demasiadas cicatrices sobre el pellejo. Y no hay pueblo que haya dado el paso a la modernidad sin una revolución. La igualdad ante la Ley supone arrebatar privilegios a los que los detentan.
 La Transición fue  nuestra revolución, la que andábamos reclamando desde 1812. Y la transformación de la sociedad fue brutal. Damos fe de ello quienes hemos sido testigos de los cambios, quienes conocíamos las miserias del punto de partida. Pero eso no se percibe sin la debida perspectiva. Hay quien cree que las libertades, las garantías judiciales, la sanidad pública, la educación pública, los servicios sociales, las comunicaciones actuales, la calidad de vida a pesar del retroceso de los últimos años son bienes espontáneos y eternos.
Ninguna sociedad sale perfecta e impoluta de sus revoluciones, porque se sustenta sobre el sustrato humano. Ningún sistema político está libre de la corrupción, del deterioro moral, del contagioso contacto con la ambición y el interés privado invadiendo la esfera de lo público.
 Ninguno. En ninguna parte.
Oigo decir” la puta transición” y tengo la certeza de que algo  ha fallado. Quizás sucede que, si no se han dado un baño de sangre, las revoluciones resultan despreciables.
Aunque seguramente lo que este pueblo desprecie de verdad sea la cultura, ese tesoro indefinible que ayuda a comprender y a comprenderse.
Los fracasos de hoy no son consecuencia del diseño inicial; ese es un argumento perezoso y cobarde. 
Los fracasos de hoy son obra de los hombres de hoy.  

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