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lunes, 9 de febrero de 2015

Pluto, Thomas Piketty y la reforma universitaria del Partido Popular

          No suelo faltar en verano al Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Hay pocas experiencias teatrales, como público, que puedan compararse a ese espectáculo único. Por razones que no hacen al caso, este verano falté a mi placentero compromiso.
            En la agenda, como obra imprescindible para asistir el verano último  estaba “Pluto”. No. No recurren a los dibujos animados de Disney en el Festival de Teatro Clásico de Mérida. Este “Pluto” es anterior al perro desafortunado de los dibujos animados. Es el título de una comedia universal de Aristófanes, escrita hace ya veinticinco siglos, sobre un asunto que aun no hemos sabido resolver, la justa distribución de la riqueza.
            Me pareció una elección oportuna y acertada en la programación del Festival. Thomas Piketty, un economista francés arrasaba en las librerías con su obra “El capital en el siglo XXI”, cuya tema primordial es el mismo que ocupó al ingenioso y ácido comediógrafo ateniense hace veinticinco siglos, la desigualdad y el reparto justo de la riqueza.
            Como la vida suele dar casi siempre segundas oportunidades, este fin de semana he podido asistir a la representación de “Pluto” en el teatro Lope de Vega de Sevilla. Casi al mismo tiempo, tras el necesario periodo de adaptación que siempre les concedo a las obras que gozan de gran fama de crítica pero que son de difícil digestión para el público poco especializado como yo, he comenzado la lectura del “El capital  en el siglo XIX”. Casualidades de la vida.
            La obra de  Aristófanes bien podría valer como alegoría de nuestro tiempo. Los pobres en Atenas son legión; ni comer pueden; algunos han debido venderse a sí mismos como esclavos para pagar sus deudas. Como esclavos, al menos tienen en la mesa un plato de puré de lentejas.
            Casi es lo mismo venderse como esclavo que aceptar un empleo tras la reforma laboral de Rajoy.
            Los políticos venales y corruptos de aquella Atenas en declive imparable  resultan elegidos desgranando promesas de mejorar la vida de la gente, pero una vez conseguido su asiento en la Asamblea, solo acuden a ella para llenarse los bolsillos, olvidados ya los compromisos adquiridos ante los representados, y en eso bien podréis concluir conmigo que, tras veinticinco siglos, las situación no ha mejorado mucho.
            Sobre la distribución de la riqueza, Aristófanes no se aleja demasiado de las tradiciones de su pueblo. Entre los griegos, el Olimpo está plagado de culpables perfectos. Pluto, el rico, al que el todopoderoso Zeus ha dejado ciego, celoso de que los hombres invoquen al dios-dinero más que al propio rey de los dioses, reparte la riqueza sin criterio. Ciego, no puede discernir si hace ricos a los hombres justos o a los hombres malvados. Los pobres se las ingeniarán para devolverle la vista al dios-dinero que, durante un tiempo, distribuye la riqueza de manera razonable. Muchos pobres, se supone que hombres justos, encuentran motivos para vivir con alegría.
            Es curioso que esta tesis de Aristófanes, la riqueza es un premio de un dios al hombre justo y bueno, entrara con vigor en el credo protestante ya en los albores del capitalismo moderno.
            Todo está en Grecia. Ya lo he dicho alguna vez.
            Pero en la comedia de Aristófanes, una antagonista desagradable, sucia y agorera, anda dando saltos por el escenario y reclamando su papel determinante en la historia de la humanidad. Se trata de la Pobreza.
            Pensadlo. Sin pobres, ¿quién hará el trabajo que produce el beneficio que acumulan los ricos…?
            La obra se cierra con la amenazadora promesa de la Pobreza de retomar pronto las riendas de la situación entre los hombres. Por lo que hoy, mucho siglos después, podemos comprobar, la ha cumplido con creces.
            La obra de Piketty aborda también el problema de la distribución de la riqueza. Sus afirmaciones se asientan en datos estadísticos que ha perseguido en cuantas fuentes de historia económica tenemos registradas.
            Ha generado una legión de seguidores y una legión de enemigos enconados.
            Porque Pikety no comparte las teorías liberales de que el Mercado, – el dios-dinero de la comedia de Aristófanes-, equilibre por si solo las desigualdades si le damos tiempo. Y analizando las tendencias económicas desde los años setenta del siglo pasado, Piketty se siente más inclinado a concluir que en ese periodo, una vez acalladas las consecuencias terribles de la Segunda Guerra Mundial y apaciguada la Guerra Fría tras la dura experiencia de la crisis de los misiles de Cuba, las desigualdades no han hecho sino crecer, y a un ritmo creciente desde la última década del siglo XX y en los años que llevamos del siglo XXI.
            Dice Piketty, y por ello me siento inclinado a darle la razón cuando aun tengo más de la mitad de su obra pendiente de lectura, que el control de la desigualdad es una función política, y que los Mercados han de ser regulados por el poder político en representación de la sociedad civil.
            Dice también que no basta con eso. Afirma que corresponde al poder político incorporar medidas para aumentar la igualdad. Entre todas ellas encumbra la educación, la capacitación y el desarrollo de competencias. No hay mayor capital ni mayor instrumento que facilite la igualdad de los individuos.
            Como comparto esa tesis del economista francés, comprenderéis por qué traigo a colación la reforma Universitaria del Partido Popular.
            El 11 de noviembre de 2012 publiqué una entrada en este blog bajo el título “Wert ha plagiado su reforma educativa”. Está feo citarse a uno mismo, pero resumiré en parte aquellos contenidos. Decía así:
“La reforma educativa del Partido Popular responde a la servil aceptación del diseño de la OCDE -(Organización para la Cooperación y el Desarrollo, integrada por los países más ricos de la tierra)-, plasmada en su cuaderno de política económica nº 13, del año 1996. No se trata de un invento reciente, desde luego. Establecía la OCDE, ya en esas fechas, que el mercado laboral de los países desarrollados manifestaba una tendencia bipolar; se generarían empleos de alta cualificación tecnológica y bien remunerados, pero en torno al 60 % de los empleos futuros  sería para trabajadores sin cualificación.
            Lógicamente, ante esta perspectiva, el capitalismo se planteaba, ya en 1996, la absoluta ineficacia económica de la masificación de las enseñanzas. Las clases medias no sólo deben aceptar su pérdida de poder adquisitivo; habrán de aceptar también el empobrecimiento cultural.
            La estrategia política recomendada por la OCDE a los gobiernos era disminuir de forma paulatina la dotación a la enseñanza; recomendaba no limitar el acceso a las enseñanzas públicas, aspecto que tendría fuerte contestación social, sino ir bajando gradualmente la calidad de la misma mediante el aumento de las ratios escolares, el aumento de las horas de dedicación del profesorado, la supresión de programas costosos de atención a la diversidad, la selección temprana del alumnado cuyo destino debería ser engrosar esos empleos de baja cualificación, y, al tiempo, aumentar las exigencias económicas en las matriculas de la Universidades e ir disminuyendo la cantidad destinada a  las becas.

            Los planes se cumplen de forma rigurosa en las propuestas educativas del partido Popular. Y la Reforma Universitaria no es sino la consumación de ese proyecto. Excluye a los menos capaces económicamente y facilita el camino a los descendientes de familias más acomodadas en la competencia por ese 40% de empleos bien remunerados.
            La matrícula de un curso de grado, por término  medio, viene a suponer unos 1400 euros anuales.
            Wert afirma que su propuesta supone un ahorro de gasto de matrícula a las familias porque se ahorran un curso. De acuerdo. Se lo concedemos al Ministro. Una familia ahorra 1400 euros en la matrícula universitaria de grado.
            Hablemos ahora de los másteres. El máster más barato de España rondará los 4000 euros. Y hasta ahora el alumnado universitario solo debía realizar un año de máster. Con la propuesta del Partido Popular deberá completar dos años de máster para competir en igualdad de condiciones por ese 40% de empleos bien remunerados que el sistema garantiza. Lo demás será empleo basura.
            Dicen el ministro y Monserrat Gomendio, esa sibila de perfil autoritario y técnico que el Partido Popular ha colocado ante los medios para evitarle a Wert tanto disgusto, que a nadie se le exige hacer un máster, pero cualquier universitario español sabe de sobras que tres años de grado sin los dos másteres valdrán lo mismo que un certificado de escolarización obligatoria en su currículum. ¡Nada!
            El caso es que muchos no podrán afrontar las exigencias económicas. Y la Pobreza se frotará las manos porque Pluto, otra vez ciego o borracho, ha vuelto a olvidarse de los pobres.
            Y el Estado, por abandonar la alegoría para darnos de bruces con la cruda realidad, no cumple con las funciones que justifican su existencia.
            No todo está perdido. Nos quedan dos armas: la indignación y el voto.



3 comentarios:

  1. Magnífico análisis, Antonio. Espero que no te tachen de inventar conspiraciones por dar en el blanco de la dolorosa verdad.

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  2. Que me tachen de lo que quieran. A mi edad cargo ya con infinidad de tachaduras. Y, la verdad, no me importa gran cosa.

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    1. Antonio, excelente y directo al tema que se analiza, cuando se escribe con la verdad para que al menos algunos abran más los ojos, no importa lo que piensen de uno, sino lo que uno mismo cree es un deber moral.

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