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viernes, 2 de mayo de 2014

Mentiras que consuelan

         Estamos rodeados de mentiras. Generalmente, lo estamos. El conductismo, - la única aportación notable, y negativa, del pensamiento norteamericano a la cultura occidental -, potencia la mentira. Su máxima evangélica reza así: “Dale a un ser humano el estímulo preciso, y obtendrás la respuesta pretendida”.
            ¿Y si el estímulo es mentira…? ¿Qué más da? Lo único que importa es la respuesta.
            ¿Y la ética…? ¿Y la honradez…? ¿Y la confianza defraudada…?
            ¿Estamos hablando de honradez o de negocio…?
            Esta máxima se aplica, sobre todo, en la publicidad. Los seres humanos somos frágiles, necesitados de certezas; necesitados de alguna seguridad que aminore nuestro temor ante el futuro, ante la vulgaridad de nuestras vidas, ante el temor al envejecimiento, a la soledad, a pasar desapercibidos, a no ser absolutamente nadie en un mundo que exige notoriedad al triunfador.
            Y cuando carecemos de certezas, asumimos como certezas propias cualquier mensaje que se repita con frecuencia. O asociamos nuestras necesidades humanas a la propuesta del mensaje falaz de la publicidad. Serás feliz, hermoso, eternamente joven, triunfador, si consumes mi producto. ¡Y una mierda…!
             En eso confían los mentirosos habituales. Se acercan elecciones. Es hora de mentiras, mentiras clamorosas. Ellos, los mentirosos, han convertido  la democracia en una especie de prostíbulo, donde solo interesa la apariencia, la simulación, el artificio. Llegada la ocasión, la gente del oficio se dedica a la conquista del cliente. Eso somos, así nos consideran, clientes de este oficio artificioso y desalmado que profesionales de la simulación ejercen sin vergüenza alguna mientras simulan querernos con locura, compartir nuestras preocupaciones vitales, nuestras inquietudes más determinantes. Mienten. Lo habéis comprobado mil veces. Lo habéis gritado con amargura. No nos representan.
            Pero, ¿quién necesita la verdad, si las mentiras bien urdidas producen indudable consuelo y son rentables en las urnas…?
            De eso se trata.
            Las mentiras más repetidas, las más santificadas por la prensa amiga, las más altisonantes en los telediarios diseñados a la medida de los que aspiran a perpetuarse en el poder desde el que desmontan el Estado, nos repiten sin descanso que ya hemos salido de la crisis, que vamos bien, pero que iremos infinitamente mejor, gracias a sus medidas, las únicas medidas aplicables. Y lo repite a sus amigos del Golfo el rey de España, mientras mendiga inversiones para un país de golfos, de ladrones  impunes, y de políticos venales, serviles y corruptos en número abrumador y doloroso.
            La verdad, no obstante,  aunque resulte inútil frente a la artillería pesada de la manipulación mediática, es otra. La verdad cotidiana, la dolorosa verdad que asoma su rostro miserable en cada esquina es que casi un millón de familias en este país no percibe ya ingreso alguno. No hablamos de personas, sino de familias; familias condenadas a la pobreza extrema; la verdad dolorosa es que se sigue destruyendo empleo, a un ritmo de dos mil puestos de trabajo desaparecidos cada día; la verdad dolorosa es que el empleo escaso que sustituye al que desaparece es precario, temporal y mal remunerado; hasta tal punto que un organismo tan desprovisto de conciencia como el FMI manifiesta que en España el empleo que se crea no garantiza al trabajador poder atender las necesidades mínimas de su propia familia.¿Creeis que al FMI le interesa el bienestar de esos obreros y sus familias...? ¡En absoluto! Le preocupa el consumo interno como factor de enriquecimiento de los fondos buitres a los que representa y que están comprando a precio de saldo los restos sanos del país. 
            La verdad miserable es que ninguna medida de este gobierno está dando resultados positivos. Podrán enviar de mensajero con discursos optimistas a un rey lastrado por el quirófano y los excesos; podrán manipular las estadísticas; podrán inventarse cuadros macroeconómicos que no afectan al bolsillo del ciudadano, pero la verdad cruda es que el déficit público crece, que la deuda supera ya el Producto Interior Bruto del país; la verdad cruda que el Estado prostituido, debilitado, empobrecido, ninguneado por las políticas ultraliberales procedentes de Europa y aplicadas fervorosamente por Rajoy y sus secuaces  no podrá garantizar en poco tiempo ni las pensiones, ni la sanidad, ni la educación, ni los servicios sociales.
            La verdad cruda es que solo había una línea escrita en letra clara en el programa del PP: ¡Menos Estado!. Lo proclamó de forma reiterada. Y tuvo éxito, porque hay gente descerebrada que está convencida de que el Estado es el enemigo verdadero. Y no negaréis que lo está cumpliendo a rajatabla. Pero no son ellos los que deben recuperar el valor del Estado, somos nosotros. El Estado somos todos y cada uno de nosotros, con el deber ineludible de cuidar los unos de los otros. A ellos sencillamente hay que expulsarlos del poder para que no sigan destruyendo el futuro.
            La Historia de Europa comenzó con un rapto. Un dios rijoso y transformista, un toro verriondo, se llevó a la doncella que tenía un alfabeto y, por tanto, la llave del progreso. Durante un tiempo esta Europa contradictoria y dolorida, con un pasado cruento, me hizo alimentar una esperanza secreta. Esta Europa tenía los instrumentos políticos y sociales para humanizar el fenómeno desconocido de la globalización; ya que tantas veces colaboró a deshumanizar el mundo, Europa tenía ahora la obligación moral de mejorarlo. Ya veis que no. De nuevo la han raptado. Y ahora no ha sido un toro enamorado, sino el capitalismo desaforado, el que campa a sus anchas por el mundo, desvirtúa Constituciones, vacía de funciones Parlamentos y establece el programa a los gobiernos.
     Tenemos una obligación que no admite retrasos, recuperar la soberanía que nos han arrebatado. Y deberíamos tener un proyecto en común los ciudadanos europeos, recuperar la Europa social. Será un proceso largo, sin lugar a dudas porque buena parte de Europa ha perdido la fe en ese proyecto. La Europa actual ya no nos sirve. No es la nuestra. Hay que entrar en las trincheras del poder y desalojar al enemigo, ese enemigo que proclama que estamos bien, que estaremos mejor mañana mismo y que no hay otras medidas que las suyas, a saber, el expolio del Estado, dedicar el dinero de los Servicios Públicos al pago de la deuda que generó el sistema financiero privado, la precarización del empleo o la esclavitud enmascarada como instrumentos de progreso, y que lo racional es que los mercados establezcan los derechos, es decir, que cada uno de nosotros tenga los derechos que pueda costear. 
     Será una larga guerra desde luego, pero hay que empezar desalojando al enemigo de las trincheras del poder.

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