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martes, 1 de abril de 2014

Un discurso siniestro desde el púlpito de la catedral de La Almudena

   “La Regenta” es una de las cumbres narrativas del Realismo Español y eso es como decir que es una de las mejores novelas del siglo de los grandes novelistas del mundo. En uno de los pasajes más brillantes, Fermín de Pas, el Magistral de la catedral de Oviedo, ambicioso, inmoral, dominante, celoso e hipócrita según el dibujo de Clarín, anima a don Victor, el marido vejado, a tomar venganza de Álvaro Mesía, con un discurso envenenado sobre la necesidad del perdón  al tiempo que desliza las horribles consecuencias de la deshonra conocida por el mundo en la vida de un hombre. Tan convincente resulta su discurso que el viejo regente, que ya había asumido la propuesta razonable de su amigo Frígilis, acaba retando a duelo a don Álvaro Mesía, lo que Fermín de Paz no podía hacer dada su condición de sacerdote. Palabras escogidas con sutileza, usadas en el nombre de dios, para enmascarar sus frustraciones, sus pasiones miserables y destructivas y provocar la sinrazón de quien las oye.
El pasaje es una obra maestra por lo que se refiere a las intenciones maliciosas en un discurso de apariencia piadosa.
Si Clarín aún viviera y hubiera asistido ayer a los funerales de Estado por Adolfo Suárez, habría percibido entre los asistentes el fantasma soberbio de Fermín de Paz.
Rouco, en el nombre de dios volvió a apropiarse de nuevo del púlpito inevitable en un acto oficial del Estado, a pesar del artículo 16.3 de la Constitución que entró en vigor el veintinueve de diciembre de mil novecientos setenta y ocho. Y en el nombre de dios hizo una llamada a la concordia para superar, como deseó Suárez, hechos y actitudes que causaron la guerra civil “y que pueden volver a causarla”.
Esas palabras no son una invocación a la concordia; son la proclama de que ahora hay, de nuevo, razones suficientes para empezar otra cruzada contra separatistas, rojos y gente sin dios. Y sale de la boca de un representante de esa iglesia católica que saludaba brazo en alto, hacía entrar al dictador al templo bajo palio y lo defendía en los conciliábulos del concilio Vaticano porque les había devuelto la enseñanza que la República le arrebató.
Esas palabras no son la invitación a la concordia; son palabras que denotan añoranza, un ladrido provocador e inútil.
Nadie abandonó el escenario de ese discurso soez y anacrónico. Nadie tuvo la vergüenza, la dignidad o la conciencia de marcharse de aquel acto del que se había adueñado un mensaje hipócrita y siniestro.
    Seguramente, si hubiera un Clarín entre nosotros, habría encontrado material para una página brillante sobre la miseria indeleble, sobre las costras purulentas que se aferran al pellejo del país. Este talibán encumbrado en una iglesia oficial amurallada en el integrismo y en el miedo a la libertad del ser humano, nos ensucia el aire con su aliento envenenado. Necesitaría una jubilación animada por el sonido bronco de la fusilería al amanecer, la confirmación de que la sangre de los desafectos se derrama como homenaje a su dios imaginario, ese padre enloquecido que se complace en el sacrificio de sus criaturas. 
      Mi propuesta, seguramente demasiado generosa para lo que merece, es aislamiento preventivo en institución cerrada y tratamiento paliativo para su incorregible forma de locura. Pero tendrá su calle y su funeral de Estado, cuando su dios lo llame a su presencia
    Dice Esperanza Aguirre, sin embargo, que las marchas de la dignidad son una forma manifiesta de terrorismo. Pedir pan y trabajo es terrorismo en la España que apacienta Rouco, mientras proclama que se dan razones para una nueva cruzada que salve a la patria de la gente sin dios.
     De pronto, hemos vuelto a un pasado miserable y odioso.
    El funeral de Estado ha sido un acto fallido más en esta España inerte e institucinalmente corrompida. 
   Porque el único Jefe de Estado extranjero que asistió ha sido un dictador impresentable.
   Porque se manipula burdamente la dimensión de un hombre muerto para que los vivos enriquezcan su currículum.
   Y porque la sociedad civil niega su ensencia laica y confiere total protagonismo a un representante religioso que en absoluto lo merece.

2 comentarios:

  1. ¿España no es un país laico?, pues que hace este agitador en un funeral de Estado; además según escuché en una emisora de radio, durante la consagración se tocó el himno de España; está claro que juntaron todos los ingredientes para crear crispación, o quizás, es que la iglesia se quiere presentar como una opción política. Si es así, que Dios nos coja confesados.
    Saludos.

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  2. La iglesia no necesita presentarse como opción política en las urnas. Tiene sus cómplices históricos . Solamente les allana el camino.

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