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martes, 15 de noviembre de 2016

PARA QUE NADA CAMBIE


     No negaré que el triunfo de Trump me ha sorprendido casi tanto como me ha disgustado. También me ha provocado una indudable desazón, como a casi cualquiera de vosotros. 
     Trump tiene rasgos enfermizos, de soberbio irreflexivo; y por lo que he conocido de su discurso, carece, además, de cualquier forma de cultura; sobre todo de cultura política y de sentido de estado. No puede tenerlo quien presume de haber evitado pagar impuestos durante dieciocho años, porque “es listo”, en su opinión, para eludir sus obligaciones ciudadanas, a pesar de ser multimillonario.
     Puede que la Constitución americana tenga establecidos rígidos controles para el sistema presidencial si ese poder enorme cae en las manos inadecuadas. Los entendidos reconocen que en política interior, el presidente de los Estados Unidos carece de autonomía. Pero no hay ningún político  de ningún país democrático que tenga mayor capacidad de decisión en política exterior. Trump tiene en ese campo unas enormes posibilidades de empeorar la situación del mundo, ya de por sí bastante tensa y complicada.
      Nos sorprende, también, que un tipo detestable como él, sin apenas educación, que aprovecha las oportunidades que ofrecen los sistemas democráticos, incluso a quienes los desprecian, haya podido ganar unas elecciones presidenciales en los Estados Unidos, en contra incluso de su propio partido. 
     En realidad Trump no es republicano. Aprovecha la estructura de ese partido en beneficio de su ego. La actividad política es un entretenimiento de muchos millonarios necesitados de acrecentar su imagen triunfadora. 
     Él estará satisfecho. Lo ha logrado. Otros muchos, antes que él, no tuvieron éxito.
      Y en cuanto a las razones de su triunfo inesperado, yo las desconozco en su conjunto, pero estoy convencido de que buena parte de su éxito en las elecciones la debe al voto de un amplio grupo de gente desencantada a la que los nuevos procedimientos del capitalismo, la globalización, han empobrecido y dejado sin futuro. Especialmente obreros industriales de las antiguas ciudades fabriles, especialistas bien pagados hasta hace algunos años, a los que sus empresas trasladadas a países con mano de obra casi esclava y sin derechos reconocidos, han dejado en situación desesperada.
    Ellos han escuchado el alegato del candidato republicano contra el sistema, el mismo sistema que ha enriquecido a Trump y que ha favorecido su oscura trayectoria hasta el éxito económico.
    Da igual. Todos mienten en las campañas electorales, pero este nos entiende y nos dice lo que queríamos oír. 
    No se trata de incultura solamente, aunque también habrá resultado determinante en el resultado final. La falta de esperanza en el futuro genera una amargura densa en la conciencia humana. Y Trump ha olfateado esa amargura y ha sembrado una semilla de esperanza con sus mentiras descabelladas en esa masa de desahuciados económicos por el capitalismo sin fronteras.
      Nada cambiará en la vida de esas gentes, si esperan que sea el presidente electo quien les traiga soluciones.
      Pero antes de ayer estaban, como quien dice, fuera del sistema. Y nadie sabe qué hará una muchedumbre sin esperanza cuando toma conciencia de su fuerza colectiva, incluso en los Estados Unidos donde el individualismo es tan radical que resulta lastimoso.
     Trump los ha devuelto al sistema. Podían ocupar las plazas y remover los cimientos sociales, pero ahora permanecerán en casa porque se sienten representados. 
     Alguien se encargará de sus problemas; alguien les ajustará las cuentas a los chinos; alguien expulsará a los emigrantes hambrientos que les roban los puestos de trabajo; alguien castigará con aranceles a las empresas deslocalizadas que fabrican a precios de tercer mundo y venden a precios de lujo, mientras los condenan al paro y la miseria.
     En realidad, el sistema no teme a este individuo en absoluto. Puede que haya provocado cierto escándalo con sus discursos irreverentes. Pero eso es pura hipocresía. No hay nada que el capitalismo dominante no pueda orientar en su propio beneficio. Ni siquiera ese tipo estúpido, inmoral y ególatra.

     El poder establecido respira aliviado. Las bolsas se mantienen perfumadas y tersas como jóvenes doncellas recién bañadas. Las clases medias empobrecidas y sin futuro de la América profunda aguantarán todavía un tiempo aguardando a que el millonario triunfador les devuelva la antigua prestancia y los antiguos sueldos.
        Salvando las distancias, la nueva izquierda política sacó en España a los indignados de las plazas, capitalizó su indignación y logró una representación sorprendente en el Parlamento Nacional.
       Había llegado una nueva era. Nada sería ya igual. España debía hacerse a la idea de que se avecinaban cambios que nos devolverían la dignidad, la esperanza y unas instituciones respetables.
        Algo cambió, el nombre de una calle, o de alguna plaza; y alguna estatua que nadie se detenía a contemplar hace ya mucho tiempo ya no está donde estaba. Pero hoy sigue gobernando el Partido más dañino y corrupto que hayamos conocido en democracia.
    En realidad nada ha cambiado, salvo que ya no hay indignados ocupando las plazas.
      Era de esperar. Algunos años antes, el Movimiento Cinco Estrellas en Italia trajo la revolución para mantener a Berlusconi en el poder.
         Cosas que pasan.
      A veces pienso que la propia democracia ha alcanzado un grado de descomposición tan acusado que resulta necesario reinventarla.
   Cambian las máscaras, pero el guión permanece inalterable. Y en el guión actual siempre hay un drama en el que todos somos a la vez público arrastrado a la fuerza y actores invitados.




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