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miércoles, 19 de octubre de 2016

ACOSO

     Entre los acontecimientos que cada día tienen la capacidad de hacernos revisar nuestros convencimientos sobre la condición humana, hay algunos que  nos afectan sobremanera,  sobre todo cuando resultan inesperados o inexplicables.
            Traigo a colación la agresión sufrida recientemente por una menor en un colegio de Palma de Mallorca, y causada por el comportamiento especialmente agresivo de un grupo de compañeros, menores como ella, y llamativamente numerosos, que le causaron lesiones de diversa consideración que precisaron atención hospitalaria.
            Dejo las valoraciones para gente más cualificada que yo. A mí me interesa, sobre todo, por lo que me atañe, el tratamiento que los medios de comunicación han dado al asunto.
            Cuando la sociedad se ve reflejada en la parte más inocente de sí misma, la infancia, y descubre que ese espejo le devuelve un rostro ingrato, terrible, inexplicable, suele buscar un culpable que les libre de su mala conciencia. No está lejos; está siempre a mano; carga con cualquier culpa sin problemas y, a menudo, con paciencia infinita, ni se toma la molestia de dar la respuesta merecida.
            Quizás porque ya no resultan extraños los ladridos de los perros al borde del camino. Cumplen su destino de perros, ladrarle al caminante. Porque los perros solo perciben lo más superficial, que gente extraña pasa por allí.           
            Como causante del vacío de valores en el que la sociedad consume su futuro, presa del consumismo, de la manipulación, del incansable proceso de vaciado  de ideas y de principios saludables al que viene siendo sometida por los intereses económicos que manejan nuestro mundo, está la escuela. La escuela parió todos los males, todos los monstruos, todas las infecciones, todas las plagas.          
            Faltó tiempo para que la prensa estableciera que aquel acto terrible estuvo precedido por  un largo proceso de acoso, desapercibido para la escuela que incumplió sus obligaciones preventivas,  dejación que desembocó en el acto de violencia que a todos resultaba  previsible. 
      Faltó tiempo.
            Me agravió especialmente el conductor del programa “La ventana” de la cadena SER. En sus valoraciones sobre aquella agresión contó con la voluntariosa ayuda de un prestigioso comentarista deportivo que ilustró  a la audiencia sobre  la situación insoportable que sufrió su hijo en un internado escocés de prestigio internacional.
            Carles Francino acabó sus reflexiones, con el convencimiento que se le supone a quien está en posesión de toda la verdad, afirmando que no se explicaba cómo estas situaciones pueden producirse en el seno de la escuela, cómo el acoso nos pasa desapercibido a los profesionales.
            En los micrófonos de la SER, ante la audiencia que  seguramente admira a ese profesional cualificado, la escuela acababa de ser declarada inútil y culpable.
            ¿Cómo podía ocurrírsele a ese juez mediático que la escuela descubre, corrige y soluciona miles de casos cada día?
            ¿Y, este?
            El ministerio fiscal y los servicios de inspección educativa de la Consejería de Educación de Baleares han coincido en sus informes. No hubo una situación previa de acoso, sino un hecho aislado de violencia puntual en un patio extenso en el que solo debían estar dos profesores de guardia, ocupados en otro rincón del patio en el momento de los hechos.
            ¿Alguien pedirá disculpas a esa escuela y a esos profesionales? ¿Alguien se hará la pregunta verdadera alguna vez antes de disparar contra la escuela?
            ¿Hasta qué punto está enferma una sociedad que genera en su infancia actitudes con tal grado de violencia y de desprecio al contrincante derribado en el suelo?
            Es la misma sociedad que alimenta a los casi cincuenta ciudadanos navarros que agredieron a dos parejas en un bar de copas. La misma que nos envía a trescientos polacos, -los hay en todos los países- a declararle la guerra sin motivo a toda una ciudad donde compite el equipo de su propia ciudad.
            ¿A qué escuelas debemos acusar?
            Yo solo tengo un convencimiento, cada día más arraigado. La sociedad vacía, en cuyo diseño hemos colaborado, por dejación al menos, acumula tantas miserias que la escuela sola jamás podrá devolverle su salud.
            La escuela será una víctima segura porque pelea en primera línea. Y en lugar de asumir la sociedad su compromiso de colaboración imprescindible, desconfía por sistema de nosotros y nos receta políticos y técnicos burócratas, que jamás se arrastraron embarrados en el campo de batalla.
            Todo lo arreglarán las aplicaciones educativas, los nuevos pupitres digitales donde los niños pueden cambiar de lugar un pingüino con la punta del dedito. Todo  estará pautado y programado; toda la ideología estará legitimada por el conductismo aplicado.
            El nuevo dios, el ordenador central de las grandes corporaciones económicas metidas a educadoras para mejorar el aprendizaje, regirá nuestras vidas y diseñará las aptitudes, las creencias y los principios que gobiernen la vida de los nuevos ciudadanos. Hace ya mucho tiempo que estudian su perfil: productores automatizados, individualistas, desprovistos de sentido colectivo para privarlos de su vieja fortaleza, conformistas por ende.
            Deben ser, también, consumidores compulsivos. Ahí se esconde la felicidad que se merecen, lujosamente empaquetada por sus nuevos amos.
            Ese es el acoso verdadero. Y nos pasa casi desapercibido.


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