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lunes, 8 de junio de 2015

Vivir sin esperanza

       Se desespera el presidente del Gobierno que con tanta soberbia  ha venido empleando su mayoría absoluta en contra del Estado y de la gente, y se hace cruces porque la mayoría de los partidos que han obtenido escaños o concejalías lo apartan de los pactos posibles para formar gobierno.
            Debe fallarle la memoria a este gallego gris y astuto. Y mucho. Lo que más le falla, sin duda, es la voz de la conciencia.
            Ha esquilmado al Estado que nos dimos. No contento con ello, el Programa de Estabilidad que envió a Europa no hace mucho y que ahora empezamos a conocer en sus detalles contempla para el trienio 2015-2018 una reducción escandalosa en dos servicios básicos, el gasto en Educación que pasaría del 4,7% anual del PIB al 3,7% y el gasto en Sanidad, que pasaría del 6,3% actual del PIB al 5,3%.
            ¿Qué partido sensato, que no esté al servicio de esa voluntad enfermiza  de acabar con el Estado para que los servicios que presta se conviertan en negocio de sus cómplices, aceptaría cargar con esa culpa? ¿Qué partido aceptará ser cómplice de semejante magnicidio? ¿Qué partido aceptaría cargar en su mochila con ese crimen de Estado contra el principio de igualdad ante la ley que debe regir en un sistema democrático?
            Acusa al PSOE de haberse transmutado de forma repentina en una izquierda radical, de esas que le pone a la vieja Europa los pelos como escarpias. Para morir de risa, si no fuera por las cosas  de importancia que hay en juego.
            El PP es un partido oxidado y chirriante. Es una derecha antigua, autoritaria, que confía en la incultura de la gente y en la manipulación. Con razón en parte, porque  de ambas saca réditos. Ha sido en esta legislatura mera correa de transmisión de los dictados de la Europa plutócrata y colonizadora de las economías más dependientes. Sin sentido de Estado y sin conciencia de culpa. Amoral o inmoral según las circunstancias. En democracia, ningún otro partido se manejó con tanta saña contras las clases medias y contra los trabajadores por cuenta ajena, que venía a ser  casi lo mismo.
            Desconozco si en ese partido hay gente de convencimientos democráticos. Seguramente las habrá, pero el rostro público de esa derecha patria con capacidad de gobierno es  un rostro inicuo, patibulario, sucio, culpable de mil traiciones a la ética, a los ciudadanos, al respeto a la ley y a la propia Constitución.
            Incluso el capital patrio, su compañero de viaje, parece haberse cansado de compartir semejante equipaje de corrupción y deterioro. Si alguien en este país ha aprendido de verdad las viejas tretas de la Europa cínica y encanallada que nos gobierna ha sido el capital. En Europa el chiringuito lo mantienen los pactos de la socialdemocracia reciclada por la globalización y el liberalismo que da culto al mercado libre y soberano. Aquí, de pronto, sin financiación conocida, y sin instrumentos mediáticos poderosos, ha aparecido una derecha liberal de corte elegante y europeo y discurso atractivo que ayer era solo un inaudible grito desesperado en medio del mar embravecido del nacionalismo rampante en Cataluña y hoy se postula como verdadera alternativa a la derecha casposa y agotada.
Misterios de la vida política que no desentrañaremos por ahora, ya que no resulta conveniente.
            En todo este presente ajetreado de mercadeo por el poder al tiempo que se preservan las maneras,  hay un espejo mágico que nos devuelve nuestra imagen deformada, un callejón del gato ciudadano donde confluyen todas las Españas. Durante mucho tiempo fue pasto de la ambición y la soberbia, de la obsesión por el poder. Allí una clueca sin control empolló en su nidal los primeros huevos venenosos de la Gürtel; allí camparon a sus anchas los grandes depredadores insaciables de servicios públicos en beneficio de cómplices o benefactores;  allí granó con fuerza el discurso populista y sin mesura alguna ni respeto democrático por los competidores. Y a lo que se ve, allí se da el exponente más chillón de esa derecha que no sabe gestionar con elegancia los resultados de las urnas.
             Enmascarada entre esos espejos deformantes, esa derecha  se aupó al poder desde un promontorio de basura. Allí se gestó el crimen primigenio; allí, donde la ausencia comprada de dos diputados electos socialistas en la sesión de investidura  del hombre que había ganado en buena lid,  incorporó a la política las sucias maneras del corsario y permitió a la derecha hacerse con el botín por abordaje.
Fue un extraordinario ejercicio de adaptación; al calor del poder que garantiza privilegios,  la vieja nobleza adoptó el juego democrático; tan grande fue el esfuerzo que  ahora alguno de esos nobles reciclados se maneja en el cuerpo a cuerpo con maneras de pendón arrabalero.
Hoy esa derecha, desencajada y fuera de sus goznes, chirría como la puerta de un caserón abandonado, y se ofrece desesperadamente por una migaja del poder o por la satisfacción envenenada de ver cumplida una venganza. Sin maquillaje, desbordando rabia, más parece una de aquellas viejas busconas del Madrid que tan certeramente dibujó Baroja.
Sí, pongamos que hablo de Madrid, de ese crisol de todas las Españas que, al parecer, prefiere vivir sin esperanza.
Y sí; hay mi razones para que cualquier partido con instinto de supervivencia rehúya los pactos con el Partido Popular.



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