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miércoles, 3 de octubre de 2018

¡Qué alegría inesperada! Ulpiano está de moda


Desde el 14 de abril no visitaba este territorio familiar. Casi temía encontrarlo colonizado ya por esas plantas que crecen en los jardines abandonados; en este caso, alguna página de contenidos pornográficos, un anuncio de apuestas deportivas o las ofertas de quienes prestan con usura a los desahuciados por el sistema.
Afortunadamente, a pesar del abandono, la indignidad sigue impoluta en su maceta; compruebo que es una planta resistente y que soporta bien el paso del tiempo. No solo lo soporta; aumenta su vigor con un afán desconocido.
No abundaré en las razones de este abandono defensivo de mis crónicas. Tan solo os traslado algunas percepciones. 
En la era de las comunicaciones, el ser humano ha desarrollado la capacidad de no escuchar a nadie sino a si mismo y a los que se manifiestan como afines. 
Aunque haya opiniones diversas y enfrentadas, la pluralidad ha muerto. 
En la red no hay juicio crítico, casi todo es eco irreflexivo.
Y de eso justamente va esta crónica extemporánea.
Empezaré por reconocer que yo estaba equivocado, preso de un pesimismo injustificado sobre el nivel cultural de este país. Este país no sólo lee la prensa deportiva, lee también a los clásicos. Fue citar una ministra a Aristóteles en una referencia a la justicia y ardió la red tildándola de inculta, presuntuosa y atrevida. Vaya por dios, la frase era de Ulpiano.
Seguramente quien descubrió el gazapo escribió la frase textual en un buscador, el tribunal que no admite recurso alguno, y le salió ese autor, un perfecto desconocido. Ahí es nada haber cazado a una ministra del gobierno ilegítimo en semejante crimen de lesa humanidad.
De haber leído algo más en el buscador ─ ¡ay, esas prisas que nos hacer perdernos lo mejor! ─ quizás habría descubierto que Ulpiano, un jurista romano, a caballo entre el siglo II y III de nuestra era, consejero del emperador Septimio Severo, no fue demasiado creativo; más bien fue un recopilador de filósofos y juristas anteriores; habría descubierto también que, dependiendo de las traducciones   -justicia, equidad- que se le dé al término griego que se refiere a esa actitud imprescindible en las relaciones humanas, la frase es de Aristóteles, fuente de buena parte de las recomendaciones de Ulpiano en sus recopilaciones y sostén, en cierto modo, de sus principios morales.
Ulpiano es bastante preciso en su concepto de justicia, lo relaciona estrechamente con la honestidad pública: sus principios básicos son no dañar a nadie ni en sus bienes ni en sus derechos ni en su dignidad, dar a cada uno lo suyo, cumplir los contratos, pagar justamente por los trabajos realizados y reconocer a cada uno sus derechos.
Como este es un país cultivado que conoce bien esos textos de Ulpiano y los de sus fuentes primigenias que hablan del comportamiento ético que debiera regir en las relaciones humanas, no tengo duda de que pronto España habrá cambiado y viviremos en una tierra más humanitaria y más justa, “porque ─citaré a Aristóteles aun a riesgo de salir trasquilado─ solo los instruidos son capaces de prever el mal que les acecha”.
Una cosa me resulta indudable a estas alturas: no sé la ministra, pero no me cabe duda de que Ulpiano sí leyó a Aristóteles. Me temo, sin embargo, que quien defiende desinteresadamente los derechos de autor de Gnaeus Domitius Annius Ulpianus no se ha interesado demasiado por ninguno de los dos autores. Cosas de estos tiempos.
Y hay otra de la que no sólo no dudo, sino que me coarta y me limita en mi necesidad comunicativa y de denuncia de la indignidad que nos cerca: Internet lejos de propiciar entendimientos es el caldo de cultivo del odio, la mentira y la manipulación, una amenaza cada día más visible para el sistema democrático.






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