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lunes, 5 de febrero de 2018

Trump, candidato al Nobel de la paz

     Todo el mundo puede ser nominado al Nobel de la Paz, pero sólo algunos pueden presentar candidatos, entre ellos miembros de gobiernos, profesores universitarios, investigadores de paz y premios Nobel. 
     Pero lo cierto es que cualquiera puede ser nominado. Incluso Trump, el autócrata compulsivo que vaga por la red de madrugada tal como un alcohólico insomne y desgraciado vagaría por callejones peligrosos, amenazando a la gente que duerme con el tamaño del botón nuclear que guarda en un cajón del despacho que ocupa.
      A fuerza de considerarlo una amenaza, hemos ido elaborando su perfil desde que comenzó su campaña por la nominación de su partido como candidato a las presidenciales. En varias páginas de mi memoria no guardo ni un rasgo positivo. 
    Maneras de tahúr, fue lo primero que pensé sobre aquel pintoresco personaje que andaba buscando en la política la promoción de sus empresas.
     Luego se fueron acumulando anotaciones que el tiempo ha confirmado. Aislacionista. Incultura lastimosa. Imposibilitado para labores de diplomacia internacional por su desconocimiento y su desprecio del resto del mundo. Ególatra. Inmaduro. Compulsivo. Retador. Cleptócrata como tantos otros emboscados en las guerras por el poder que debilitan a las democracias occidentales. Incapaz de trabajar en equipo. Manipulador. Un hombre irreflexivo que casi nunca calcula las consecuencias de sus actos. Supremacista blanco. Misógino y, por tanto, mujeriego. Desconfiado y suspicaz, de inteligencia limitada, con acusados rasgos paranoides. Desestabilizador para el Secretario de Estado, para las Cámaras Legislativas y para el Pentágono. También para algunas de las grandes empresas del país. 
     Hay, además, una nota amenazante en mi memoria: en sus relaciones internacionales, Donald Trump actúa como un comercial cualificado de la industria armamentística. En su cabeza la guerra es solamente una inversión. Pero, también, la forma más segura de pasar a la historia. 
      Y otra, que supone un riesgo grave en este mundo inestable, descapitalizado de valores universalmente aceptados: Trump es voluble, sin principios, tan falto de afecto verdadero que una lisonja inteligente, a tiempo, bastaría para ganar su voluntad  y hacerle cambiar de orientación en una de esas madrugadas en las que su insomnio enfermizo se puebla de amenazas .
       No lo sigo en Facebook, pero sé que va dejando en la red un rastro de ortografía precaria y de mensajes agresivos, más propios de un solitario compulsivo que desprecia al mundo que de un hombre de estado.
      No dudo sobre la racionalidad de las autoridades académicas que han avalado esa propuesta; yo no creo que hayan perdido la razón. Sólo una duda me asalta: ¿en cuánto habrán tasado sus conciencias?

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