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martes, 19 de enero de 2016

Sin certezas

      Lo peor de la crisis es que nos ha dejado sin algunas certezas sobre las que teníamos asentado el futuro. Sin embargo, sobre sus  cadáveres descompuestos, porque la historia y la naturaleza lo reciclan todo, florecieron esperanzas débiles.
        No han durado mucho.
        Llegaron las nuevas hornadas de políticos de izquierda sin pasado vergonzoso. Venían cargados de mensajes ilusionantes. “Hagamos política para la gente” nos dijeron. Pero no eran nuevos ni el discurso ni las intenciones.
            Llegaron ya viciados por las  viejas maneras. Traían de fábrica la tez pálida y los manguitos de los jugadores profesionales; la baraja marcada les asomaba por la bocamanga. Fulleros engolfados en el brillo fatuo del poder.  De las viejas maneras se traían aprendido el discurso calculado y envolvente que ocultaba, otra vez, intenciones inconfesables.
            Al final estamos descubriendo que solo aspiraban al poder por sí mismo, sin objetivos nobles, como echarle un pulso a la miseria.
             Los fines sociales y económicos de un programa que prometía poner freno a la desigualdad creciente ha resultado ser tan solo la envoltura de una red para apresar el voto de los desesperados o de los ilusos que se enamoran con facilidad de los envoltorios novedosos.
            De repente, pelear contra las consecuencias de cuatro años nefastos de gobierno de la derecha más servil que hayamos conocido ya no resulta urgente, mientras aclaramos dónde establecemos  inútiles fronteras.
            En mi paupérrimo, pero contrastado diccionario político, izquierda y nacionalismos son términos absolutamente incompatibles.    
            La izquierda que yo reconozco no tiene más patria que los seres humanos, no tiene otra bandera que la lucha permanente, y casi infructuosa, contra la desigualdad y la injusticia.
            La izquierda de la que yo me siento parte sustancial sabe que no hay frontera que nos libre de esa garra afanosa que acapara riquezas generando pobreza; sabe que no hay patria exenta de miserias a las que hay que combatir de forma apasionada y permanente; sabe que no hay territorio que pueda defenderse de ese enemigo ubicuo y poderoso.
            Una sociedad que pierde sus certezas se queda solo con sus contradicciones.
            Y cuando políticos sin sentido de estado, oportunistas, ambiciosos y hábiles tranforman nuestras contradicciones en condiciones innegociables, puede que hayan convertido nuestras indefensas esperanzas en rehenes de sus mediocres ambiciones.
            De pronto las intenciones nobles son ya pancartas inútiles que a nada comprometen olvidadas en una plaza vacía. Sorprendidos contemplamos que no ha cambiado nada. Quisieron hacernos creer que la Historia comienza el día que resultaron elegidos, porque hasta ese momento transcendente todo era oscuro, improductivo, y sucio. Todo era complicidad cobarde. Antes de ellos no hubo personas dignas persiguiendo sueños, dejándose el pellejo por lograrlo.
            Y lo primero que estas hornadas de seres limpios e inocentes  escriben en las páginas de la historia parlamentaria de este país es la crónica de una estampida en dirección al pesebre de las subvenciones, enarbolando dignísimas excusas para acrecentar su parte del botín.
      Quizá sea hora de aceptar definitivamente que el sistema educativo que genera semejantes líderes políticos está siendo un fracaso, y que la sociedad que los elige  y los sostiene está bastante enferma. 

1 comentario:

  1. Muy triste y muy bueno y acertado.Siempre me gustó el 15-M. Podemos, no tanto.

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