Aparentemente,
la frase más desalentadora de la Historia del pensamiento humano la dijo
Sócrates. “Solo sé que no sé nada” cuentan que dijo el viejo maestro. ἓν οἶδα ὅτι οὐδὲν οἶδα, dicho en la lengua que engendró a esta Europa olvidadiza, la misma que saca partido del turismo que atraen la Venus de Milo, la Victoria de Samotracia o el friso del Partenon que en su día le arrebataron al país que generó tanta belleza junta.
Era indudablemente un cínico. Ni el
mismo lo creía.
Pero era un extraordinario punto de
partida. Porque una vez detectada la carencia, lo más humano es buscarle remedio. “Quiero saber” debe ser
también uno de los deseos más expresados por la mente humana. Tampoco creo que
exista un planteamiento más radical, en el sentido etimológico, porque de ese
afán de saber surge gran parte de lo que da coherencia a nuestras vidas, la
organización social, la ética, el establecimiento de principios morales, el sentido
de la existencia e, incluso, el de la muerte.
Y hoy el instrumento transformador
más útil que poseemos es justamente el valor solidario de la ética social
frente al sistema económico dominante que está en guerra con el propio planeta.
El capitalismo, ciego, estúpido y destructivo desprecia los dos factores
principales del verdadero capital que resulta imprescindible para tener futuro,
el medio ambiente y el ser humano.
Puede que en esa capacidad
transformadora radique su peligrosidad y el desprestigio al que quiere someter
a la Filosofía, la madre putativa de las Ciencias Sociales y Morales, la Ley Wert de Educación.
Así que quiero saber.
Y lo que llama hoy poderosamente mi
atención de usuario neófito es la red,
hablo de Internet, por supuesto, y de las herramientas sociales que pone a
nuestra disposición, porque en este siglo que vivimos casi todo lo transcendental
ocurrirá en la red, pero no necesariamente ante nuestros ojos. La red es una
selva virgen, útil, vistosa, eficacísima como nunca soñamos, pero plagada de
peligros invisibles, unos terribles y otros llevaderos.
He observado con curiosidad malsana
la proliferación de “tests on line”, en las redes sociales, aparentemente
inocentes, desprovistos de intenciones ocultas. “¿Qué dios de la mitología
griega eres?”, “¿Qué princesa Disney eres?”, “ ¿Qué teleñeco eres?”, “¿Qué
madre eres?”… Tú aceptas el reto sin malicia visible, juegas a superar a otros,
a medirte con ellos, a conseguir una posición en alguna clasificación sin valor
alguno y, desde tu propio perfil, con nombre y apellidos, desde tu indefensa identidad,
rellenas el aparentemente inocuo formulario y vas dejando el rastro imborrable
de tus gustos, tus aficiones, tus intereses, tus valores, tus inclinaciones de todo tipo en
una base de datos de utilidad desconocida y variada, que será vendida para
campañas publicitarias, diseño de productos comerciales, campañas políticas,o publicidad personalizada en tu perfil.
Seguramente también irán conformando
tu currículum, un currículum más fiable en el futuro para las empresas que el
que tú presentes por escrito, elaborado con mimo y esperanza.
Por los datos que he podido reunir
es un negocio rentable. Las grandes firmas valoran muchísimo el producto resultante en
esas bases de datos a cuya elaboración tú colaboras, pero sin dar tu
autorización conscientemente, porque en 2015 obtendrá más de cuarenta mil millones
de euros de beneficios.
Cada vez la orientación comercial
resulta más visible. Ya no parece necesario disimular sus intenciones. “¿En qué
capital te gustaría vivir?” o ¿Qué zapato de los que estás viendo eres?” afirman
claramente su intencionalidad de diseñar ofertas turísticas o zapatos de temporada.
Nada excesivamente grave, si lo
comparamos con otras manipulaciones y otros usos de nuestros datos personales,
pero inaceptable ya que disimulan sus verdaderas intenciones. Quizás, si las
personas supieran la verdadera finalidad de estos inocentes juegos que la red
propone, no habrían realizado el famosísimo
test de las princesas Disney casi noventa millones de personas, que a su vez
han publicado sus resultados en la red animando a conocidos y amigos a
compartir la gratísima experiencia.
Hay que saber. Hoy más que nunca.
Porque el mundo es una selva en la que solo se valora el beneficio económico y
la finalidad justifica cualquier medio.
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