Isabel
Rodríguez es una profesora jubilada. Durante treinta y ocho años ha prestado
servicios al Estado, esos servicios costosos, inútiles, destinados a los
parásitos que abusan de la protección pública; servicios que el
ultraliberalismo desprestigia como paso previo a convertirlos en dominio propio
y ocasión de negocio, pero sin los que ningún Estado tendría
justificación alguna.
Durante treinta y ocho años cotizó
religiosamente como integrante de la Mutualidad de Funcionarios Civiles del Estado
y gozó de una vida saludable que no originó gastos a la aseguradora privada que
cobró por ella la póliza estatal. Desconozco cuál de ellas se benefició de su
salud. Carece de importancia, porque todas ellas,- ASISA, ADESLAS, DKV e
IGUALATORIA DE CANTABRIA, según la prensa,- han decidido recortar prestaciones a los funcionarios en especialidades vitales : oncología, neurología y cardiología.
Ahora la vida le juega una de esas
pasadas lamentables que suele tenernos reservadas. Se le ha diagnosticado un
cáncer de mama. El oncólogo le prescribe quimioterapia inmediata.
La vida está llena de sorpresas; muchas
resultan llevaderas. Otras indignan. La
sorpresa que su hospital le comunica es que tras treinta y ocho años de
cotización, y en peligro de muerte, no tiene derecho a recibir quimioterapia.
Unilateralmente su aseguradora, seguramente autorizada por el tomador de la
póliza, el propio Estado que nos cuida, ha establecido que ese tratamiento es muy
costoso.
La alternativa que se le ofrece a
esta mujer es clara: o ampliación de la póliza a título particular, una
insignificancia de mil euros al año, o muerte lenta y dolorosa en su propio
domicilio. Un calco del sistema yanqui. La expresión inhumana de lo que ya nos
ha repetido la derecha mil veces; el Estado es costoso. Hay que acostumbrarse a
la idea de que el ciudadano tendrá los derechos que pueda costear.
El capital negocia con nuestras
necesidades vitales. El Estado que propugna este gobierno indeseable autoriza,
otorga, bendice los planes de sus socios; y de paso deja entreabierta la puerta
giratoria por la que se le brinde el pago de los favores que hoy está
prestando.
Tierras
sin ley. Necesitamos que la conciencia de la propia dignidad arraigue en este
país calcinado y, como un vendaval, arrastre a los indeseables que hoy
gobiernan. A galopar, a galopar hasta enterrarlos en la mar. No merecen nuestro respeto.
Y en cuanto a las compañías privadas que prestan servicios a MUFACE, una baja masiva de los funcionarios en enero quizás las hiciera aprender algunas cosas útiles sobre la dignidad humana y el beneficio legítimo.
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