En Europa
hay una derecha inerte, emocional, irredenta, que se alimenta de consignas y
que desprecia la reflexión como proceso previo a comunicar o a decidir.
Hoy
es un día propicio para ser testigos de la manifestación pública de sus emociones
epiteliales que son una mezcla de hostilidad preventiva y miedo ancestral sin
justificación alguna.
Esa
derecha está convencida de que en Grecia ha triunfado la izquierda radical y de que eso supone una vaga amenaza para sus propias vidas. Esta derecha inerte
rara vez profundiza más allá de los titulares de la prensa amiga. El mundo no
le produce curiosidad alguna; la realidad no merece una valoración diferente a
la que le garantiza la inmutabilidad de su verdad inalterable. Como su
ideología, su conocimiento es superficial .Con eso se calma su conciencia.
Esa
derecha inerte que sostiene el sistema hoy rumia una verdad indiscutible: que el pueblo griego merece el sufrimiento que padece y que se lo ha ganado con su comportamiento irresponsable, mala
gestión de sus recursos, corrupción financiera y política, y un pueblo cómplice
que jamás pagó impuestos.
Debe
ser un pecado exclusivo de ese pueblo. La corrupción política, la evasión de
impuestos, la economía sumergida, las facturas sin IVA, el clientelismo, la
financiación delictiva de los partidos políticos, la colonización de las
instituciones judiciales por parte de los poderes establecidos no es una
patente griega. Basta con que miremos nuestro ombligo. Pero si así fuera, las
consecuencias de ese comportamiento no resisten comparación alguna con las
consecuencias de la Segunda Guerra Mundial a la que la locura alemana arrastró
al mundo, produciendo la ruina de Europa y de otras regiones de la tierra y una
pérdida de vidas humanas que rondó los
setenta millones de muertos. Casi todos los países de la tierra aportaron su
cuota de cadáveres, pero fue Europa la que pagó una factura más elevada.
No
obstante, el resto del mundo condonó en buena parte la deuda alemana, dulcificó
las condiciones de devolución de la misma, condicionándola a la unificación de
la Alemania descuartizada y dividida, y se comprometió a contribuir a su
comercio exterior para facilitar su recuperación.
Había
razones estratégicas, desde luego. Media Alemania, en manos comunistas, no
podía sobrevivir mientras la Alemania gestionada por el capitalismo occidental
se desmoronaba con estrépito. Pero también hay razones de este tipo en la
Europa actual. Grecia está obligada por convenio a destinar a sus fuerzas
armadas más dinero que Alemania, por ejemplo, ya que es el bastión europeo de Oriente, poblado de
vecinos incómodos y peligrosos. Parte del préstamo europeo, cuyas ventajas
alaba esta derecha inerte, revierten de forma inmediata en las industrias
armamentísticas alemana y francesa.
Pasa
el tiempo y los mensajeros de los mercados esparcen las culpabilidades de esta
ruina entre los que soportamos en mayor grado sus nefastas consecuencias.
¿Hemos olvidado cuándo, dónde y por qué surgió este tsunami? ¿Hemos olvidado ya
por qué repiten estas crisis cíclicas y cada vez más dañinas? ¿Ya hemos olvidado que el liberalismo
radical, ese que patrocina la libertad absoluta de los mercados para regular el
mundo y las locuras financieras de la banca americana fueron el detonante
original? ¿De verdad ha sido el pueblo griego, apenas un 3% del PIB europeo, el
que ha generado el cataclismo de la Unión Europea?
La
derecha inerte hace votos para que Tsipras no cometa locuras.
Y
los socios europeos le recuerdan que hay que cumplir los compromisos.
De
eso se trata ciertamente, de cumplir los compromisos. Todos los compromisos. Y
cualquier gobierno electo tiene el compromiso inviolable de defender la dignidad
de su pueblo. Alexis Tsipras ha heredado
el compromiso de hacer frente a una deuda insoportable, pero ante las urnas ha
asumido también el compromiso de atender las necesidades de su pueblo.
Para
hacer frente a esa deuda, millones de griegos han perdido sus pensiones o las han visto devaluadas hasta límites de
pobreza extrema.
Millones de griegos han perdido las
prestaciones sanitarias, – y entendamos de una vez el valor de las palabras:
millones de griegos caen enfermos y no hay medicina pública que los atienda; si
hay suerte alguna ONG médica los atenderá en la medida de sus escuálidas
posibilidades.
Millones
de griegos no tienen acceso a los medicamentos, ni siquiera en los casos de
grave riesgo para su vida.
La mitad
de los Centros de Enseñanza públicos han sido cerrados y la mitad de los
profesores despedidos.
Casi
un tercio de la población griega depende
de los comedores de caridad para sobrevivir.
Solucionar
estas situaciones de absoluta emergencia nacional y humanitaria parece un
compromiso obligatorio de cualquier gobierno que se precie.
Alexis
Tsipras ha heredado el compromiso de hacer frente a una deuda inviable con una
economía de guerra, la economía generada en buena medida por las exigencias de
sus socios, esa Europa envejecida, entregada a los intereses del capitalismo
financiero, incapaz de asumir el reto de
afrontar la globalidad con el arsenal de su pensamiento ético y con osadía política.
La Europa
merkeliana es la región desarrollada que peor ha gestionado esta crisis y la
que peores consecuencias está generando para muchas de sus regiones. Sus recetas,
devaluación de salarios y empobrecimiento de los servicios de los Estados, generan
las condiciones perfectas para que algunos pueblos no puedan cumplir sus
compromisos.
En
cuanto a la amenaza que supone Syriza para la estabilidad de Europa, yo no veo
en la Europa dominante preocupación alguna. La derecha inerte puede dormir
tranquila. Ya le han torcido la muñeca a economías mucho más influyentes, a
pueblos más orgullosos y díscolos y a presidentes de gobierno con más peso
específico en Europa que este recién llegado, léase a Zapatero, al que hizo temblar una carta amenazadora
del BCE, a Hollande que se ha sacrificado políticamente para cumplir las
exigencias de los socios con reformas impropias de un partido que se denomina
socialista, y a Rezzi, que desde la izquierda recuperada en Italia aboga ahora
por el despido libre.
Alexis
Tsipras ha heredado terribles compromisos. Europa debiera ser consciente de
que, tras él, agotadas ya otras experiencias políticas, Grecia mantiene viva la
desesperación de Amanecer Dorado como último recurso, cruces gamadas, uniformes
pardos y rabia irracional.
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