No suelo faltar en verano al Festival
Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Hay pocas experiencias teatrales,
como público, que puedan compararse a ese espectáculo único. Por razones que no
hacen al caso, este verano falté a mi placentero compromiso.
En
la agenda, como obra imprescindible para asistir el verano último estaba “Pluto”. No. No recurren a los dibujos
animados de Disney en el Festival de Teatro Clásico de Mérida. Este “Pluto” es
anterior al perro desafortunado de los dibujos animados. Es el título de una
comedia universal de Aristófanes, escrita hace ya veinticinco siglos, sobre un asunto que aun no hemos sabido resolver, la justa distribución de la riqueza.
Me
pareció una elección oportuna y acertada en la programación del Festival.
Thomas Piketty, un economista francés arrasaba en las librerías con su obra “El
capital en el siglo XXI”, cuya tema primordial es el mismo que ocupó al
ingenioso y ácido comediógrafo ateniense hace veinticinco siglos, la
desigualdad y el reparto justo de la riqueza.
Como
la vida suele dar casi siempre segundas oportunidades, este fin de semana he
podido asistir a la representación de “Pluto” en el teatro Lope de Vega de
Sevilla. Casi al mismo tiempo, tras el necesario periodo de adaptación que
siempre les concedo a las obras que gozan de gran fama de crítica pero que son
de difícil digestión para el público poco especializado como yo, he comenzado
la lectura del “El capital en el siglo
XIX”. Casualidades de la vida.
La
obra de Aristófanes bien podría valer
como alegoría de nuestro tiempo. Los pobres en Atenas son legión; ni comer
pueden; algunos han debido venderse a sí mismos como esclavos para pagar sus
deudas. Como esclavos, al menos tienen en la mesa un plato de puré de lentejas.
Casi
es lo mismo venderse como esclavo que aceptar un empleo tras la reforma laboral
de Rajoy.
Los
políticos venales y corruptos de aquella Atenas en declive imparable resultan elegidos desgranando promesas de
mejorar la vida de la gente, pero una vez conseguido su asiento en la Asamblea,
solo acuden a ella para llenarse los bolsillos, olvidados ya los compromisos
adquiridos ante los representados, y en eso bien podréis concluir conmigo que, tras
veinticinco siglos, las situación no ha mejorado mucho.
Sobre
la distribución de la riqueza, Aristófanes no se aleja demasiado de las
tradiciones de su pueblo. Entre los griegos, el Olimpo está plagado de
culpables perfectos. Pluto, el rico, al que el todopoderoso Zeus ha dejado
ciego, celoso de que los hombres invoquen al dios-dinero más que al propio rey
de los dioses, reparte la riqueza sin criterio. Ciego, no puede discernir si
hace ricos a los hombres justos o a los hombres malvados. Los pobres se las
ingeniarán para devolverle la vista al dios-dinero que, durante un tiempo,
distribuye la riqueza de manera razonable. Muchos pobres, se supone que hombres
justos, encuentran motivos para vivir con alegría.
Es
curioso que esta tesis de Aristófanes, la riqueza es un premio de un dios al
hombre justo y bueno, entrara con vigor en el credo protestante ya en los
albores del capitalismo moderno.
Todo
está en Grecia. Ya lo he dicho alguna vez.
Pero
en la comedia de Aristófanes, una antagonista desagradable, sucia y agorera,
anda dando saltos por el escenario y reclamando su papel determinante en la
historia de la humanidad. Se trata de la Pobreza.
Pensadlo.
Sin pobres, ¿quién hará el trabajo que produce el beneficio que acumulan los
ricos…?
La
obra se cierra con la amenazadora promesa de la Pobreza de retomar pronto las
riendas de la situación entre los hombres. Por lo que hoy, mucho siglos
después, podemos comprobar, la ha cumplido con creces.
La
obra de Piketty aborda también el problema de la distribución de la riqueza.
Sus afirmaciones se asientan en datos estadísticos que ha perseguido en cuantas
fuentes de historia económica tenemos registradas.
Ha
generado una legión de seguidores y una legión de enemigos enconados.
Porque
Pikety no comparte las teorías liberales de que el Mercado, – el dios-dinero de
la comedia de Aristófanes-, equilibre por si solo las desigualdades si le damos
tiempo. Y analizando las tendencias económicas desde los años setenta del siglo
pasado, Piketty se siente más inclinado a concluir que en ese periodo, una vez
acalladas las consecuencias terribles de la Segunda Guerra Mundial y apaciguada
la Guerra Fría tras la dura experiencia de la crisis de los misiles de Cuba,
las desigualdades no han hecho sino crecer, y a un ritmo creciente desde la
última década del siglo XX y en los años que llevamos del siglo XXI.
Dice
Piketty, y por ello me siento inclinado a darle la razón cuando aun tengo más
de la mitad de su obra pendiente de lectura, que el control de la desigualdad
es una función política, y que los Mercados han de ser regulados por el poder
político en representación de la sociedad civil.
Dice
también que no basta con eso. Afirma que corresponde al poder político
incorporar medidas para aumentar la igualdad. Entre todas ellas encumbra la
educación, la capacitación y el desarrollo de competencias. No hay mayor
capital ni mayor instrumento que facilite la igualdad de los individuos.
Como
comparto esa tesis del economista francés, comprenderéis por qué traigo a
colación la reforma Universitaria del Partido Popular.
El
11 de noviembre de 2012 publiqué una entrada en este blog bajo el título “Wert
ha plagiado su reforma educativa”. Está feo citarse a uno mismo, pero resumiré
en parte aquellos contenidos. Decía así:
“La reforma educativa del Partido Popular
responde a la servil aceptación del diseño de la OCDE -(Organización para la
Cooperación y el Desarrollo, integrada por los países más ricos de la tierra)-,
plasmada en su cuaderno de política económica nº 13, del año 1996. No se trata
de un invento reciente, desde luego. Establecía la OCDE, ya en esas fechas, que
el mercado laboral de los países desarrollados manifestaba una tendencia bipolar;
se generarían empleos de alta cualificación tecnológica y bien remunerados,
pero en torno al 60 % de los empleos futuros sería para trabajadores sin
cualificación.
Lógicamente, ante esta perspectiva, el capitalismo se planteaba, ya en 1996, la
absoluta ineficacia económica de la masificación de las enseñanzas. Las clases
medias no sólo deben aceptar su pérdida de poder adquisitivo; habrán de aceptar
también el empobrecimiento cultural.
La estrategia política recomendada por la OCDE a los gobiernos era disminuir de
forma paulatina la dotación a la enseñanza; recomendaba no limitar el acceso a
las enseñanzas públicas, aspecto que tendría fuerte contestación social, sino
ir bajando gradualmente la calidad de la misma mediante el aumento de las
ratios escolares, el aumento de las horas de dedicación del profesorado, la
supresión de programas costosos de atención a la diversidad, la selección
temprana del alumnado cuyo destino debería ser engrosar esos empleos de baja
cualificación, y, al tiempo, aumentar las exigencias económicas en las
matriculas de la Universidades e ir disminuyendo la cantidad destinada a
las becas.
Los planes se cumplen de forma rigurosa en las propuestas
educativas del partido Popular. Y la Reforma Universitaria no es sino la
consumación de ese proyecto. Excluye a los
menos capaces económicamente y facilita el camino a los descendientes de
familias más acomodadas en la competencia por ese 40% de empleos bien
remunerados.
La
matrícula de un curso de grado, por término
medio, viene a suponer unos 1400 euros anuales.
Wert afirma
que su propuesta supone un ahorro de gasto de matrícula a las familias porque
se ahorran un curso. De acuerdo. Se lo concedemos al Ministro. Una familia
ahorra 1400 euros en la matrícula universitaria de grado.
Hablemos
ahora de los másteres. El máster más barato de España rondará los 4000 euros. Y
hasta ahora el alumnado universitario solo debía realizar un año de máster. Con
la propuesta del Partido Popular deberá completar dos años de máster para
competir en igualdad de condiciones por ese 40% de empleos bien remunerados que
el sistema garantiza. Lo demás será empleo basura.
Dicen el
ministro y Monserrat Gomendio, esa sibila de perfil autoritario y técnico que
el Partido Popular ha colocado ante los medios para evitarle a Wert tanto
disgusto, que a nadie se le exige hacer un máster, pero cualquier universitario
español sabe de sobras que tres años de grado sin los dos másteres valdrán lo
mismo que un certificado de escolarización obligatoria en su currículum. ¡Nada!
El caso es
que muchos no podrán afrontar las exigencias económicas. Y la Pobreza se
frotará las manos porque Pluto, otra vez ciego o borracho, ha vuelto a
olvidarse de los pobres.
Y el Estado,
por abandonar la alegoría para darnos de bruces con la cruda realidad, no
cumple con las funciones que justifican su existencia.
No todo
está perdido. Nos quedan dos armas: la indignación y el voto.
Magnífico análisis, Antonio. Espero que no te tachen de inventar conspiraciones por dar en el blanco de la dolorosa verdad.
ResponderEliminarQue me tachen de lo que quieran. A mi edad cargo ya con infinidad de tachaduras. Y, la verdad, no me importa gran cosa.
ResponderEliminarAntonio, excelente y directo al tema que se analiza, cuando se escribe con la verdad para que al menos algunos abran más los ojos, no importa lo que piensen de uno, sino lo que uno mismo cree es un deber moral.
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