Es bien cierto que la izquierda
europea hace ya mucho tiempo que se entregó con armas y bagajes a los dictados
del liberalismo radical que han ido imponiendo los denominados mercados,
ambiguo término que esconde los intereses desmedidos del capitalismo especulativo. Pero, a veces, la memoria
ciudadana de que fue la izquierda histórica la que se dejó el pellejo en pos de la igualdad
verdadera ante la ley, la igualdad ante la ley que no excluyera a nadie,
florece por desesperación y sus brotes frágiles alarman al enemigo poderoso,
acostumbrado a un dominio indiscutible sobre la vida humana.
Ese capitalismo que domina
actualmente nuestras vidas está revestido de un cinismo que solo pueden
permitirse los que están plenamente convencidos de su propia invulnerabilidad,
de su fuerza indiscutible. Ya no necesita ni argumentos morales. Le basta hacer
oír su discurso unívoco, dar rienda suelta a sus heraldos feroces y unánimes.
“O nuestras reglas, o el llanto y el crujir de dientes”, nos repiten
enarbolando las dos tablas pétreas donde el becerro de oro al que dan culto
dejó escrito que el sacrificio humano no solo forma parte del juego, sino que
resulta imprescindible.
Es lo que están haciendo con Grecia,
una vez más el gran damnificado, el país innecesario, el leproso de Europa, por
ahora. Syriza, la voz desesperada de un pueblo al que condenan a pagar los
insoportables intereses de los especuladores con el hambre de sus niños, los
medicamentos de sus tres millones de personas privadas de atención médica
y, desde ahora, con las pensiones de sus
ancianos indefensos, es el diablo mismo. Votarlos será digno de castigos
bíblicos. Ya han empezado, y envían un aviso feroz. El FMI, la Comisión
Europea, El Banco Central Europeo, vicario de los intereses alemanes, ya les
han cerrado el grifo que gotea raciones de supervivencia para poder acabarlos
de esquilmar mientras respiren.
Oigo mensajes que defienden la
postura de esta Europa inhumana y crudelísima, como lo son los principios que hoy la inspiran. Las políticas económicas
europeas son erróneas, dicen, pero es Europa, con su ayuda, la que mantiene a los
países en peores circunstancias.
¿Ayuda…?, me pregunto. En ausencia
de otros yacimientos de inversión, el excedente monetario de los especuladores
que creen empobrecerse si no aumentan sus riquezas cada día, usa las necesidades financieras de los
países como recurso seguro para sus inversiones. Tengo por cierto que no
quieren países sin necesidad de déficit. Y esta crisis ha sido una lluvia de
oro sobre sus bolsillos. De ahí la conveniencia de prolongarla cuanto puedan.
La ayuda verdadera debería haber partido, hace ya años, del Banco Central
Europeo, pero el capitalismo especulativo la ha vetado, con el visto bueno de
los gobiernos denominados liberales. Esa es la realidad sangrante y dolorosa
Pero la gallina que deja los huevos
en su cesta ha de estar asegurada. Necesitan políticos afines, cómplices,
colaboradores; gente que no solicite revisar el sistema miserable con que ahora
gobiernan nuestras vidas, sino que se esmere en mantenerlo.
Oigo argumentos en torno a la idea de que
fueron los griegos, sus propias irresponsabilidades financieras y fiscales, los
causantes de su propia desgracia. ¿Qué griegos?, me pregunto. ¿Los que tienen
sus capitales culpables del desastre a
buen recaudo en los paraísos fiscales que Europa tolera y patrocina o los
griegos pobres, prisioneros en este campo de concentración en que las políticas
europeas han convertido a la cuna de Europa?
Syriza, como otras fuerzas a las que
la Europa miserable que especula con el sufrimiento humano, tilda de populismos
empobrecedores, no es sino la voz desesperada de un pueblo que necesita
recuperar su dignidad y el control de su propia existencia.
¿Fuera del euro? ¿Y qué?
¿Qué ofrece el euro a un pueblo
empobrecido?
¿Una deuda insoportable pendiente como
la espada de Damocles sobre diez generaciones? ¿Una existencia miserable? ¿Paraísos
fiscales para su capital fugitivo tras causar la ruina de una nación? ¿Fronteras
cerradas a sus desempleados que mendigan trabajo en otras latitudes? ¿Amenazas
ante la soberanía del individuo que se acerca a una urna a depositar su voto? ¿Socios
que especulan con el hambre de sus hijos, con el dolor de sus enfermos, con la indefensión
de sus ancianos…?
¿Era esta la Europa a la que aspirábamos
cuando éramos jóvenes, hermosos y bien intencionados…?
¿En esta Europa depositamos un día nuestra esperanza? ¿Es esta Europa la que merece
que yo acepte su ciudadanía…?
Porque esta Europa me produce rechazo y me avergüenza.
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