En
2003, un filósofo búlgaro aunque nacionalizado en Francia, un referente ético
en el pensamiento europeo contemporáneo, se atrevió a realizar un inventario de
los valores que Europa ha ido desgranando por el mundo. Sin duda se trataba de
una reflexión necesaria para mantener la autoestima y refrescar a la Europa
confusa la memoria de su propia importancia en la Historia de la humanidad. Con
menor esfuerzo podría haber hecho un inventario de las maldades históricas que Europa ha perpetrado.
Pero este hombre, Todorov de apellido, y Premio Príncipe de Asturias de las
Ciencias Sociales en 2008, se inclinó por recordarnos las aportaciones
positivas, con la intención, supongo yo, de reforzar una vieja esperanza que ya
hemos perdido de vista, que Europa, el continente de las conquistas sociales,
afrontara el fenómeno de la globalidad armada con los valores éticos que había
ido desarrollando para superar sus contradicciones y sus desastres numerosos.
En una entrevista reciente, la
mirada lúcida de este hombre que nació el mismo año que Alemania desató los
horrores de la Segunda Guerra Mundial sobre la humanidad, se ha vuelto descreída
sobre la pervivencia de gran parte de los valores que él relaciono hace apenas
diez años. En un corto periodo de tiempo, los fundamentos éticos que las
democracias europeas habían convertido en sus cimientos, se han vuelto
inestables.
No difiere Todorov de otros
pensadores contemporáneos sobre las causas del deterioro de este arsenal ético
europeo. Las democracias liberales han dejado la economía en mano de los
mercados, sin establecer reglas precisas al capital. La economía real, la única
economía que el ser humano debiera
practicar, se ha convertido en economía especulativa, un proceso inmoral y deslegitimado por la experiencia humana en el que todo vale para
acumular riqueza. El sufrimiento de muchos individuos sacrificados en este ritual inhumano ha dejado
definitivamente de ser preocupación de los Estados.
Puede que alguno de los políticos
oportunistas que el capital nos ha
infiltrado en los órganos legislativos, de esos que desprecian a los pueblos
porque los necesitan desinformados y manipulables, tilde de populista resentido
a este viejo humanista que contempla la historia reciente de este continente
desde la atalaya de su propia vida.
Yo, no. Porque yo también pienso que cualquier proyecto económico o político que no tenga como última referencia la igualdad humana y la mejora colectiva de la especie, es inmoral y no es legítimo. Hay que desecharlo en nombre de la Ética y de la propia Humanidad.
A él y a gente como él, yo los votaría con los ojos cerrados para entregarles el timón del continente. Quizás Europa
tuviera entonces alguna oportunidad de convertirse en la Europa de los pueblos,
la de los ciudadanos; aquella Europa a la que aspirábamos no hace tanto tiempo.Quizás sustentada en su vieja espalda y en su lúcido y honesto pensamiento, la política pudiera recuperar su dignidad.
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