Estamos
rodeados de mentiras. Generalmente, lo estamos. El conductismo, - la única
aportación notable, y negativa, del pensamiento norteamericano a la cultura
occidental -, potencia la mentira. Su máxima evangélica reza así: “Dale a un
ser humano el estímulo preciso, y obtendrás la respuesta pretendida”.
¿Y si el estímulo es mentira…? ¿Qué
más da? Lo único que importa es la respuesta.
¿Y la ética…? ¿Y la honradez…? ¿Y la
confianza defraudada…?
¿Estamos hablando de honradez o de
negocio…?
Esta máxima se aplica, sobre todo,
en la publicidad. Los seres humanos somos frágiles, necesitados de certezas;
necesitados de alguna seguridad que aminore nuestro temor ante el futuro, ante
la vulgaridad de nuestras vidas, ante el temor al envejecimiento, a la soledad,
a pasar desapercibidos, a no ser absolutamente nadie en un mundo que exige
notoriedad al triunfador.
Y cuando carecemos de certezas,
asumimos como certezas propias cualquier mensaje que se repita con frecuencia.
O asociamos nuestras necesidades humanas a la propuesta del mensaje falaz de la
publicidad. Serás feliz, hermoso, eternamente joven, triunfador, si consumes mi
producto. ¡Y una mierda…!
En eso confían los mentirosos habituales. Se
acercan elecciones. Es hora de mentiras, mentiras clamorosas. Ellos, los
mentirosos, han convertido la democracia
en una especie de prostíbulo, donde solo interesa la apariencia, la simulación,
el artificio. Llegada la ocasión, la gente del oficio se dedica a la conquista
del cliente. Eso somos, así nos consideran, clientes de este oficio artificioso
y desalmado que profesionales de la simulación ejercen sin vergüenza alguna
mientras simulan querernos con locura, compartir nuestras preocupaciones
vitales, nuestras inquietudes más determinantes. Mienten. Lo habéis comprobado
mil veces. Lo habéis gritado con amargura. No nos representan.
Pero, ¿quién necesita la verdad, si
las mentiras bien urdidas producen indudable consuelo y son rentables en las
urnas…?
De eso se trata.
Las mentiras más repetidas, las más
santificadas por la prensa amiga, las más altisonantes en los telediarios
diseñados a la medida de los que aspiran a perpetuarse en el poder desde el que
desmontan el Estado, nos repiten sin descanso que ya hemos salido de la crisis,
que vamos bien, pero que iremos infinitamente mejor, gracias a sus medidas, las
únicas medidas aplicables. Y lo repite a sus amigos del Golfo el rey de España,
mientras mendiga inversiones para un país de golfos, de ladrones impunes, y de políticos venales, serviles y
corruptos en número abrumador y doloroso.
La verdad, no obstante, aunque resulte inútil frente a la artillería
pesada de la manipulación mediática, es otra. La verdad cotidiana, la dolorosa
verdad que asoma su rostro miserable en cada esquina es que casi un millón de
familias en este país no percibe ya ingreso alguno. No hablamos de personas,
sino de familias; familias condenadas a la pobreza extrema; la verdad dolorosa
es que se sigue destruyendo empleo, a un ritmo de dos mil puestos de trabajo
desaparecidos cada día; la verdad dolorosa es que el empleo escaso que
sustituye al que desaparece es precario, temporal y mal remunerado; hasta tal
punto que un organismo tan desprovisto de conciencia como el FMI manifiesta que
en España el empleo que se crea no garantiza al trabajador poder atender las
necesidades mínimas de su propia familia.¿Creeis que al FMI le interesa el bienestar de esos obreros y sus familias...? ¡En absoluto! Le preocupa el consumo interno como factor de enriquecimiento de los fondos buitres a los que representa y que están comprando a precio de saldo los restos sanos del país.
La verdad miserable es que ninguna
medida de este gobierno está dando resultados positivos. Podrán enviar de
mensajero con discursos optimistas a un rey lastrado por el quirófano y los
excesos; podrán manipular las estadísticas; podrán inventarse cuadros
macroeconómicos que no afectan al bolsillo del ciudadano, pero la verdad cruda
es que el déficit público crece, que la deuda supera ya el Producto Interior
Bruto del país; la verdad cruda que el Estado prostituido, debilitado,
empobrecido, ninguneado por las políticas ultraliberales procedentes de Europa
y aplicadas fervorosamente por Rajoy y sus secuaces no podrá garantizar en poco tiempo ni las
pensiones, ni la sanidad, ni la educación, ni los servicios sociales.
La verdad cruda es que solo había
una línea escrita en letra clara en el programa del PP: ¡Menos Estado!. Lo
proclamó de forma reiterada. Y tuvo éxito, porque hay gente descerebrada que
está convencida de que el Estado es el enemigo verdadero. Y no negaréis que lo
está cumpliendo a rajatabla. Pero no son ellos los que deben recuperar el valor
del Estado, somos nosotros. El Estado somos todos y cada uno de nosotros, con
el deber ineludible de cuidar los unos de los otros. A ellos sencillamente hay
que expulsarlos del poder para que no sigan destruyendo el futuro.
La Historia de Europa comenzó con un
rapto. Un dios rijoso y transformista, un toro verriondo, se llevó a la
doncella que tenía un alfabeto y, por tanto, la llave del progreso. Durante un
tiempo esta Europa contradictoria y dolorida, con un pasado cruento, me hizo
alimentar una esperanza secreta. Esta Europa tenía los instrumentos políticos y
sociales para humanizar el fenómeno desconocido de la globalización; ya que
tantas veces colaboró a deshumanizar el mundo, Europa tenía ahora la obligación
moral de mejorarlo. Ya veis que no. De nuevo la han raptado. Y ahora no ha sido
un toro enamorado, sino el capitalismo desaforado, el que campa a sus anchas
por el mundo, desvirtúa Constituciones, vacía de funciones Parlamentos y
establece el programa a los gobiernos.
Tenemos una obligación que no admite
retrasos, recuperar la soberanía que nos han arrebatado. Y deberíamos tener un proyecto
en común los ciudadanos europeos, recuperar la Europa social. Será un proceso largo,
sin lugar a dudas porque buena parte de Europa ha perdido la fe en ese proyecto.
La Europa actual ya no nos sirve. No es la nuestra. Hay que entrar en las trincheras
del poder y desalojar al enemigo, ese enemigo que proclama que estamos bien, que estaremos
mejor mañana mismo y que no hay otras medidas que las suyas, a saber, el expolio del Estado,
dedicar el dinero de los Servicios Públicos al pago de la deuda que generó el sistema
financiero privado, la precarización del empleo o la esclavitud enmascarada como
instrumentos de progreso, y que lo racional es que los mercados establezcan los derechos, es decir, que cada uno de nosotros tenga los derechos que pueda costear.
Será una larga guerra desde luego, pero hay que empezar desalojando
al enemigo de las trincheras del poder.
Se puede decir más fuerte pero, nunca más claro. Muy bueno, Antonio.
ResponderEliminar¡Enhorabuena!
Saludos.
Gracias por tus palabras.
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