Presiento
que por primera vez en mucho tiempo las próximas elecciones europeas van a
suponer para muchas personas un verdadero dilema. Probablemente, varios dilemas
acumulados. Analicemos uno de ellos
El primero, la utilidad del voto.
¿Servirá de algo?
Recibimos infinitas señales de que
nada cambiará. Obtendrá la victoria ajustada uno de los dos grupos dominantes
en Europa. Gane quien gane, nada cambiará. Están de acuerdo en lo fundamental
para que nada cambie. El Partido Popular Europeo y los Socialdemócratas solo se
diferencian levemente en los matices del discurso. Y en nuestro caso, las
diferencias que están empeñados en recordarnos los dos partidos que se
adueñaron de esta democracia casi desde el momento de su nacimiento, estriban
en el número de imputados por corrupción que cada uno de ellos acumula en su
historial reciente. Ni se toman la molestia de proponernos su programa para
Europa. No lo tienen; ni merece la pena elaborarlo. Gane quien gane, se hará lo
que disponga Merkel según convenga a los intereses de su poderosa plutocracia.
Aunque gane alguno de esos dos
grandes grupos de poder europeo, ganará con menos margen que otras veces. Hoy
el bipartidismo se cuestiona en el mundo civilizado, porque, aunque se haya
asentado en la creencia de que garantiza la gobernabilidad sin cambios bruscos
en las sociedades desarrolladas, la verdad es que hoy está demostrado que la
contrapartida del sistema es que la democracia bipartidista se desvirtúa de manera
alarmante; la verdad es que el bipartidismo al que hemos encomendado la gestión
de la vida pública ha enfermado por anquilosamiento, se ha engolfado en la
administración del poder como si le correspondiera desde la propia cuna, se ha
profesionalizado en el peor sentido de la palabra al convertirse en profesión
de advenedizos y aduladores, ha perdido pasión y, sobre todo, ha perdido la
memoria de su auténtica función, representarnos.
Que nada cambiará lo aventuran también otras señales
alarmantes, porque cada una de ellas denuncia que Europa degenera en un lugar inhóspito y dañino para casi todos nosotros.
La tasa Tobin, una propuesta
aceptada a duras penas por la Unión Europea, impuesto sobre las transacciones
financieras que cada día modifican nuestras vidas en una actividad especulativa
que no genera ni un miserable puesto de trabajo, pero que genera millones de beneficios a sus actores, iba a
suponer unos ingresos de 55.000 millones de euros a las arcas comunitarias.
Pongamos que, por una sola vez, les
hubiera dado un ataque de racionalidad y de coherencia a las instituciones
comunitarias y que esos ingresos se hubieran destinado a potenciar medidas para
paliar el desempleo europeo de personas jóvenes. Expertos y sociólogos
advierten de que millones de jóvenes europeos entre los 30 y los 35 años están
condenados a una vida precaria, inestable, y muy alejada de sus propios
proyectos vitales. Europa está llena de cadáveres de jóvenes muchachos
empujados a las trincheras por políticos descerebrados y ambiciosos del pasado reciente. Esta
Europa los sacrifica igualmente, pero los deja vivos. También ahora son las
víctimas inocentes de políticos ambiciosos, descerebrados o cobardes.
Inglaterra, ese socio-no socio,
oportunista y agrio, tras mucho pleitear en defensa de su paraíso fiscal, La
City londinense, ha reducido la aportación de ese maná económico a unos
miserables 3000 millones, tras aplazar su entrada en vigor algunos años.
Luxemburgo, el gran Ducado, ese
enemigo al que damos tratamiento de socio, se permite tener la renta per cápita
más alta de Europa sin actividad productiva conocida; vive de la piratería
financiera; puede permitirse el lujo de haberse convertido en refugio fiscal de
empresas europeas que huyen del sistema fiscal de sus países, sin contrapartida
alguna. Acaba de rizar el rizo de la desvergüenza. Construye un búnker de acero
y de cemento, apenas a cien metros del aeropuerto de la capital, con el
objetivo de ser almacén de cualquier objeto de lujo, -joyas, automóviles de alta
gama, obras de arte, diamantes, metales preciosos…-, y de convertirse en
espacio de compraventa de los mismos, exenta de IVA y lejos de la mirada
indiscreta de cualquier sistema fiscal. Un espacio sin ley, con el beneplácito
de todos los partidos políticos que
configuran su arco parlamentario. Acaba de proponer también el cierre de sus
fronteras para parados europeos y la expulsión de aquellos europeos residentes
que hayan perdido su trabajo.
Y Europa calla, luego otorga.
Sabemos, además, que Bruselas, la
capital administrativa de esta Europa, madre desnaturalizada, es, tras la
capital de los Estados Unidos, el lugar del mundo donde mayor concentración de
“lobbies” se produce. Un “lobby” es un instrumento de las grandes empresas para
influir en las decisiones políticas; dicen que mediante la persuasión y el
asesoramiento, mediante la creación de opinión o modificación de opiniones
preconcebidas sobre asuntos de interés general. La verdad es que una forma
aceptada de corrupción política. La verdad es que no sólo emplean la
persuasión, sino el dinero y el poder para cambiar las leyes en su propio
beneficio. Los más influyentes, porque más medios dedican a defender sus intereses, son las tabaqueras, los fabricantes de automóviles, los laboratorios, los grupos
financieros que controlan la producción y distribución de las fuentes
energéticas, las aseguradoras, los grandes grupos de telefonía y comunicaciones, los gigantes de la red, los productores de alimentos transgénicos…; el gran capital, en suma, tiene en
Bruselas, según datos fiables, más de treinta mil “conseguidores”, dispuestos a
inclinar las leyes en beneficio de sus intereses. Bastantes más que funcionarios europeos.
Copan los hoteles de lujo y frecuentan los despachos de nuestros
representantes, hasta que nuestros representantes dejan de ser , en afortunada
expresión que he leído en algún sitio, guardianes de nuestros intereses y se
convierten en cazadores furtivos de los beneficios que produce la corrupción .
Entre otros muchos dilemas, aquí hay
uno importante que debemos solucionar en breve tiempo. Yo me inclino por votar.
La abstención beneficia a los de siempre. Pero eso me conduce a otro dilema que
muchos compartimos y del que hablaremos otro día. ¿A quién votar…?
No hay comentarios:
Publicar un comentario