¡Un
comité de expertos! Cada vez que escucho esa expresión en boca de algún
miembro del gobierno, un indefinible temor me embarga sin remedio. Expertos en
remediar la crisis se incrustan en la Troica, y ya veis las consecuencias. Y
son expertos, desde luego. Expertos en llevar el ascua a su sardina, en
defender los intereses de aquellos a quienes sirven y en dejarnos las
miserias a escote a los demás, al
ciudadano medio que se ha quedado, de paso, sin la protección de los Estados.
Los últimos que el gobierno nos ha
echado a la chepa son los expertos en derecho fiscal, ponentes de las reformas
necesarias para salir del laberinto de nuestra deuda externa y establecer
mediadas paliativas para el cáncer del paro. Si alguien alimentaba una
esperanza, mejor hará en abandonarla.
Cuando un gobierno se escuda en los
expertos, un colectivo anónimo y que reclama la credibilidad que el título
supone, algo malo trama. No pondré en duda la experiencia de las personas
escogidas. Me gustaría saber qué líneas rojas les ha marcado Hacienda. Y con
líneas rojas marcando el territorio, la experiencia es humo; nada vale, porque
es difícil mantener la honestidad en una partida que se juega con los naipes
marcados.
A simple vista, no hay reforma
fiscal en sus propuestas, en el sentido estricto de que en nada mejorarán las
arcas del Estado. Hay como siempre medidas ideológicas. La primera que se me
viene a la cabeza avergüenza, sería inútil aumentar la presión fiscal sobre las
grandes empresas, porque tienen medios para burlar su obligación de contribuir
al sostén del Estado, ingeniería fiscal elaborada o traslado de su sede social
a cualquier país más tolerante. Soportan ya demasiado, un dos por ciento creo; cada una de mis nómina de funcionario medio soporta un veintisiete por ciento de retención. Yo debo ser rico en demasía. Los que fabrican a precios tercermundistas y no perciben que sus subcontratas esclavizan niños, pero venden a precios europeos, podrían instalarse en Luxemburgo, por ejemplo.
Yo preferiría instalarlos en la cárcel. Pero el sistema los pone como ejemplo de éxito empresarial y orgullo de la patria.
Yo preferiría instalarlos en la cárcel. Pero el sistema los pone como ejemplo de éxito empresarial y orgullo de la patria.
Lo demás, desde mi humilde
percepción de lo que debiera ser la democracia, carece ya de soporte moral,
pero viene a confirmar las exigencias del capital sobre los gobiernos europeos,
-más secundadas cuanto mayor sea el poder que otorgamos a la derecha cómplice y
afín-, reducción de los costes empresariales con la falsa esperanza de mejorar
el empleo y aumento de la presión fiscal sobre el resto de la gente.
Dos vías se proponen.
La primera es el socorrido recurso
de cualquier dictadura, de cualquier sistema político sin legitimidad, sin
soporte moral y sin deseos de acometer reformas justas. En esos casos se
recurre al aumento de los impuestos indirectos que gravan el consumo, el IVA
llanamente, lo más injusto puesto que grava a todos por igual
independientemente del grado de riqueza. Estos expertos parecen asesores de un
gobierno de otro tiempo, sacados de cátedras polvorientas de Universidades en
blanco y negro donde el régimen colocaba a sus afines.
En la práctica, cada subida de los impuestos
indirectos impulsa a más pequeños empresarios y a más trabajadores ocasionales a
la economía sumergida. Es un hecho que confirman los técnicos de Hacienda. Ni una
medida de este gobierno infausto da frutos en beneficio colectivo. Para justificación
moral basta la corrupción. Si los políticos, que debieran ser la referencia moral
en sus comportamientos éticos y en el respeto a las leyes cobran en B y saquean
las arcas del estado, ¿quién soy yo para afearles sus conductas siendo honesto…?
Y la segunda clama al cielo.
Considerar la vivienda familiar como un ingreso más de las personas físicas y
aumentar los impuestos sobre ella. Ya pagamos por ella impuestos y su
consecución devora un tercio de los ingresos familiares. Habrán tenido en
cuenta aquella afirmación de Merkel cuando aseguraba que los españoles somos
muchísimo más ricos que los alemanes, porque casi todas las familias tienen
vivienda propia. Aquel artículo de la Constitución que hace referencia a la vivienda
digna debe parecerles un reconocimiento innecesario, un insulto al orden social
que aspira a la desigualdad como meta suprema.
Ése es el núcleo duro. Pero el mensaje
que oiréis será que Rajoy nos baja los impuestos para cumplir su compromiso electoral.
Ya lo están haciendo sus barones en Extremadura y en Madrid. Hechos los cálculos,
alguno de ellos ha establecido rebajas de veinticuatro euros en la declaración anual
del IRPF, mientras su mano izquierda te exige copagos farmacéuticos por trescientos
o te recorta servicios en dependencia por tres mil.
Pura falacia. Esta derecha corrupta que
gobierna cumple con las exigencias de quienes escriben su programa. Corrupta porque
malversa la voluntad del pueblo y manipula. Corrupta porque se ampara en principios
morales, pero escupe sobre ellos. Corrupta, porque os juro que no cree en la democracia.
Para cumplir su verdadero cometido, ha
diseñado poco a poco una democracia aparente que no tenga empacho en plegarse a
las exigencias del mercado, el capital especulativo y criminal que nos gobierna.
El instrumento, Decretos leyes con nocturnidad y alevosía y mentiras cínicas, desprecio
en suma al ciudadano, al supremo soberano que ocasionó con su voto tantos males,
al confiar en gente indigna, inmoral, que se llena la boca con la palabra patria
y la traiciona.
Nos costará trabajo recuperar lo que
perdimos. Será imposible, sin una Europa que recupere su dignidad y su autoestima.
Pero debemos empezar erradicando el mal en nuestra casa. Hay que agradecerles a
Rajoy y a sus expertos los servicios prestados y ¡a cabalgar, a cabalgar hasta enterrarlos
en la mar…!
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