Hay
en Galicia una voz autorizada para hablar de Andalucía. Se trata de ese político
notable que atiende por Alberto Núñez-Feijóo, presidente ahora de aquella
tierra donde en la antigüedad ya se acababa el mundo. Él es también un barón
notable del partido ejemplar que nos gobierna. En su día sonó como un sustituto
de consenso para un Rajoy contaminado por los papeles de aquel tesorero cuyo
nombre nadie recuerda ya.
Vino a decir el hombre, el día que
Andalucía celebra su fiesta nacional, que la Transición no habrá terminado
hasta que caiga el régimen político andaluz que gobierna en esta tierra.
Confirma con ello que Andalucía es
como una astilla clavada bajo las uñas del PP.
Una amante que a la vez se odia y se desea.
Se me antoja que la palabra régimen tiene una
carga peyorativa evidente en el discurso de Feijóo. Algo así como que la
izquierda usurpa el gobierno en esta tierra desde siempre por procedimientos
ilegítimos y que no gana las elecciones de forma limpia, sino porque ha establecido
una amplia red de intereses clientelares con la que atrapa el voto de los ciudadanos
analfabetos del Sur.
Sabrá de lo que habla. En Galicia su
partido es experto en esas lides. En Galicia, -también en otros sitios-, su
partido ha recuperado de las cenizas de la historia el papel primordial de
algún cacique imprescindible para ganar las voluntades del votante; en Galicia,
sus logreros a sueldo acarrean el voto emigrante cada vez que es preciso y cuando
la incidencia de ese voto perjudica, cosa que sucedió en las últimas elecciones
autonómicas, se manipula el censo con las urnas abiertas todavía y se elimina
de las listas al emigrante, para que la elevada abstención no se interprete
como un voto de castigo a las medidas de Rajoy.
En una cosa sí tiene razón este
gallego entrometido que desprecia el voto andaluz y, por tanto, al pueblo que
lo emite. Puede que esta interpretación de sus palabras no se ajuste a sus
verdaderas intenciones. Si es así, más le valiera pensar un poco antes de hablar,
pero será como negar, en parte, la naturaleza misma de esa derecha patria,
soberbia, autoritaria, y casi siempre visceral.
Tiene razón Feijóo en que la
Transición no ha terminado.
No solo no ha terminado, sino que
cuando podamos arrebatarle este país a los que ahora están empeñados en
dejarnos el futuro hipotecado, habrá que comenzar de nuevo un largo camino de
retorno hacia los derechos, las libertades, el reparto más justo, el empleo, la
autoestima, la educación , la sanidad, y la igualdad que merecemos. De paso
habrá que erradicar de forma trabajosa la grama de la corrupción que se ha
extendido por todos los rincones del país.
El partido que ahora gobierna no es de hoy. Y mucho menos, de mañana. Es de un ayer remoto. Lleva sobre los hombros la caspa del miedo a las libertades, la necesidad de recuperar antiguos privilegios, la vocación misionera de convertir en leyes los mandamientos de su fe impostada, y una vaga nostalgia de los caciques. Y Cospedal experimenta ya con recuperar el voto censitario.
España a veces parece un burro castrón atado
al palo de una noria. Siempre caminando, y no llega jamás a ningún sitio. Con los ojos vendados, al burro se le niega, incluso, la posibilidad de imaginar otro destino.
Hola, Antonio. Muy bueno tu artículo. Andalucía, es una astilla como tu bien dices, que tienen clavada y que no se la van a poder quitar, nada más hay que leer los periódicos todos los días, hablando de lo bien que lo hacen estos señores que nos gobiernan, todo un ejemplo a seguir. O conseguimos echarlos pronto, o acaban con nosotros y las libertades.
ResponderEliminarUn saludo.