Los pueblos
suelen recordar sus dramas colectivos
con la intención de que no vuelvan a repetirse. También para honrar a
las víctimas inocentes de aquellos acontecimientos que truncaron sus vidas.
Acontecimientos desencadenados por comportamientos irresponsables. Porque
absolutamente irresponsable fue la decisión de José María Aznar de involucrar a
un país que ni tenía, ni tiene, una fuerza militar significativa para
participar en cualquier guerra – y allí acudíamos a una guerra, y no a realizar
labores humanitarias-, ni sacaba beneficios que justificaran, aunque fuera una
justificación inmoral, correr el riesgo de provocar al ejército en la sombra
del terrorismo islámico en la guerra universal y sin fronteras que ahora se libra en tantos
frentes.
Aznar es un
hombre soberbio, de comportamiento compulsivo y poco racional en ocasiones. Un
ególatra enfermizo. Y el partido que lo encumbró, poco habituado a los hábitos
de la democracia de cualquier tipo, casi una reedición encorbatada de la
estructura de las monarquías autoritarias, obligado por tradición y servilismo
debido a dar culto a su jefe, agravó su dolencia.
Media España,
armada de pancartas, rechazó aquella guerra. Pero este partido nunca escucha.
Se defiende acusando a quien reclama. Al parecer, entre los suyos, Aznar no
escuchó ni una palabra que recomendase
prudencia. Sus secuaces aprobaron una resolución tardía del
Parlamento que legitimaba aquella invasión de otro país con
el que no teníamos causa abierta. Aznar, en persona, se empeñó en declarar
la guerra a Irak. ¿Se nos olvida que habíamos declarado la guerra a ese país…?
La culpa de aquel
crimen se reparte. Eso es lo que a mí, hoy, diez años después, me viene a la memoria.
El frente de batalla
estaba lejos, pero el atentado brutal del 11 M fue un episodio más de aquella guerra.
Y aprendimos que el mundo entero era un posible frente de batalla, porque en las
guerras de estos tiempos no hay un lugar seguro donde podamos sentirnos a salvo
del horror. Tampoco existen códigos de honor.
Y la indignación.
También me viene a la memoria la indignación avergonzada que me provocaron quienes,
ajenos al dolor de este país horrorizado por la violencia inesperada, se esforzaban
exclusivamente en imponer una verdad a su medida para no perder las elecciones.
El dolor de las víctimas quedó para mejores ocasiones.
Aun hoy, la Secretaria general de ese partido que
nos llevó a la guerra, pone en duda lo que la historia ha confirmado.
La Historia y la Justicia. No se nos olvide que el Estado de Derecho es el Imperio de la Ley. También cuando te quita la razón.
ResponderEliminarSin duda; al hablar de la Historia no olvido la que escriben los tribunales de justicia.
EliminarTiene cojones que todavía peleen por culpabilidad de los atentados. Lo de este país con sus políticos es de cachondeo. Vergüenza es lo que siento de ser representados por semejante calaña!!
ResponderEliminarComparto tu vergüenza. A ella añado el miedo a las consecuencias duraderas que un gobierno servil con los intereses del dinero y sin sentido de estado, dispuesto a colaborar con el capitalismo financiero en cualquier cosa que pida, dejará sobre nosotros y las generaciones venideras. Pobreza, desigualdad, paro, servicios públicos deteriorados, justicia de pago, leyes injustas y un refuerzo del integrismo católico sobre la vida de las personas mediante leyes a medida de su credo.
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