En mayo toca renovar el Parlamento
Europeo. Quizás, cuando mencionamos Europa hoy, tengamos una reacción
justificada, la decepción porque traicionó nuestras esperanzas nos induce al
rechazo. En la última encuesta que ha caído en mis manos sobre la intención de
voto en las próximas elecciones europeas, independientemente de unos datos poco
fiables todavía sobre los resultados de los partidos, llamaba la atención el
índice actual de la abstención. Aproximadamente el 56% de los españoles con
derecho a votar manifestaban su intención de no hacerlo.
En mi humilde opinión es un
error.
Y el error hay que
achacarlo, sobre todo, una vez más a la mediocridad de la clase política más o
menos profesional que soportamos.
Hemos ido
elaborando una imagen del Parlamento Europeo como un refugio de las viejas
glorias de la política nacional, un destino distante para gente incómoda a las
ejecutivas de los partidos, o un premio para algunos esforzados de la política
servil que no encontraron acomodo en las listas nacionales. Y no debemos andar
descaminados.
La percepción que
el ciudadano medio tiene del Parlamento Europeo es que una máquina oxidada y
sin valor que no decide nada en nuestras vidas. La economía, el principal
caballo de batalla, tiene sus ejecutores ajenos al legislativo. Y bien que los
sufrimos.
De ahí el desinterés
de los ciudadanos por unas elecciones que, al parecer, nada deciden.
Y hay que cambiar
la percepción, explicar al ciudadano que el próximo Parlamento tendrá funciones
que afectarán notablemente a nuestras vidas, porque elegirá al Presidente de la
Comisión y gestionará el presupuesto.
Nuestros
políticos profesionales no lo explican.Una vez más desprecian a los que
deberían representar. Quizás no saben todavía que nuestro futuro, en gran
medida, está en las manos de esa Europa que hoy rechazamos por sus políticas
ruinosas. Y queremos otra Europa.
Quizás no lo
explican porque están en otra guerra, la de su propia supervivencia y
porque carecen de interés verdadero por la acción política, la que tiene
como objetivo lograr la participación, encontrar procedimientos para la
solución de los problemas colectivos y preparar las condiciones de un futuro
mejor para la población.
Ignorando la
importancia de Europa en nuestras vidas, han decidido que estas elecciones son
sólo un test para calcular cuántas cicatrices acumulan en el pellejo por la
nefasta gestión de nuestras vidas en los últimos años.
Unos aspiran a que las
mentiras urdidas sobre la recuperación económica invisible tapen las doloras
verdades de la regresión en los derechos, en el empleo, en los valores
ciudadanos, en la convivencia,y en los servicios públicos. Temen a estas
elecciones como a una vara verde, porque las previsiones de intención de voto
les auguran considerables pérdidas de afecto. Las prohibirían si estuviera en
su mano.
Algunos temen con
motivos fundados que el hundimiento del contrario no traiga el grano del voto a
su granero; temen la confirmación de que están rodeados de desierto.
Otros, sí; otros
esperan impacientes estas elecciones como agua de abril. Ya saben que en el
reparto caerá sobre su plato una ración inesperadamente generosa. No tanto por
sus propuestas de futuro, como por el castigo de quienes han acumulado más
culpa en estos años.
Pero ninguno de ellos anda
explicando por qué es importante que acudamos a las urnas.
Me da igual. Yo
buscaré, cuando llegue la hora en los programas. Quien lleve entre sus
objetivos la unión fiscal de la Unión Europea, la persecución de los paraísos
fiscales, medidas de control para el capitalismo financiero, y un amplio
abanico de medidas sociales, obtendrá mi voto. Ciento veinte millones de
europeos no garantizan en su mesa un plato de comida a la hora de comer en el
continente más rico de la tierra. No los dejaré abandonados a su suerte. Y os
pido que vosotros no los dejéis tampoco.
Siento discrepar, Antonio. Yo me acercaré a las urnas cuando me dejen votar a los que mandar de verdad. Y mi voto irá, por supuesto, para el presidente de Coca-Cola, con ron, claro.
ResponderEliminarRespeto tu discrepancia. En mi opinión para que no sigan mandando los que mandan ahora es o el fusil o las urnas. Prefiero las urnas. Porque ellos aguantan bastante bien las discrepancias de salón o las discrepancias de la red que a ti y a mí nos sirven como espita.
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