Cuando la borrasca política amaine, si
es que amaina alguna vez, todos estaremos convencidos de que el causante de
esta situación de inestabilidad habrá sido el Partido Socialista. La única
coincidencia en las posturas encontradas del gallinero es que el PSOE el padre
y la madre de todos los males que nos aquejan.
No hay la más mínima duda al
respecto
A todos conviene que así sea. Un
comensal menos a los postres. O eso creen lo que olvidan que buena parte del
voto del PSOE proviene de un caladero histórico, de gente que en democracia
nunca votó a otro partido, y, probablemente, nunca lo votará. Ese partido
cimentó su fortaleza en la Transición.
Y recibió el voto joven de una buena
parte de la sociedad española, esperanzada entonces con la democracia naciente.
No fue un voto que hundiera sus raíces en el odio, ni en el ajuste de cuentas,
ni en el afán de laminar a un enemigo.
Fue el voto de la esperanza, el voto
de gente enamorada del futuro. Buena parte de esos votantes, siguen ahí.
Conviven a duras penas con la política funcionarial y la defensa de intereses espurios
en que el PSOE,- y el resto de los partidos-, ha convertido la democracia. Y conviven
muy mal, sobre todo, con la corrupción.
La decepción no cambia sus votos en
otra dirección. Los empuja, en todo caso a la abstención. Pero afloran, cuando
vienen mal dadas. Anguita lo aprendió hace ya mucho tiempo. E Iglesias, el
discípulo aventajado, acaba de aprenderlo no hace mucho. El PSOE es un partido
arraigado, al que resulta difícil desarbolar.
No obstante, todo vale en ese noble
propósito de arrojarlo a la cuneta. Se ha convertido en el culpable perfecto. Ahora carga con el peso
del bloqueo a la posibilidad de que tengamos gobierno. Y, al parecer, hasta sus
propios dirigentes lo asumen y lo aceptan sin emplear un ápice de las
capacidades que se les suponen en rebatir ese argumento dañino.
Nadie habla del bloqueo verdadero,
el único que nos ha empujado a las segundas e inútiles elecciones generales; el
único que nos empujará a las terceras e inútiles elecciones generales en plena
resaca navideña. Dos partidos recién llegados y con una razonable representatividad
se declaran incompatibles, como si la distancia ideológica entre sus votantes
fuera sideral.
No advierto yo
esas brechas ideológicas en la sociedad española. Sé que por la derecha o por
la izquierda, el voto que han recibido los nuevos partidos representa a una sociedad
flexible, joven, predispuesta a generar situaciones políticas que favorezcan sus
condiciones de vida. En esta sociedad nuestra no hay territorios tribales y
hostiles entre sí. Esos políticos recién llegados se equivocan.
¿No venían a hacer política para la
gente y con la gente? ¿A qué gente creen representar?
Desde este rincón insignificante me
atrevo a proclamar que ese es el bloqueo irracional que impide un gobierno que
corrija, al menos en parte, los destrozos que el cuatrienio ominoso de mayoría
absoluta del Partido Popular nos ha causado.
El pensamiento único empobrece a la
sociedad y la embrutece. Y la manipulación es un recurso totalitario.
Al final, acabaremos aceptando que no tienen remedio y que sólo les interesa nuestro voto para tener derecho a un lugar junto al pesebre en que han convertido el Parlamento.
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