En
estos meses de silencio he recibido alguna muestra de educada protesta por
cerrar el blog sin despedirme. En realidad no había cerrado el blog. Me he
distanciado de él a voluntad.
La indignidad que cerca nuestras
vidas es mucho más resistente que la grama, te desborda, te deja sin recursos
creativos a fuerza de repetirse de forma ineludible o de ofrecer mil caras que
uno es incapaz de abordar con la coherencia y el distanciamiento necesarios.
La indignidad agota.
Y confunde.
Uno acaba por sospechar de las
certezas propias, del análisis que aplica a los acontecimientos cotidianos que
limitan nuestra existencia individual y colectiva.
Y una persona confundida poco tiene
que aportar a los demás. No tengo la arrogancia alocada que impulsa a creerse necesario
en este mundo donde todos escribimos y casi nadie lee.
Vuelvo; aún sigo indignado. Y cada vez más confundido.
La indignación tiene mil causas.
Permanecen intactas. Incluso proliferan como casi todas plagas. Se multiplican
cada día y atascan los respiraderos de la esperanza.
Y sobre mis confusiones, la más llamativa
tiene que ver con la actitud del PSOE en este largo periodo de desgobierno desde
las últimas elecciones. No logro descubrir qué objetivo persigue. Parece rehén
de un ejército de temores aguerridos, que probablemente nos llevarán a las
terceras elecciones generales.
Desde la noche electoral, Rajoy
reclamó su concurso para que este país resultara gobernable. Era consciente de
que sin la abstención del PSOE no podría, no podrá, forma gobierno tras la política
soberbia y de tierra quemada que practicó durante el negro cuatrienio de
mayoría absoluta.
¿Qué podemos hacer con ochenta y
cinco escaños y rodeado de enemigos por los cuatro costados? ,- se preguntarán
en la Ejecutiva nacional. Habrá también quién se pregunte hasta cuándo será
capaz de resistir Pedro Sánchez, porque ambiciona ocupar esa vacante, al parecer
envenenada.
Entiendo que el único partido que
asumió la responsabilidad de formar gobierno en las anteriores elecciones,
frente a la cobardía del ganador nominal, sea preso de un cierto resentimiento
hacia la sociedad española que lo castiga en las urnas y lo convierte en responsable
único de la crisis.
Pero en política esa actitud es
autodestructiva.
Si yo, un hombre confuso, hubiera
tenido que decidir, habría puesto ante Rajoy, – parece inevitable que gobierne
de nuevo-, un alto precio por la abstención del grupo socialista. Una
negociación con luz y taquígrafos y con un alto contenido de políticas sociales
y económicas. Habría obligado a Rajoy a gobernar con una parte sustancial de mi
propio programa. Habría hecho algo extraordinario, gobernar, o casi, desde la
oposición e intentar capitalizar parte del voto perdido.
Pero yo soy solo un hombre cargado
con el peso de la confusión, que pone en duda cada día sus propias certezas ¿Quién
soy yo para aconsejar a un partido centenario? A los partidos les basta con pedirnos
nuestro voto. Jamás nos piden consejo.
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