Comienza
un nuevo curso escolar y eso debería ser la manifestación inequívoca de que el país, a pesar del galimatías político que hace improbable una próxima
gobernabilidad, afronta sus quehaceres con normalidad.
Pero nada es normal en este comienzo
de curso.
Entre los múltiples destrozos que ha
provocado el gobierno del Partido Popular, no es el menor el gañafón que nos ha
dejado sobre la piel la Ley de Educación que tramaron y a la que Wert le ha prestado su nombre de recuerdo
infausto.
Aprobada en solitario en el
Parlamento desoyendo un principio elemental de prudencia política en asuntos tan
delicados como la Educación y puesta en circulación contra viento y marea sobre
el muy ibérico lema de “¡Por mis cojones!”, nos genera un vacío plagado de
dudas y vaguedades y condena al alumnado de cursos de fin de Ciclo, 4º de ESO y 2º
de Bachillerato, a sufrir las consecuencias de un desconcierto inevitable entre
el Profesorado y en las propias Instituciones Educativas, incluyendo a las Universidades
que habrán de seleccionarlos y recibirlos en el caso de 2º de Bachillerato.
Avanzamos a oscuras hacia una prueba
final, externa, ajena a los propios Centros Educativos y desconocida en sus
contenidos y procedimientos, en la que pesarán, sobre todos los demás, los
criterios del propio Ministerio de Educación. No sé a qué prueba serán
sometidos, pero debo empezar a prepararlos mañana. Y esa prueba será definitiva
para cumplir con sus respectivos proyectos vitales, obtener el título de
Bachillerato – este curso no tendrá todavía efectos académicos- o acceder a una
determinada Facultad en el caso de pretender seguir realizando estudios
superiores, para lo que sí será efectiva ya la prueba de este año.
La Ley Wert, la ley del Partido
Popular, es la ley de la desconfianza. Desconfía de las Comunidades Autónomas y
de las Universidades, pero desconfía, sobre todo, del profesorado.
De pronto hemos sido despojados de
una de nuestras escasas prerrogativas, decidir sobre la titulación de nuestro
alumnado tras trabajar durante meses o durante años en su formación y tras evaluar
sus competencias y conocimientos. Esa importante decisión se ha externalizado.
La tomarán desconocidos, y sobre todo desconocedores, a la luz de una prueba, a
todas luces insignificante, para decidir sobre una larga trayectoria personal y
académica.
¿Dónde está el beneficio y para quién se programó?
Por otro lado y aunque Wert y sus cómplices todavía no lo
sepan, me complace anunciar que el magnicidio que intentaban perpetrar contra las Humanidades no
parece estar teniendo éxito. Por lo que atañe al Centro en el que aún soy feliz
enseñando, no obstante esa nefasta Ley, el alumnado de Bachillerato que ha
escogido Griego duplica al de los mejores cursos anteriores y hablo de los últimos veinte
o veinticinco años.
Lo siento, muchachos, a pesar de vuestros denodados
esfuerzos, el árbol nutricio que alimenta a la mejor Europa se resiste a ser
desarraigado.
Muy acertado el artículo Antonio, un abrazo.
ResponderEliminarMuy acertado el artículo Antonio, un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Estanis!
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