Si
algo tiene el presente es su capacidad de distraernos de los asuntos
verdaderamente importantes. Hoy afloran esas cuestiones importantes, nos
alarman durante un breve periodo de tiempo, y las echamos en olvido de
inmediato, atentos al ruido que nos llega del presente acelerado, confuso y
cargado de miserias.
Ayer dimitió un rey; dejó su oficio
a una edad en la que casi todo el mundo ha abandonado el suyo, si lo tuvo. Ocasión
propicia para loas y acusaciones. Empiezan a cansar ya los discursos laudatorios y serviles. El más
servil que se oye sobre este rey, que ha envejecido mal, es que él nos trajo,
por fin, la perseguida democracia. He dicho y lo mantengo que eso es falso. La
democracia es una conquista de este pueblo. Puede que él estuviera convencido,
también, de que ya era hora de adoptarla. Mi convencimiento se orienta, sin
embargo, a que Juan Carlos de Borbón era
plenamente consciente de que sin democracia su reinado habría sido breve; que
habría acabado, como buena parte de sus predecesores, mal muriendo en el
destierro, definitivamente huérfano ya de los apoyos internos de los viejos
monárquicos. Por lo poco que aflora de su vida, ahora sabemos que era pobre y
andaba necesitado de un oficio. Y si hemos de creer las noticias sobre la fortuna que ha amasado, debe ser un oficio lucrativo.
Es parte del ruido del presente
confuso. Lo accesorio se convierte, de pronto, en cuestión de vida o muerte; en
debate fundacional para un futuro diferente. Sinceramente, hoy por hoy, el
debate entre monarquía o república carece de significado para mí. De hecho
preferiría vivir en una monarquía europea, la sueca por poner un modelo
envidiable de organización social y política, a vivir en casi cualquier
república conocida, haciendo excepción de Canadá, Australia o Nueva Zelanda,
las antiguas colonias de poblamiento donde los colonos blancos hicieron
arraigar la democracia. Francia e Italia tienen también su encanto, pero hoy me
generan dudas por razones diferentes. No, no se me olvidan los Estados Unidos. Jamás viviría
en ese país por propia decisión, pero explicarlo me llevaría algún tiempo.
Fuera cual fuera mi elección, si tuviera que hacerla, el hecho de que se tratase de una monarquía
o una república no tendría peso alguno en mi decisión. Por el contrario, el modelo de organización social y el modelo de convivencia serían la razón fundamental.
Y estoy seguro de que cualquiera de vosotros comparte esta actitud mental conmigo.
Lo único relevante, en mi opinión,
es la eficacia del sistema democrático. Son las democracias las que deben
afrontar dos retos importantes que condicionan el futuro de forma definitiva:
la distribución de la riqueza y el cambio climático. De otra manera, cualquier
debate será un debate inútil, porque empezaremos a ser una especie amenazada de
extinción. Ambas cuestiones son un problema global, y su solución nos exigirá grandes
esfuerzos colectivos. Ese es el reto verdadero, el urgente; la cuestión de vida
o muerte que debería ocupar nuestro debate existencial, sin que el presente ruidoso
nos distraiga en exceso.
Respeto, desde luego, las certezas
ajenas, pero, en mi opinión, la envoltura solicita tan solo una regulación
estricta, y que quien ostente la Jefatura del Estado la ejerza dignamente.
He recibido preguntas sobre si he bloqueado los comentarios, porque no aparecen. ¡En absoluto! Pero desconozco la razón. Prometo indagarlo.
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