Tomo
prestado el título de esta entrada a Juan Luis Cebrián, que recientemente
publicó un extenso artículo en “El País”,
jugándose el resto sobre la falsedad absoluta de la tesis central del libro de
Pilar Urbano que implica al rey Juan Carlos en el golpe de estado del 23 de
febrero de 1981.
Carezco de información, como casi
todos vosotros, para dar por buena cualquiera de las opiniones encontradas al
respecto. Sospecho que de aquella trama conocemos lo que decidieron que
podíamos conocer. Y a mí me falta, sobre todo, conocer la trama civil y la
trama religiosa del asunto; nos falta saber qué elementos de la oligarquía económica y de la jerarquía
eclesiástica apoyaban aquel golpe contra la naciente democracia, porque sin
duda lo apoyaron. De que el franquismo montaraz que se sentía traicionado por
una de los suyos lo apoyaba, no nos cabe duda alguna. En las pequeñas
localidades andaban preparando de forma apresurada las listas de las personas
que habían de eliminar en cuanto el golpe se hubiese consumado. Figuré en una
de esas. Sé de lo que hablo. De pronto el recuerdo del olor de la sangre
enemiga derramada excitó a la jauría y se aprestaban a restablecer el orden
eliminando cualquier atisbo de libertad empleando su recurso más querido, el
asesinato y terror.
Me inclino por poner en duda siempre
una publicación oportunista. Y el libro de Pilar Urbano es un libro
oportunista, un libro que aguardaba su momento, la muerte de Suárez, para hacer
caja. Ella siempre me ha parecido una periodista sesgada y egocéntrica. Y ese
periodismo nunca tendrá mi respeto, porque no creo que difundir la verdad sea
su objetivo principal.
No sé si tiene pruebas fehacientes
de lo que ha escrito, o si, como afirma Cebrián, nos cuela en el menú gato por
liebre y ha convertido los rumores que circulan sobre el momento épico de
nuestra frágil democracia en verdad
fidedigna.
Sin lugar a dudas, esta versión
contribuye de forma considerable al
deterioro creciente de la corona ante la opinión pública. Y me resulta
inexplicable que ese desprestigio, si no está fundamentado, no tenga respuesta
ante los tribunales por un atentado contra el honor. No sé si hay gato por
liebre, pero hay gato encerrado, por lo menos.
La muerte de Suárez ha removido el
cieno apelmazado en el fondo del estanque de aguas sucias que cubren nuestra
historia reciente y el hedor se ha vuelto insoportable.
La sensación es que las
instituciones del Estado aguardaban el fatal desenlace con impaciencia. Unos,
el gobierno, para utilizarla como contrapunto informativo a las marchas por la
dignidad; otros, la monarquía, para reivindicarse en el discurso funerario como
el Prometeo que nos trajo, por primera vez, la democracia, una democracia
duradera que ha producido el mayor periodo de paz y de prosperidad de este país;
algunos, los protagonistas de la transición, para reivindicarse a sí mismos
como políticos de fuste, con sentido de estado, que anteponían los intereses
nacionales a los intereses de partido.
Y en los discursos funerarios, tan
hagiográficos que han producido hasta sonrojo, estaba el gato en lugar de la
liebre.
He oído hasta la saciedad que Suárez
ha sido el primer presidente de una democracia española. En todas esas
afirmaciones no hay desconocimiento, sino voluntad de ignorar un periodo de
nuestra historia ensangrentado por un genocidio al que siguieron casi cuatro
décadas de una ominosa dictadura. Y, sobre todo, la complicidad tácita de los
dos grandes partidos de defender la deteriorada figura del monarca. Por si no
lo sabíamos, la democracia la alumbró Juan Carlos secundado por Suárez, que fue
fiel a las recomendaciones del rey.
Gato por liebre, doblemente.
En primer lugar, las primeras
elecciones verdaderamente democráticas se celebraron en este país el 28 de junio
de 1931. Niceto Alcalá Zamora, un republicano moderado fue elegido presidente de
la República y Manuel Azaña, líder de la izquierda republicana, fue el primer presidente
de gobierno salido de aquellas elecciones.
El proyecto de reformas resultó tan ambicioso
que la oligarquía, la iglesia y buena parte del ejército, la España refractaria
a la libertad y a la justicia social, comenzaron a diseñar el genocidio.
Y en segundo lugar, estoy harto de oír
que la defectuosa democracia que tenemos es un regalo generoso que alguien nos ha
hecho. La democracia era la aspiración de este pueblo. Fue el pueblo el que se la
otorgó a sí mismo. Si Juan Carlos I de Borbón hubiese seguido el plan del dictador
de consolidar su herencia y mantener el régimen autoritario en el país, llevaría
ya muchos años en el exilio. Era lo único que podía hacer para recuperar la corona
de España.
Así que Cebrián acertaba; llevamos ya
un par de semanas comiendo gato, cuando en la carta nos prometen liebre.
Y es que el cinismo, la manipulación y el desprecio al ciudadano que esa manipulación pone de manifiesto, son la verdadera marca España.
Y es que el cinismo, la manipulación y el desprecio al ciudadano que esa manipulación pone de manifiesto, son la verdadera marca España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario