Me
gusta el nombre por lo que tiene de colectivo y por lo que tiene de esperanza.
Ambos juntos conforman ya una especie de bandera, un modelo de resistencia
ciudadana a las consecuencias de este saqueo programado, lento, legal y
bendecido por el parlamento, que hemos dado en llamar crisis.
Han sido desahuciados, mandato
judicial por medio. Y algunos, por segunda o por tercera vez. Curiosamente
cuando menos lo esperaban. Rajoy debe creer que un país que ya ha salido de la
crisis no puede permitirse ocupas ilegales en los pisos sin uso, propiedad de
la banca. Eso desdice mucho de la marca España. Y ha puesto a su delegada de
gobierno en el asunto, con el encargo de corregir de urgencia ese problema que socava los pilares del
Estado, el modélico sistema financiero español, y la confianza de los
inversores extranjeros.
Casualmente Andalucía aprobó en su
día una ley relativa a la utilidad social de la vivienda; pretendía evitar que
la Banca acumule viviendas vacías en un momento en que muchas familias carecen
de ella, carecen de trabajo para poder
comprarla, o la han perdido por no poder hacer frente a la hipoteca. El
gobierno del Partido Popular ha presentado recurso en el tribunal
Constitucional contra esta Ley andaluza, que seguramente le parecerá un
atentado contra la Constitución. Y
casualmente hace escasos días, La Junta de Andalucía ha abierto expediente a
varios bancos que no respetan esa ley
andaluza.
No creo en el azar. Este desahucio
inesperado es la respuesta de la Banca y de sus aliados de la madrileña calle
Génova a ese expediente. Cuando los poderosos desenvainan las espadas, es la
cabeza de los desheredados la que rueda por la arena del anfiteatro.
Causa rubor el cinismo de Rajoy,
cuando ayer en el Parlamento desautorizaba a Rubalcaba, el líder del grupo
mayoritario de la oposición, no lo olvidemos,
para hablar de la crisis, una creación del gobierno anterior sin duda
alguna, de consecuencias nefastas para media humanidad. Ojalá.
750.000 millones de euros han debido
inyectar hasta ahora los gobiernos europeos en un sistema financiero
corrompido, gestionado por irresponsables, cuando no por delincuentes. Y ese
dinero que ha ido a tapar sus desajustes, sus inversiones sin sentido y los
latrocinios a los ahorros ciudadanos, se ha dejado de usar para atender los
derechos ciudadanos, las inversiones públicas y el empleo. Las consecuencias
las conoce cualquiera. Un tercio de la población europea bordea los límites de
la pobreza. Sobran pobres y el nacionalismo comienza a demandar que se
recuperen las fronteras. La misma idea de la Europa común se ha desgajado.
Y por seguir hablando de la banca,
mientras, a miles de kilómetros de ese islote de resistencia ciudadana que
conocemos como Corrala la Utopía, en
Washington, un famoso grupo de diseño de ruinas a medida, el FMI, ha
presentado su colección “prêt à porter” de primavera.
No abundaré en ellas. Baste saber
que esa sibila del capitalismo sin fronteras, la señora Lagardere, ha anunciado
que el sistema financiero europeo aun necesita 800.000 millones de euros y que
precisará ayuda pública en muchos países. Y se ha referido especialmente a
España como uno de esos sistemas financieros más inestables por inversiones de
difícil recuperación
Ayuda pública. O sea, nuestra ayuda
involuntaria mediante el saqueo de nuestros derechos, ejercido por los
delegados políticos de la Banca que se sientan en los bancos azules del
parlamento, el reservado a los miembros del gobierno.
Tendrán que aparecer todavía muchas Corralas
La Utopía, porque la legión de desheredados no hace otra cosa que crecer. El sistema
capitalista camina hacia el colapso. Y sus medidas no sólo son extremadamente injustas,
sino también inútiles. Un día, cuando la rapiña ejercida por los privilegiados,
cuando la distribución desigual de la riqueza, nos haya convertido a casi todos
en ocupas del mundo, quizás decidamos que el dinero carece de poder.
Ese día incendiaremos los templos donde
sus adoradores sin conciencia se entregan a su culto sangriento, destruiremos la
piedra de sus altares donde sacrifican cada día la dignidad humana como una víctima
propiciatoria que multiplica el beneficio y expulsaremos de nuestro mundo, a latigazos
si es preciso, desnudos y desprovistos de sus preciosas pertenecías, a los que hoy
nos desahucian de nuestras utopías y de nuestras esperanzas.
Maldita la hora en que nacieron.
Maldita, también, la hora en que pusisteis
en la urna la papeleta con su nombre. Son los mismos.
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