Reconoceré que hay ocasiones en que la
hostilidad relativa con que uno afronta el digno oficio de enseñar,- proceda
esta hostilidad del propio alumnado, de sus respetabilísimas familias o del
responsable político que toque soportar-, me provoca una actitud de dignidad
herida, de ira controlada casi siempre y de soberbia conmiseración, la misma
que sentiría tu mecánico de cabecera si le afeas que te cambie el aceite del
motor de tu vehículo. ¡"No me jodas con que hay que cambiar el aceite a
los diez mil kilómetros...!"
¡Pues eso! "¡No me jodas con que te
tomas en serio el oficio de enseñar"! "¿Es algo más que la obligación
de tener a los niños y a los jóvenes recogidos y cuidados durante unas horas,
mientras la familia cumple con sus obligaciones laborales...?"
Por lo que he aprendido en mis muchos años
de compartir los espacios públicos destinados a la enseñanza, junto con la de
entrenador de fútbol, ésta es una de las profesiones para la que el resto del
mundo se siente cualificado de sobra, más que el propio profesional cuando se
tercia.
Os contaré una anécdota entre mil, quizá la que recuerdo con mayor
crudeza. No hace muchos años fui testigo en un portal de mi barrio de una breve
conversación familiar entre la madre, protagonista principal, y el padre de una
niña pequeña, seis o siete años como mucho, testigo de la misma que sin saberlo
recuperaba de un plumazo milenios de historia. Más que conversación fue un
comunicado breve que, por razones de proximidad profesional, seleccionaron mis
oídos. "¡Me va a oír mañana fulano, - y mencionó a un maestro del barrio
que conozco-; la niña estuvo toda la tarde estudiando y el hijo de puta solo le
ha dado un seis en el examen". En realidad me habría dado igual el
comentario. Hay millones iguales cada día. Me dolió la presencia de la niña,
ojos clavados en papá buscando la confirmación de su preeminencia sobre el
criterio del profesional que evaluó su ejercicio. ¡Lástima! Recuperábamos, de
pronto y sin que ellos lo supieran, la estructura social de la antigua Roma,
cuando el esclavo pedagogo, el que se encargaba de la educación de los hijos de
los patricios romanos, podía ser castigado por su dueño infantil, que era
también su alumno.
Así nos va.
Pero yo reivindico mi oficio cada vez
que puedo; hoy me ha dado por ahí.
Aunque la gente no lo sepa, o no lo crea,
nuestro esfuerzo cotidiano persigue a un ser humano mejorado sobre lo que
encontramos al empezar nuestra labor. Y mejorando a las personas, nos cabe la esperanza
de mejorar el mundo en que vivimos.
A pesar de las diversas presiones que
recibimos, desde el propio sistema legal sobre todo, para orientar la educación
en la dirección que demandan los intereses económicos, siempre me ha motivado
el desarrollo de una competencia primordial; el verdadero fracaso se produce
cuando una persona que ha pasado entre los muros de los centros de enseñanza
más de tres lustros, sin contar el periodo universitario, es incapaz de
interpretar razonablemente su presente desde una perspectiva histórica, como
resultado de un proceso largo, de una permanente evolución generada por el
conflicto permanente entre intereses encontrados.
El último tema del trimestre que ha
afrontado mi alumnado de 4º de ESO ha sido la Revolución Industrial. La hemos
desmenuzado con tranquilidad, incluyendo las condiciones que hacían de
Andalucía la región europea mejor dotada para haberse convertido en la gran
avanzadilla del complejo proceso, y en las razones de su fracaso
estrepitoso.
Procuro seleccionar para cada tema una película adecuada que plasme los
contenidos estudiados y ayude al alumnado a reflexionar y a interiorizarlos
mediante debates y fichas de trabajo. Procuro seleccionar obras
literarias de la época, llevadas al cine. Hay un abundante catálogo. Para este
tema nos servimos de "Germinal", que escenifica la extraordinaria
novela de Zola del mismo nombre. La cinta pone de manifiesto mejor que mi
palabra las lamentables condiciones de trabajo de los mineros, el injusto
sistema distributivo, las diferencias abismales entre la calidad de vida de los
nuevos privilegiados - la burguesía que se ha adueñado del dinero-, y los
mineros. En ella asisten a las profundas diferencias entre las nacientes
ideologías de izquierdas, el socialismo reformista y el anarquismo empeñado en
la destrucción radical de las estructuras de una sociedad injusta. Asisten a
los intentos de la Internacional Obrera, aquel sueño de Marx, por consolidar su
efímera existencia, y a la aparición de los sindicatos como instrumento de la
clase obrera en permanente búsqueda de unificar su fuerza y su capacidad para
revertir una situación insostenible.
La actualidad está plagada de
situaciones comparables. Y la película nos ha servido para analizar las
similitudes actuales, la regresión social que padecemos. Os aseguro que son
capaces de descubrirlas.
En ese tema
hemos mencionado la aparición de los partidos obreros -el PSOE-, en la Historia
de España y, pocos años después, la del primer sindicato, la UGT.
A pesar de que, a simple vista, el
alumnado actual parece ajeno a la realidad política cotidiana, algún avisado
del grupo me preguntó si aquella UGT era la misma que ahora se debate en los
juzgados y en la prensa envuelta en un caso de corrupción sin precedentes.
Instalados en un inevitable maniqueísmo adolescente, edad en la que casi todo
es absoluto y en la que no existen las tonalidades grises, advierto en sus
miradas un reproche velado, una desconfianza adolescente hacia cualquiera,
persona o institución, que traicione sus principios.
¡Claro!,-les dije. La película que
acabáis de ver denuncia, también, que la clase obrera no se libra de los peores
defectos, la venalidad, la insolidaridad, la violencia, la explotación incluso
de la debilidad o de la necesidad de sus iguales.. Pero los errores humanos, la
corrupción que alcanza a todos los niveles imaginables no puede borrar de un
soplo la historia de las instituciones, ni sería justo que las dejara sin
futuro.
Eso espero. Ayer sin ir más lejos leí en
alguna parte que la UGT, removida en sus cimientos por la corrupción que asuela
este país, corre el riesgo de desaparecer. Como toda la izquierda, necesita
depurar culpabilidades, apartar a los corruptos y ponerlos ante el juez;
necesita refundarse y volver a sus orígenes para recuperar la confianza de mi
alumnado de Secundaria en los movimientos obreros.
De otro modo, podrían salir del sistema
educativo con una confusión perjudicial para sus vidas. Podrían salir
convencidos de que la jornada laboral más reducida, los salarios más o menos
dignos, la asistencia sanitaria, la pensión que permite una vida razonable
cuando te fallan las fuerzas para acudir al tajo cada día, las vacaciones
anuales, el descanso semanal, el derecho a sindicarse y a pactar con la
patronal las condiciones laborales, entre otras muchas cosas, son un préstamo
del capital, que puede reclamarnos legalmente cuando le venga en gana.
En ello están y yo me niego a colaborar
en ese proceso de enajenación.
Me da igual si en las Evaluaciones Pisa
no saben calcular el número de azulejos necesarios para alicatar un cuarto de
baño. Quien lo necesite, encontrará la solución; pero vivir con dignidad es
otra cosa. Y enseñarlo, el objetivo principal de la Enseñanza Pública.
Queda dicho.
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