He de reconocer que me
ha tenido desconcertado durante varios días la negativa de Mélenchon a solicitar
el apoyo de sus votantes para Macron, a sabiendas de que la abstención es una
transfusión de poder para el Frente
Nacional. Y el Frente Nacional es el rostro amenazante del Fascismo que renace
de sus cenizas por la nefasta gestión de la crisis que ha llevado a cabo la
Europa de los mercaderes, la de los prestamistas y la de la ingeniería fiscal
aventajada que arrebata los impuestos a los socios.
La Europa Liberal que
olvida las personas, porque a veces entorpecen el legítimo derecho a
enriquecerse, ha amamantado a esos hijos que ahora amenazan su futuro.
Pero hoy he llegado a
entender a Mélenchon. Y se lo debo al premio Nobel de Literatura don Jorge Mario
Pedro Vargas Llosa. Hoy don Mario, con su pluma magistral, derrama sabiduría en
las páginas de opinión de El País y me ha hecho comprender la razón de la abstención
de buena parte de la izquierda más radical o más consciente del país vecino.
Pide el Marqués de
Vargas Llosa el voto para Macron, un verdadero revolucionario en la Francia
actual, puesto que se proclama liberal. Y según Vargas Llosa Francia lo necesita ahora
porque él devolverá el protagonismo al empresariado, y lo librará del pesado
yugo de los impuestos de un Estado rapaz y empobrecedor. Macron, en opinión de este
apátrida de las letras tras su descalabro político en su propio país,
adelgazará a ese estado adiposo y voraz para reducirlo a sus funciones
primordiales, aquellas que verdaderamente le competen, la administración de la
justicia, la seguridad y el orden público.
Desconozco el
programa político del señor Macron en sus aspectos concretos. Por tanto
desconozco si las afirmaciones de Vargas Llosa responden a su programa verdadero o son la
proyección del Liberalismo que el escritor peruano concibe como solución del
mundo.
Concebir que la
organización de una sociedad cualquiera ha de estar supeditada a la barra libre
de la empresa para generar riqueza es, cuando menos, una irresponsabilidad de
proporciones escandalosas. Pero es sobre
todo una inmoralidad y una aberración que tiene que alarmarnos, especialmente
por provenir de una persona de indudable talla intelectual.
Su concepción del
hombre me avergüenza. Por muy liberal que este hombre se proclame, no parece
haber superado aún la teoría política que estableció Platón en la República.
Solo que ahora la finalidad de la organización social no es la justicia y el
bienestar, sino el enriquecimiento de algunos y el lugar privilegiado no es el
de los filósofos y los sabios, sino el de los empresarios; suyo es el mundo,
suyo es el derecho a diseñarlo y a diseñar las leyes que gobiernen las vidas. A su servicio han de ponerse los gobiernos. Sucede, desde luego. Pero proclamarlo como doctrina política resulta de un cinismo insultante.
Y por lo que respecta
a su concepción del Estado, ha avanzado en el tiempo. Arrinconó a Platón y ya
conoce a Hobbes. Pero no parece haber superado la visión de aquel filósofo
misántropo de siglo XVII. Ese estado que concibe Vargas Llosa, cuya función primordial sea defendernos a los unos de los otros, es prácticamente
incompatible con las democracias occidentales. Esa teoría sirvió para intentar justificar
el mantenimiento de las Monarquías Autoritarias. Contra ese Estado que tiene
Vargas Llosa en la cabeza Europa hizo innumerables revoluciones y las fue
ganando poco a poco.
Él, seguramente por
el privilegio tardío de su título nobiliario, no podrá comprender que la
función de los Estados no es defender privilegios de nadie , sino dar sentido a
la proclamación primordial de la igualdad humana y eso se hace redistribuyendo
las riquezas que una nación genera mediante servicios que sirven para paliar las
desigualdades que el Liberalismo a ultranza se complace en generar. Para eso
establecimos los impuestos y para eso reclamamos a los Estados servicios más
importantes que mantener el orden público, como
la educación, la salud, el cuidado medioambiental y a la atención a los
excluidos del sistema, por citar solo algunos que él olvida a voluntad.
Vargas Llosa llama a la
prestación de esos servicios un “estatismo adiposo que empobrece”. Y esos
servicios no los considera competencia del Estado, sino de gestión privada. Y
que cada cual goce de aquellos que pueda costearse, la proclama más salvaje del
pensamiento liberal.
Con esa concepción
del hombre y de la sociedad no resulta difícil entender que la defensa y el
orden público sean su principal preocupación. La sociedad que derivaría de sus
propuestas llevadas a efecto sería radicalmente injusta y, como consecuencia,
explosiva.
Gracias al artículo
de opinión de don Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, si yo fuera francés y
estuviera en condiciones de votar, quizás habría optado hoy por la abstención.
El candidato Macron que dibuja resulta
espeluznante.
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