He asistido sin sorpresa alguna a los
acontecimientos acelerados que han dado al traste con lo que quedaba del PSOE.
Como cualquiera que haya seguido el desarrollo de la quiebra, he podido
comprobar la persecución mediática a la que han sometido al Secretario General
defenestrado. En editoriales y cabinas de radio había sido condenado hace
tiempo al destierro y al olvido, a la muerte política.
El
No es No inquietaba ya demasiado a quienes ejercen el poder verdadero.
Y
en los reñideros oscuros de su propio partido donde se incuban las intrigas y
los meritorios buscan el ascenso en el escalafón miserable de las ambiciones
mediocres y agradecidas, llevaban meses preparándole el funeral.
Hace
tiempo que no veo entre los líderes políticos gente de formación sólida, con
sentido de Estado, con verdadera vocación europea. Quizás por eso, ya no
recuerdo desde cuando no influyen los líderes políticos en el sentido de mi
voto. Más bien elijo mi papeleta, a pesar de los líderes políticos.
Por
tanto, estas líneas no tienen la intención de enaltecer a Sánchez.
Pero
habrá que decir, para no faltar a la verdad, que no es él el único culpable de
es esta bajada a los infiernos del PSOE.
Yo
diría que es una culpa compartida con el aparato del Partido, una culpa de
raíces profundas que arraigó en el pasado, y que lleva afectando muchos años a
los partidos socialdemócratas europeos. Por tanto, es una culpa de amplio espectro
y de consecuencias mucho más negativas que el irreflexivo,- por cuanto empeora
la situación del partido-, golpe de mano de una parte de la Ejecutiva.
Esa
culpa ha generado esta Europa enfermiza, asustada y egoísta.
Los
partidos socialdemócratas asumieron el capitalismo de rostro amable sin
demasiada oposición; traía empleo, ingresos en las arcas del Estado, y mejoras en el nivel de vida de la sociedad. Cegados por ese brillo fatuo fueron renunciando a sus reservas ideológicas y críticas, olvidaron
sus orígenes para adaptarse a una nueva sociedad europea de clases medias,
conservadoras y acomodaticias, cuyo objetivo era el consumo como referente de
felicidad en esta vida. Se desarmaron. Pero
ese desarme fue el reflejo de la propia sociedad.
Los
acusamos de un transformismo que ha desvirtuado sus principios, pero se nos
olvida que esa transformación se ha producido para no perder nuestros votos.
Somos nosotros los que aceptamos el capitalismo de rostro amable, el acceso al
consumo sin mesura como única señal creible de progreso, la convivencia con la
degeneración progresiva del sistema democrático mientras no invadiera el islote
privado de nuestra vida.
Y
cuando esta sociedad se está viendo desmontada por el capitalismo, ahora radical, de
entrañas negras, escurridizo como casi nunca en el lodazal de la globalización,
esos partidos socialdemócratas carecen
de respuestas adecuadas.
Se
engolfaron con el bipartidismo y la posibilidad de compartir el poder de vez en
cuando y acabaron aceptando también, como algo que no tiene remedio, las lacras
de la ausencia de regulación del capital.
Fueron
nuestro instrumento defensivo en los parlamentos de Europa y ahora su voz
carece del vigor que otorgan las ideas. Con su
trasformación y su lenta caída Europa perdió la oportunidad de cumplir
su cometido principal, la función que nos hubiera redimido de tantísimos errores
históricos, empezando por el proceso de colonialismo del siglo XIX para no adentrarnos
demasiado en el pasado: humanizar la globalización, exportar nuestra democracia
y nuestros niveles de respeto a los derechos humanos.
Lejos
de eso, Europa es ya en muchos rincones una delegación de Bangladesh y nuestros
sistemas democráticos están amenazados por la desigualdad galopante y por la
multiplicación de los partidos de extrema derecha.
En
realidad mucho ha resistido el PSOE, si comparamos su trayectoria con la de otros
partidos similares en Europa. Y si levantamos la vista al otro lado de nuestras
fronteras, el Socialismo Francés vive un proceso de descomposición muy similar.
Europa
ha perdido parte del cimiento que ayudó a levantarla. Y esa pérdida la ha
convertido en un espacio enfermizo, insolidario e irreconocible que
cierra sus fronteras a los refugiados del mundo, que ella misma ayuda a generar.
Así
que Sánchez no era ni el problema ni la solución. El debate sobre personas es
un debate cobarde para huir de la realidad. Es, además, un debate falso. Cambiar la cara en los carteles electorales no bastará para recuperar el voto de quienes ya no tienen al PSOE como referencia, las clases medias y la población de las grandes ciudades. Habrá que ofrecer mucho más a esos votantes críticos y menos manipulables que otros segmentos del abanico electoral.
El
problema verdadero es la ausencia de ideas y de proyecto que ofrezca soluciones
a la gente. Y hace ya mucho que ese debate no se afronta. Se
debate cómo mantener el poder o acrecentarlo, porque el poder da un oficio a
quien no tiene otro y da prebendas y beneficios a muchos individuos sin ideas y
sin conciencia.
Creo sinceramente que el golpe de estado reciente es una de las decisiones
más torpes y autodestructivas que ese partido centenario haya tomado en su
larga existencia.
"Y ahora, ¿qué…?",- me ha preguntado hace muy poco un votante tradicional de
izquierdas. "Estos no han escatimado esfuerzos para que sintamos vergüenza ajena
y quienes mandan en Podemos quieren dar miedo. ¿A quién votamos ahora…?"
Espero que encuentre pronto la respuesta, porque todo indica que el PP y Podemos miran con buenos ojos convocarnos a las urnas en Navidad por una razón obvia, ambos saben que el enemigo malherido no aguantará de pie el siguiente asalto. Y supongo que Susana y sus muchachos, además de los carteles electorales, habrán preparado ya la respuesta a este previsible inconveniente del calendario político.
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