Se desespera el presidente del Gobierno que
con tanta soberbia ha venido empleando
su mayoría absoluta en contra del Estado y de la gente, y se hace cruces porque
la mayoría de los partidos que han obtenido escaños o concejalías lo apartan de
los pactos posibles para formar gobierno.
Debe
fallarle la memoria a este gallego gris y astuto. Y mucho. Lo que más le falla,
sin duda, es la voz de la conciencia.
Ha
esquilmado al Estado que nos dimos. No contento con ello, el Programa de
Estabilidad que envió a Europa no hace mucho y que ahora empezamos a conocer en
sus detalles contempla para el trienio 2015-2018 una reducción escandalosa en
dos servicios básicos, el gasto en Educación que pasaría del 4,7% anual del PIB
al 3,7% y el gasto en Sanidad, que pasaría del 6,3% actual del PIB al 5,3%.
¿Qué
partido sensato, que no esté al servicio de esa voluntad enfermiza de acabar con el Estado para que los
servicios que presta se conviertan en negocio de sus cómplices, aceptaría
cargar con esa culpa? ¿Qué partido aceptará ser cómplice de semejante
magnicidio? ¿Qué partido aceptaría cargar en su mochila con ese crimen de
Estado contra el principio de igualdad ante la ley que debe regir en un sistema
democrático?
Acusa
al PSOE de haberse transmutado de forma repentina en una izquierda radical, de
esas que le pone a la vieja Europa los pelos como escarpias. Para morir de
risa, si no fuera por las cosas de
importancia que hay en juego.
El
PP es un partido oxidado y chirriante. Es una derecha antigua, autoritaria, que
confía en la incultura de la gente y en la manipulación. Con razón en parte,
porque de ambas saca réditos. Ha sido en
esta legislatura mera correa de transmisión de los dictados de la Europa
plutócrata y colonizadora de las economías más dependientes. Sin sentido de
Estado y sin conciencia de culpa. Amoral o inmoral según las circunstancias. En
democracia, ningún otro partido se manejó con tanta saña contras las clases
medias y contra los trabajadores por cuenta ajena, que venía a ser casi lo mismo.
Desconozco
si en ese partido hay gente de convencimientos democráticos. Seguramente las
habrá, pero el rostro público de esa derecha patria con capacidad de gobierno
es un rostro inicuo, patibulario, sucio,
culpable de mil traiciones a la ética, a los ciudadanos, al respeto a la ley y
a la propia Constitución.
Incluso
el capital patrio, su compañero de viaje, parece haberse cansado de compartir
semejante equipaje de corrupción y deterioro. Si alguien en este país ha
aprendido de verdad las viejas tretas de la Europa cínica y encanallada que nos
gobierna ha sido el capital. En Europa el chiringuito lo mantienen los pactos
de la socialdemocracia reciclada por la globalización y el liberalismo que da
culto al mercado libre y soberano. Aquí, de pronto, sin financiación conocida,
y sin instrumentos mediáticos poderosos, ha aparecido una derecha liberal de
corte elegante y europeo y discurso atractivo que ayer era solo un inaudible
grito desesperado en medio del mar embravecido del nacionalismo rampante en
Cataluña y hoy se postula como verdadera alternativa a la derecha casposa y
agotada.
Misterios
de la vida política que no desentrañaremos por ahora, ya que no resulta
conveniente.
En todo este presente ajetreado de
mercadeo por el poder al tiempo que se preservan las maneras, hay un espejo mágico que nos devuelve nuestra
imagen deformada, un callejón del gato ciudadano donde confluyen todas las
Españas. Durante mucho tiempo fue pasto de la ambición y la soberbia, de la
obsesión por el poder. Allí una clueca sin control empolló en su nidal los
primeros huevos venenosos de la Gürtel; allí camparon a sus anchas los grandes depredadores
insaciables de servicios públicos en beneficio de cómplices o
benefactores; allí granó con fuerza el
discurso populista y sin mesura alguna ni respeto democrático por los
competidores. Y a lo que se ve, allí se da el exponente más chillón de esa
derecha que no sabe gestionar con elegancia los resultados de las urnas.
Enmascarada entre esos espejos deformantes, esa derecha se aupó al poder desde un
promontorio de basura. Allí se gestó el crimen primigenio; allí, donde la
ausencia comprada de dos diputados electos socialistas en la sesión de
investidura del hombre que había ganado
en buena lid, incorporó a la política
las sucias maneras del corsario y permitió a la derecha hacerse con el botín
por abordaje.
Fue
un extraordinario ejercicio de adaptación; al calor del poder que garantiza
privilegios, la vieja nobleza adoptó el
juego democrático; tan grande fue el esfuerzo que ahora alguno de esos nobles reciclados se
maneja en el cuerpo a cuerpo con maneras de pendón arrabalero.
Hoy
esa derecha, desencajada y fuera de sus goznes, chirría como la puerta de un
caserón abandonado, y se ofrece desesperadamente por una migaja del poder o por
la satisfacción envenenada de ver cumplida una venganza. Sin maquillaje,
desbordando rabia, más parece una de aquellas viejas busconas del Madrid que
tan certeramente dibujó Baroja.
Sí,
pongamos que hablo de Madrid, de ese crisol de todas las Españas que, al
parecer, prefiere vivir sin esperanza.
Y
sí; hay mi razones para que cualquier partido con instinto de supervivencia
rehúya los pactos con el Partido Popular.
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