De una novela, inconclusa, sin título todavía, cuya protagonista es Medea, que
unió su vida con la vida de Jasón, un aventurero que rara vez cumplió con la
palabra dada.
Rememorando esta
aventura de los Argonautas no pude menos que asociarla a una noticia aparecida
en la prensa relacionada con un fuerte
movimiento, iniciado hace meses en toda Europa en defensa de la gestión pública
de los recursos hídricos.
Os la dejo como primicia.
En cualquier viaje hay días de calma, días saludables en
los que nada viene a quebrar la paz de la cubierta. Ni amenaza tormenta, ni hay
tierras a la vista que solivianten a la tripulación con su promesa incierta de
agua fresca, huertas de campesinos pobres,
rebaños indefensos, secaderos de pescado o
muchachas que raptar en las aldeas humildes.
En días así, los marineros dejan pasar las horas
entretenidos con los dados, protegidos del sol a la sombra cambiante de las
velas desplegadas.
La realidad, entonces, no ofrece inspiración alguna. Y el
príncipe de Yolco afila su inquietud, sospecha que las musas no tienen ya querencia por el nido
que laboriosamente construyeron en el interior de mi cabeza y su mirada me persigue
por cubierta. Jasón aguarda con paciencia su momento de gloria. Noto en su
mirada la ansiedad de aparecer enaltecido en mis hexámetros, pero no lo
reclama. Heracles ya quedó atrás, desembarcado por propia voluntad, buscando a
su aprendiz de héroe, a su Hilas hermoso, de cabellera ensortijada y figura
confusa, que aunaba las formas del varón y la doncella. El semidiós que nunca
duda ya no hace sombra al príncipe de Yolco, pero aun no habrá llegado su hora
según el dictado de las musas. A falta de otro espejo en que mirarse para ver
reflejada su grandeza necesita mis versos; a veces creo que es el Jasón que yo
le ofrezco el Jasón que satisface su ambición de gloria, el Jasón que él
quisiera que vieran los demás. Nada brillante ha acometido aún, pero encontrará
sin duda su ocasión.
Un olivar me espera.
Decidí complacerlo, porque temo que este hombre ambicioso
que navega en busca de un tesoro olvide su promesa y me devuelva al pegujal de
Diceópolis, si alguna vez volvemos, con las mismas riquezas con las que salí, mi
atadillo de ropa, mi bastón y mi pétaso[1].
Así que a falta de desembarcos verdaderos tuvieron los
héroes que acompañaban a Jasón un desembarco literario. Ocasión habría de que
alguno de aquellos varones esforzados demostrara la razón de su fama merecida.
Jasón mismo encontraría en mis versos ese reflejo de sí mismo que tanto le
complace.
En días de calma, incluso sobre la cubierta de una nave
de guerra, un poeta lisiado encuentra un lugar donde escribir sus versos. Vi
una luz de esperanza en la mirada de Jasón. Al fin las musas habían vuelto para
darle un fundamento literario a su ambición.
Escaseando el agua enfiló el Argo su proa hacia las
costas de Bitinia; pronto afrontaríamos la temible travesía del Bósforo, la
puerta que da paso, si eso place a los dioses y a las rocas viajeras, a ese mar tan hostil al extranjero. Fue el
caso que el Argo atracó sus cuadernas castigadas por las olas en las tierras de
Ámico, el orgulloso rey de los Bebrices, el más insolente de los hombres y el
más lenguaraz camorrista que hayamos
conocido en el viaje. Un hombre tosco,
Ámico; muy orgulloso de su fuerza.
Envié por delante a los dioscuros, esos gemelos animosos
de la estirpe de Zeus que nacieron de un huevo. Llevaban la misión de encontrar
agua dulce. Y la encontraron; una fuente de aguas cristalinas que manaba entre
las rocas de un promontorio cubierto de maleza.
Buen motivo el agua para justificar una batalla
literaria. El agua escasea en Grecia. El paso hacia los abrevaderos en estío ha
hecho correr la sangre con frecuencia. Las musas conocen bien su oficio. Y yo
guardo memoria de pastores enarbolando sus nudosos bastones en disputa por el
uso del último hondón de algún arroyo para abrevar a su ganado.
No obstante, no parecía que allí el agua escaseara,
porque la fuente manaba sin cesar y su rebosadero generaba un arroyo de agua
clara que se perdía en dirección a la llanura.
Celebraron los gemelos el hallazgo con risas
despreocupadas y bromas de muchachos sin maldad. Polideuces, usando sus manos
entrelazadas como un cuenco, inclinado sobre la fuente para calmar su sed,
había arrojado agua a la cara de su
hermano. Y Cástor, que sujetó a su hermano por el cuello en posición muy
ventajosa, forcejeaba con él intentando hundir su cabeza bajo el agua en justa
represalia.
No muy lejos de ellos, emboscado en la maleza frondosa,
los observaba Ámico, un hombre grande y musculoso, de aspecto temible, que
cubría sus hombros y su espalda con la piel de un león, el privilegio exclusivo
del rey de aquellas tierras.
Puede que anduviera emboscado por allí Sileno [2]
con su coro de sátiros, pero poco les corresponde hacer a los sátiros en un
poema de héroes esforzados. Y menos en el momento culminante en el que está a
punto de desencadenarse la violencia del fiero combate cuerpo a cuerpo.
Lo vio el primero Polideuces.
Hola, quien quiera que tú seas,- lo saludó con el tono
amistoso que emplean los extranjeros en una tierra extraña. Nada temas. No
somos malhechores ni ladrones. Somos viajeros de la mar en busca de agua fresca
que empieza a escasear en nuestros odres.
Hablas con Ámico, el que domina cuanto ves,- le contestó
el rey de los Bebrices. Y no es costumbre en esta tierra sentir temor alguno
ante los vagabundos de la mar.
Su tono hostil no desanimó aun a los dioscuros.
No somos vagabundos de la mar. Los varones más claros de
Grecia se han embarcado con Jasón-, le respondió Cástor, escogiendo cada
palabra con prudencia. Ven con nosotros hasta el barco. Tú mismo podrás
comprobarlo.
Y, en cuanto a nuestras intenciones-, añadió Polideuces,-
yo te aseguro que son pacíficas y nobles. Ven con nosotros hasta el barco y
volverás a tu casa con regalos de hospitalidad y compromisos de socorro mutuo,
por si alguna vez los necesitas. Nosotros tomaremos el agua imprescindible y
nos haremos a la mar de nuevo.
Nadie ha tomado nunca el agua de mi fuente sin pagar el
precio estipulado, por muy nobles que sean sus intenciones.
En ninguna tierra que hayamos conocido se cobra por el
agua a un navegante sediento. Los dioses repartieron el agua por el mundo y no
le dieron dueño. Extraño sitio es este y extrañas son tus leyes que contradicen
la hospitalidad debida a los viajeros necesitados.
Y Cástor ya había colocado su mano sobre la empuñadura de
la espada. El orgullo de un héroe está pronto a manifestarse, si una ley no
escrita se quebranta. ¿Qué necio pone precio al agua? ¿Qué arrogante ambicioso
quiere marcar el agua con un hierro al rojo como si el agua fuera su rebaño?
Polideuces tranquilizó a su hermano sujetando su muñeca.
¿Qué precio solicitas?,- preguntó.
Pareció reflexionar Ámico un precio razonable.
He visto vuestro barco y parece seguro. Es un barco recio
y, seguramente, será rápido. Sería un buen precio por mi agua,-dijo al cabo.
Supieron entonces los dioscuros que un desenlace pacífico
empezaba a resultar imposible en aquellas costas de Bitinia.
Sabes de sobra que no pagaremos ese precio,- respondió
Polideuces. ¿Qué pretendes? ¿Por qué te arriesgas a provocar la cólera de la tripulación
de un barco de guerra que nada tiene
contra ti o contra tu pueblo? ¿Acaso nos conoces? ¿Sabes qué hombres navegan en
el Argo? Locura me parece por tu parte.
Debes saber que en ese barco, capitaneados por Jasón, navegan los guerreros más
notables de Grecia. Cualquiera de nosotros conquistaría tu fuente sin esfuerzo.
No eres sino un muchacho sin prudencia. Nadie ha vencido
nunca a Ámico en un combate singular, sin armas. Sé que no ha nacido todavía el
hombre capaz de derrotarme. Vuestro orgullo de guerreros escogidos merece una
lección inolvidable. Llamad a vuestra gente, convocadla en ese claro en la
arboleda que desde aquí se ve a orillas del arroyo; elegid al más fuerte y yo
lo venceré. Ese es el precio que le pongo al agua de mi fuente. Cuando hayáis
aprendido la lección, podréis tomar el agua que queráis y seguir vuestro
camino.
Sopló luego el cuerno recortado que llevaba colgado a la cintura y supieron los dioscuros
que estaba convocando a su cuadrilla de hombres hoscos, seguramente un pueblo
montaraz que se alimentaba de bellotas y que contaba por victorias cada combate
de su jefe. Así se suelen comportar los
hombres que nunca han traspasado las fronteras del horizonte que alcanzan con
la vista. No creen que conocer el otro lado de esa línea les merezca la pena.
Desprecian cuanto no pudieron aprender, lo que otros saben. Y eso, en
ocasiones, les conduce a la ruina.
Ya has elegido contrincante,- afirmó Polideuces. Yo mismo
tomo la obligación de darte la lección que nos reclamas.
Soltó una risotada el rey de los Bebrices.
¿Un muchacho sobre el que no ha cabalgado aun una hembra
placentera me dará una lección…? ¿No hay ni un solo hombre de verdad en ese
barco de guerreros escogidos…? Porque sospecho que la bolsa de cuero que te
cuelga entre las piernas aun está vacía, sin el peso que es propio de un varón
cabal.
No contestó Polideuces.
Y si Ámico hubiera
sido un hombre cultivado no habría retado a un combate con los puños a uno de
los tripulantes del Argo, porque entre ellos , hasta hace poco, se encontraba Heracles en persona, y ahora mismo se burlaba del más destacado
pugilista que hayan visto las
palestras de Grecia; retaba a Polideuces, inmortal además, si es que algo faltaba
para dar cumplida respuesta a su falta de hospitalidad y a su soberbia.
Partió raudo Cástor llevando hasta el Argo, anclado en
aguas poco profundas, la noticia de aquel reto, y pronto todos los Argonautas
que portaban sus armas por si aquel desafío derivaba en combate colectivo, se
encaminaban hacía el llano establecido como arena improvisada. Iba al frente
Jasón engalanado con la capa roja que
era un regalo de Atenea. Su casco reluciente de argonauta en jefe, empenachado
con crines de una yegua tesalia, le prestaba el aspecto de un guerrero
invencible.
Mientras, los dos púgiles habían ido descendiendo
lentamente hasta el claro del bosque, a buena distancia el uno del otro y sin
perderse la mirada. Ámico se burlaba del muchacho con risotadas hirientes y
hacía crecer la justa cólera en el interior del vástago de Zeus.
Pronto estuvieron todos en el claro señalado. A un lado,
los Bebrices de largas cabelleras y maneras rudas; al otro, Jasón y sus
notables compañeros. Los contendientes se retaban en silencio con miradas
feroces. Arrojó Ámico su piel de león sobre la tierra, mientras Polideuces se
despojaba de su manto delicado, bien tejido, que era regalo de una lemnia
agradecida por su amorosa compañía.
Y por cada bando,
uno ayudó a envolver las manos de los púgiles con las tiras de piel de
buey, duras y secas. Cástor se encargó
de ayudar a su hermano. Ámico contó con la de uno de los suyos, malencarado y con la cara picada de viruelas
locas.
Allí, viéndolos dispuestos al combate, resultaba desigual el reparto de fuerzas para
cualquier observador poco avisado; grande, membrudo, de mirada feroz el rey de
los Bebrices; cubierto su poderoso pecho
de un vello negro y rizado, como el lomo de un jabalí salvaje; Polideuces, por
su parte, era lampiño, aun no le afloraba en las mejillas la rizada barba, y su
mirada clara aun rebosaba de inocente juventud.
Pero que no os engañe la apariencia. El destino de Ámico
estaba escrito. Nunca más volvería a anudarse las correas en sus muñecas anchas
como las ramas de una encina.
Llegados a este punto, tras encararse ambos contendientes
brevemente, comenzó el combate. Con furia inagotable lanzaba contra Pólux el
rey de los Bebrices sus puños como mazas de herrero; intentaba alcanzarlo y
derribarlo a tierra, pero el dioscuro, bien entrenado en la palestra, esquivaba
sus golpes con movimientos precisos y elegantes. Ello no hacía sino aumentar la
rabia del rey de aquellas tierras que redobló su acoso al ágil argonauta. Y con
ello aumentaba su cansancio y disminuían también sus fuerzas.
Cansado de aquel juego, decidió Pólux darle el final que
merecía y pasó al contraataque. Confundió con sus fintas al gigante, amagó
golpes diversos y, al cabo, aprovechando la torpeza de aquel hombre cansado,
alcanzó a golpearlo en la cabeza, tras la oreja, y todos los presentes pudieron
escuchar el crujido del hueso que se quiebra. Cayó Ámico a tierra como cae el
animal destinado al sacrificio apuntillado por el golpe certero del oficiante.
Nunca más retaría a ningún extranjero. Por un solo golpe del muchacho perdió
aquella mañana su reino, el agua de su fuente y su fama de púgil invencible.
Aquel desenlace inesperado provocó la confusión entre los
suyos. Algunos se aproximaron con presteza, lo llamaban por su nombre y lo
zarandeaban bruscamente con la intención de reanimarlo, pero Ámico andaba en
tratos con Caronte y estaba reclamando ya su pira funeraria.
La confusión dejó paso a la cólera, y como una jauría que
se lanza contra el jabalí acorralado en la espesura, se lanzaron contra
Polideuces empuñando sus armas los Bebrices. Aquella afrenta reclamaba
venganza. No menos prestos estuvieron los argonautas a defender a Pólux; y el
primero, Jasón que reclamaba su momento de gloria en mi poema. Fue un combate
desigual y breve. Muchos de los Bebrices perecieron como era de esperar, pues
se enfrentaban a los guerreros más selectos de Grecia, varones invencibles que
aguardaban hacía tiempo un combate por una causa justa. El propio Jasón llenó
muchos hexámetros con enemigos derrotados. Cortó tendones con su espada, quebró
huesos, abrió cabezas, atravesó la piel de cabra que cubría a sus enemigos y
alcanzó a herir las vísceras de aquellos
hombres soberbios y poco hospitalarios.
Allí podréis admirar su compostura y su valor, porque se muestra como el
argonauta en jefe solidario que arriesga su existencia por defender a uno
cualquiera de los suyos.
Animado por el hermoso combate imaginario, llevé a los
argonautas a saquear también las huertas y los rediles de Bitinia. Y no
contento con aquella afrenta, le propuse a las Musas que dejaran la cabeza de
Ámico, separada del cuerpo, bien visible sobre la punta de una lanza clavada a
orillas de la fuente que fue la causa del combate. Y ellas aceptaron. Fue una dura advertencia
para los hombres ambiciosos que pretendan adueñarse del agua en el futuro. No
creo que haya ninguno que se atreva ni a pensarlo.
[2] Sileno es el jefe de los Sátiros, personajes habituales
del drama satírico. Kión sin duda está aventurando el argumento de un drama
satírico de Sófocles en torno a Ámico, el brutal personaje de esta
aventura en tierra firme de los Argonautas. Sabemos de la existencia de ese
drama, pero desconocemos su argumento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario