He
oído decir demasiadas veces que las ideologías políticas han muerto porque en
el mundo globalizado carecen de utilidad alguna. Y he oído decir que la izquierda europea se diluyó como un azucarillo
en un vaso de agua en sus propias contradicciones ante ese mundo global que le
resultaba inabarcable.
De esto último hay sobradas
muestras.
De la primera afirmación lo único
cierto que cabe asumir es que resulta un objetivo perseguido con saña. La
ideología supone la existencia de fundamentos éticos para la actuación
política, social y económica de cualquier colectivo. Cuando esos fundamentos se
diluyen, solo nos queda la corrupción, la manipulación y el control del poder
sin reparar en medios. Y en el mundo actual ha impuesto sus criterios una
ideología que se caracteriza por carecer de esos principios éticos. Se aspira
al poder para detentar infinitos privilegios, y entre ellos el acceso al dinero
por caminos tortuosos.
La ideología dominante de hoy la
establece el dinero y afecta, sobre todo, a los procedimientos del reparto.
Quien debiera velar por el reparto
justo ha sido colonizado y puesto al servicio de quienes aspiran a un reparto
cada vez más desigual. Así nos va.
Porque en la raíz de toda ideología
está la respuesta a una pregunta simple, – alguna vez lo he dicho ya en las
páginas de este blog-, pero de muy complejas consecuencias. ¿El ser humano debe estar al servicio del enriquecimiento
selectivo de una minoría o la producción de riqueza debe estar encaminada
a mejorar las condiciones de vida de la humanidad en su conjunto?
De la respuesta
que demos deriva nuestra concepción del Estado y sus
funciones. ¿Está el Estado para garantizar el orden
establecido por las minorías dominantes y garantizar sus privilegios o
necesitamos un Estado que equilibre las cargas impositivas con justicia y
alivie las desigualdades mediante servicios públicos dignos y gratuitos?
Nos convocan a
las urnas este año con frecuencia y hay alrededor de cada uno de nosotros una
algarabía de discursos hueros y cainitas, una humareda de palabras, un
dispendio de papel impreso con la fotografía retocada de gente que ha
traicionado mil veces sus promesas y que se presenta con aire de inocencia en
nuestras casas confiando, una vez más, en la escasa profundidad de nuestra
memoria o en el poder de la mentira.
A pesar de la igualdad que aventuran las encuestas, un recién llegado, ese partido que aspira a ser la derecha de rostro saludable y sin cicatrices de corrupción sobre la piel, ha renunciado, motu proprio, a mi voto. No lo quiere; lo desprecia. Afirma sin empacho que la democracia es propiedad de los que nacieron en democracia. Viene a decir el hombre que los que hicimos posible que muchas generaciones nacieran bajo la protección de una democracia hemos alcanzado ya la fecha de caducidad, estamos viejos, somos una rémora ideológica para los nuevos tiempos. Lo que sin duda es viejo es la mentalidad excluyente. Tan viejo que es el fundamento de la defensa de los privilegios.
Nueva derecha con viejos vicios.
Ayer me escribió
Rajoy. No sabía que fuera candidato a la
alcaldía de esta ciudad. Un Rajoy rejuvenecido, con gesto de inocencia,
complacido por su buena gestión frente a la crisis, entró en mi salón sin
avisar, porque el sobre no tenía referencia alguna al remitente. Junto a él,
como el lema de los escudos de las casas nobiliarias, tres palabras: trabajar,
hacer, crecer.
Por la mañana, en la radio, ya había tenido noticias de las
incontables medidas de protección a la familia que el gobierno estaba a punto
de aprobar; entre ellas, becas para las adolescentes en edad escolar que se
queden embarazadas; habrá que estar atentos al efecto llamada en tiempos de tanta necesidad. No sería sorprendente una floración a destiempo de embarazaos escolares pra lograr una paguita. Quizá resultaría más recomendable educar sobre el
saludable uso del preservativo, pero creo que es pecado según la madre iglesia.
Una de esas propuestas oportunas en tiempo electoral contempla una subida en las
pensiones futuras a madres que hayan parido por lo menos dos hijos. Teníamos
valoraciones muy creíbles sobre la maternidad y su importancia en el sostén de
la población, pero hasta ahora nunca supusimos que fuera un motivo de
discriminación. Y es que a la derecha la igualdad ante la Ley le parece una
concesión intolerable.
Entre esas
medidas que agitará ruidosamente la prensa amiga, -quizás también son una bandera blanca previa
a las elecciones ante los sectores integristas de sus propios votantes-, y de
escasa trascendencia verdadera, no hay ninguna para las setecientas mil
familias en cuyas casa, si aun las tienen, no entra salario alguno ni
protección estatal de ningún tipo.
Son los cadáveres
de esta guerra. Y ya sabemos que en las guerras a los cadáveres incómodos se
les arroja a las cunetas o a las fosas comunes del olvido.
Rajoy, no
obstante, el Rajoy que entró sin avisar en mi salón, ha logrado un gesto
complacido, de inocencia suprema. Si no fuera por la barba, se diría que es una
foto de primera comunión, la foto de un niño gallego en gracia de dios, con las
manos limpias, sin ninguna carga en la conciencia.
A pesar de la
foto y de la carta que le ha redactado Arriola sobre la confianza que merece el
Partido Popular, el único que trabaja por mantener el Estado del Bienestar, el
único que se esfuerza por mantener la Enseñanza y la Medicina como servicios
públicos de calidad, yo expulsé a Rajoy con cajas destempladas del salón de mi
casa.
Y tengo la
esperanza de expulsarlo también de ese Congreso que su mayoría absoluta ha
prostituido hasta la náusea.
Y cuando llegue Albert Rivera a mi salón, aunque llegue desnudo, le recordaré educadamente que yo nací en los momentos álgidos de la dictadura y que no pierda su precioso tiempo en intentar arrancarme mi voto caducado.
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