Hay
una página que El País titula “opinión”, y que, salvo la viñeta de El Roto, no
lleva firma alguna. Es de suponer que es la opinión de la propia cabecera. Uno
de sus espacios fijos se denomina El acento. Y ahí se valora algún episodio
notable de los acontecimientos cotidianos.
El jueves, diecisiete de julio, El
País puso el acento en las reformas fiscales que el Partido Popular ha debido
llevar a cabo.
Leyéndolo no se me ocurre otra cosa
que preguntarme si no convendría a los periódicos controlar el nivel de alcohol
en sangre a la gente que escribe editoriales. O el nivel de otras sustancias, que incapacitan igualmente para actividades
que exigen cierto grado de cordura. La incapacidad para proceder con honestidad
tiene otras causas, más profundas y mucho más difíciles de corregir.
Ese acento, tosco, ultraliberal y
manipulador, afirma sin empacho que el pobre Partido Popular se encontró con la
herencia de un déficit inesperado, y que no le cupo más remedio que subir los
impuestos. Dice El acento de ese día que la opción pasaba por subir el IRPF o subir el
IVA. La disyuntiva ya parece peregrina. ¿Por qué no ambos? El desconocimiento o
el olvido de otro tipo de medidas impositivas al alcance de los gobiernos nos avisa ya de que esta opinión nace de la
osadía, pero jamás del conocimiento. Es como tantas otras que se vuelcan
alegremente en los medios de comunicación, una opinión interesada; por tanto
despreciemos su valor informativo.
Ante dicha tesitura,-sigue diciendo
el acento de ese día-, el Partido
Popular optó por no tocar el IVA, que habría sido la medida más sencilla y
eficaz. ¿La subida del 18% al 21% y la eliminación del IVA reducido en
infinidad de productos, incluyendo la oferta cultural de este país, es no tocar
el IVA? En su lugar adoptó la medida populista de “subir más los impuestos a
los que más tienen”, cosa nefasta “porque afecta al consumo” al reducir la
capacidad de gasto. La subida del IVA no afecta al consumo, al parecer.
Y esa subida de impuestos a las
rentas altas,-elevación del impuesto máximo-, produjo, además, una consecuencia
negativa. Los que más ingresan dejaron de declarar sus ingresos a Hacienda.
Mala política de los gobiernos intentar que paguen impuestos los más ricos,
porque se les provoca y evaden en defensa propia. Baste decir que el aumento
del umbral máximo fue de un cinco por ciento. Desde que comenzó la consabida crisis mis
emolumentos han bajado por encima del diez por ciento, por ejemplo. Y sobre la
pensión mínima de un jubilado agrario extremeño, nonagenario y gran dependiente, pesa ahora un veinte por ciento del total que percibe, que abona en copagos
farmacéuticos, en esa tierra que gobierna, con permiso de Izquierda Unida, el
verso suelto del Partido Popular, el “barón rojo” que baja los impuestos a los extremeños. Entre veinte y treinta euros al año, en el colmo del populismo envenenado.
Oigo este discurso vergonzante desde
hace ya demasiado tiempo. El Estado te roba lo que es tuyo cuando te cobra
impuestos para atender a los vagos, desocupados e irresponsables; o a los viejos
que tienen la ocurrencia de vivir demasiado. Que cada cual se ocupe de sí
mismo. Menos Estado. El Estado es superfluo, salvo en cuestiones de defensa del
orden y de los enemigos exteriores. Es el mensaje del Tea Party, el de la
derecha salvaje de los Estados Unidos; el mensaje de FAES, esa máquina de
generar ideas, según El País nos ilustró en su día.
Lástima que quienes han cargado con
la parte más pesada de la crisis, quienes han perdido su trabajo y su casa,
quienes han pedido gran parte de su salario, quienes han debido aceptar el
empobrecimiento de los servicios públicos –casi cincuenta mil trabajadores menos
en la Enseñanza y más de treinta y cinco mil trabajadores menos en la Sanidad-,
carezcan de instrumentos de defensa para paliar las consecuencias. Lástima que
quienes encuentran ahora un empleo precario, sin garantías ni derechos
laborales, con salarios de hambre y horarios de la primera Revolución
Industrial no encuentren formas de evasión de esas obligaciones impuestas por
los esclavistas de nuevo cuño.
Que este acento reflexionara sobre
la verdadera reforma fiscal que España necesita sería mucho pedir. Pero, es
bien simple. La principal reforma fiscal que España necesita es la persecución del fraude fiscal hasta sus
últimas consecuencias. Un tercio del PIB no paga impuestos. Recuperando esa
riqueza legal que pertenece a la nación, a todos los ciudadanos, en diez años
el déficit fiscal se habría reducido a la mitad, a pesar de las locuras que el sistema financiero y los sucesivos gobiernos hayan podido cometer. Nuestro problema del déficit fiscal es, fundamentalmente, un problema de fraude acumulado.
Pero esto es populismo. Derivar la
carga fiscal hacia los injustos impuestos indirectos es realismo político y
económico. Pues, asentados en esa realidad miserable, nuestro futuro como país democrático y desarrollado es inviable. Así de
claro hay que decirlo. La brecha de las desigualdades será tan grave que el concepto democracia aplicado a nuestra organización política será una hiriente falsedad.
Quizás El País ha externalizado,
procedimiento muy en boga ahora, la redacción de sus editoriales y ahora se las
redacta Marhuenda o los ideólogos de FAES, esa máquina de parir ideas que no
tiene igual en el territorio patrio.
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