Al final la democracia se resiente.
Porque cada día el escaparate político va pareciéndose más a una función
teatral en la que cada actor realiza su papel durante la representación, según
el guión establecido y sin intenciones de cambiarlo.
Nos
cuentan que Bárcenas ha sido fuerte, ha guardado silencio, ha retado o, incluso, se ha mofado de la Comisión
Parlamentaria.
Pero,
¿acaso sus señorías esperaban otra cosa?
¡No!
Sin duda no esperaban otra cosa. Pero en
algo han de ocupar el tiempo. Y en algo que parezca trascendente, que ocupe
páginas en los periódicos y minutos en las noticias televisivas. Porque eso es
lo que importa, el minuto mediático, la foto de portada, la apariencia.
A nadie en su sano juicio le queda duda alguna sobre la corrupción institucional
que ha arraigado en el partido Popular durante décadas, corrupción institucional que
ha propiciado también la corrupción individual a niveles desconocidos.
Pero nadie
en su sano juicio esperaría que estas comparecencias sobre la financiación
irregular de ese partido tengan alguna consecuencia. No cambiará el
sentido de un solo voto en este país cainita que vota con las tripas, con una arraigada conciencia guerracivilista de pueblo empecinado y primitivo, que
concibe los bienes públicos como un cuerpo muerto, carroña que es lícito
repartirse.
Esta
Comisión, como tantas otras, es una distracción inútil. En algo han de ocupar
sus señorías su tiempo bien pagado.
Y,
al final, la democracia se resiente. Los ves ahí, empeñados en asuntos inútiles,
y te parecen cobayas obstinándose en hacer girar la rueda que no puede avanzar,
gastando energías de forma mecánica y estúpida.
En
lo demás, en las cosas que afectan a la vida de la gente, nada cambia. Quizás
porque todo está atado y bien atado. Quizás porque todo es teatro puro, juego
de roles para mantener las apariencias.
Mientras,
por citar solo algún asunto cotidiano de los que carecen de importancia como
para merecer la atención de nuestros actores más cualificados, los autónomos
españoles, en comparación con otros países europeos de mayor renta per cápita y
mucho menor índice de paro, son tratados como los galeotes del sistema, altas
cuotas, escasísimas prestaciones y una desconfianza
sistemática que los cerca cuando van al médico. No obstante, el Estado traslada al sistema educativo la obligación
moral de formar emprendedores, es decir ilusos que sostengan el chiringuito
mientras la evasión de impuestos del gran capital apenas se persigue o se estimula con amnistías fiscales vergonzosas.
Y
los creadores jubilados están amenazados de perder la pensión por la que han
cotizado toda su vida laboral, si alguna de sus creaciones tiene éxito, aunque
sea un éxito efímero y puntual.
He
ahí dos leyes, entre cientos, que merecerían reclamar la atención de esa
caterva de actores bien remunerados que han prometido dejarse la piel para
mejorar nuestras vidas, pero saben que todo es una farsa para tenernos
distraídos.
Al
final la democracia se resiente cuando la gente comprueba durante mucho tiempo que en el Parlamento
falta corazón solidario con la gente, compromiso y sentido de Estado y sobran intereses, poses
oportunistas, discursos que brillan un momento y se apagan como pavesas de
papel, sin que a nada obligue a quien acaba de pronunciarlos, como si fuera el
discurso un fin en sí mismo.
Nos
costó mucho cimentar la democracia.
No suponíamos que convertirían el
Parlamento en un Corral de Comedias
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