Ayer lo hicimos. En el Salón
de Actos de la Fundación Cruzcampo, y ante unas ciento treinta personas que
asistieron al acto, liberamos a Medea de sus viejas ataduras y la dejamos caminar
por este tiempo. Pero no temáis nada de ella. Esta Medea no es la que todos
conocéis. No es la princesa salvaje y sin conciencia que dio muerte a sus hijos
para vengarse de un marido ambicioso que había olvidado sus promesas. Ella pudiera
ser cualquier mujer con la que os crucéis al caminar. La Medea que ayer os entregamos
debiera ser la verdadera. Yo sé que es mucho más verdadera que la que nos legó
el drama griego.
Kión, el narrador omnisciente de mi novela, el testigo
directo de los acontecimientos, nos dice que la Medea que él inventó y que ha
llegado hasta nosotros es una Medea falsa. También nos dice que cuando un mito
arraiga en la conciencia colectiva ya no habrá manera de modificarlo. La Medea
que conocemos por el Mito será ya eterna. Y esta novela no cambiará su destino.
No reclamo que censuremos a nuestros clásicos. Sí reclamo
que los leamos con espíritu crítico. La misoginia hunde sus raíces venenosas en
el pasado y desconocemos su profundidad y sus razones, pero hemos de ser
capaces de desenmascarar las tradiciones arraigadas cuando su fundamento es inmoral.
Como elegí cuidadosamente a las personas que me asistieron
en el acto de presentar mi obra, oí decir cosas hermosas y brillantes, de lectores
cualificados y profesores comprometidos.
Y me sentí reconfortado por la compañía de conocidos,
familiares, amigos, compañeros de hoy y de ayer y alumnos que ya no los son
pero que me siguen llamando profesor aunque hayan transcurrido cuarenta años. Sin
que ese acontecimiento encuentre explicación, en los Centros escolares hay un
venero oculto del que mana un afecto imborrable.
Es de justicia que yo agradezca hoy aquí algo que ayer olvidé
agradecer en la presentación pública de mi novela, la portada es un regalo de
mi hijo Andy Jiménez. Muchos de quienes me acompañaron en la presentación me
felicitaron por ella, por su esquematismo, simbología y delicadeza.
Sabed que es un regalo de mi hijo para Medea.
Y hoy me siento abrumado, sobrecogido por la avalancha de
felicitaciones y muestras de afecto. Casi incapaz de decir nada que os merezca
la pena.
Deseo, como es lógico, que este viaje de Medea sea largo
y exitoso. De vosotros depende. La escribí con amor cuidadoso. Con amor os la
entrego.
Otro día desbrozaré para vosotros las claves de autor que
encierra en su interior. De esa manera podréis acercaros a su interpretación,
conociendo mis propias intenciones al escribirla.
A todos los que de diferentes maneras habéis establecido
ya un lazo con esta Medea mía, gracias.
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