Lo
peor de la crisis es que nos ha dejado sin algunas certezas sobre las que
teníamos asentado el futuro. Sin embargo, sobre sus cadáveres descompuestos, porque la historia y
la naturaleza lo reciclan todo, florecieron esperanzas débiles.
No han durado mucho.
Llegaron las nuevas hornadas de políticos de izquierda sin pasado vergonzoso. Venían cargados de mensajes ilusionantes. “Hagamos política para la gente”
nos dijeron. Pero no eran nuevos ni el discurso ni las intenciones.
Llegaron ya viciados por las viejas maneras. Traían de fábrica la tez pálida
y los manguitos de los jugadores profesionales; la baraja marcada les asomaba
por la bocamanga. Fulleros engolfados en el brillo fatuo del poder. De las viejas maneras se traían aprendido el
discurso calculado y envolvente que ocultaba, otra vez, intenciones
inconfesables.
Al final estamos descubriendo que
solo aspiraban al poder por sí mismo, sin objetivos nobles, como echarle un
pulso a la miseria.
Los fines sociales y económicos de un programa
que prometía poner freno a la desigualdad creciente ha resultado ser tan solo
la envoltura de una red para apresar el voto de los desesperados o de los
ilusos que se enamoran con facilidad de los envoltorios novedosos.
De repente, pelear contra las
consecuencias de cuatro años nefastos de gobierno de la derecha más servil que
hayamos conocido ya no resulta urgente, mientras aclaramos dónde establecemos inútiles fronteras.
En mi paupérrimo, pero contrastado
diccionario político, izquierda y nacionalismos son términos absolutamente
incompatibles.
La izquierda que yo reconozco no
tiene más patria que los seres humanos, no tiene otra bandera que la lucha
permanente, y casi infructuosa, contra la desigualdad y la injusticia.
La izquierda de la que yo me siento
parte sustancial sabe que no hay frontera que nos libre de esa garra afanosa
que acapara riquezas generando pobreza; sabe que no hay patria exenta de
miserias a las que hay que combatir de forma apasionada y permanente; sabe que
no hay territorio que pueda defenderse de ese enemigo ubicuo y poderoso.
Una sociedad que pierde sus certezas
se queda solo con sus contradicciones.
Y cuando políticos sin sentido de
estado, oportunistas, ambiciosos y hábiles tranforman nuestras contradicciones
en condiciones innegociables, puede que hayan convertido nuestras indefensas
esperanzas en rehenes de sus mediocres ambiciones.
De pronto las intenciones nobles son
ya pancartas inútiles que a nada comprometen olvidadas en una plaza vacía. Sorprendidos
contemplamos que no ha cambiado nada. Quisieron hacernos creer que la Historia
comienza el día que resultaron elegidos, porque hasta ese momento transcendente
todo era oscuro, improductivo, y sucio. Todo era complicidad cobarde. Antes de
ellos no hubo personas dignas persiguiendo sueños, dejándose el pellejo por
lograrlo.
Y lo primero que estas hornadas de
seres limpios e inocentes escriben en
las páginas de la historia parlamentaria de este país es la crónica de una
estampida en dirección al pesebre de las subvenciones, enarbolando dignísimas
excusas para acrecentar su parte del botín.
Quizá sea hora de aceptar
definitivamente que el sistema educativo que genera semejantes líderes
políticos está siendo un fracaso, y que la sociedad que los elige y los sostiene está bastante enferma.
Muy triste y muy bueno y acertado.Siempre me gustó el 15-M. Podemos, no tanto.
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