Hace
apenas dos días, la corresponsal de El País en Bruselas firmaba una crónica
descorazonadora, pero no sorprendente.
Los gobiernos de los veintiocho países que
conforman la Unión Europea se muestran absolutamente solidarios con Alemania en
la vergonzosa situación del fraude masivo a la humanidad de una de sus marcas
estrellas, la Volkswagen, que lleva años engañando a gobiernos y consumidores.
Y lo que es peor, lleva años envenenando
nuestro aire de forma consciente y programada para mejorar sus beneficios.
La propia fábrica alemana ha advertido a la Comisión Europea que
se ande con cuidado con las consecuencias de sus investigaciones. El
delincuente se permite amenazar a los representantes políticos de los
ciudadanos europeos que cumplen con su obligación de defender el medio
ambiente.
La fiscalía alemana ha renunciado a investigar al presidente de la firma
bajo cuya responsabilidad se ha cometido el fraude y el atentado contra un bien
universal.
La Volkswagen ya no está siendo investigada.
Aquí paz y, luego, gloria. Una buena campaña de imagen dentro de unas
semanas, y el tema quedará resuelto, porque la memoria ciudadana es frágil y
habrá otros escándalos que distraigan su atención.
En España, el gobierno, que lleva mucho tiempo en campaña electoral,
calculó mal. El ministro Soria salió en los medios sacando el pecholobo de
precampaña y anunció que la marca alemana y sus filiales deberían devolver las
subvenciones recibidas.
¡Craso error enseñarle colmillos al macho alfa alemán! Tras la visita
del propio vicepresidente de la firma ha debido envainarse aquel anuncio
irreflexivo. Y ha debido, además, pagar la vergonzosa penitencia de salir a los
medios desdiciendo su poco meditada afirmación.
La modélica firma alemana ha argumentado de forma
irrebatible que sus técnicas de engaño no afectaban a las emisiones de monóxido
de carbono, sino al óxido de nitrógeno. El veneno era otro, por tanto las
subvenciones por controlar las emisiones de CO2 están legalmente justificadas y no tendrán
que devolverlas.
Es imposible evaluar los costes devastadores
de esta irresponsabilidad criminal, sobre todo porque los daños resultarán muy
duraderos. Pero la deuda griega, esa vergüenza lacerante que ha crucificado a
todo un pueblo ante los especuladores que aprovecharon su necesidad para
rentabilizar sus ahorros, es el chocolate del loro si lo comparamos con esta
deuda irrecuperable que la civilizada y honestísima Alemania ha contraído con
la humanidad. Otra más.
Yo estaba equivocado.
Pensaba que las pagas extraordinarias que me arrebataron y el
aumento de jornada laboral por menos sueldo que me impusieron estaban
destinados a pagar el agujero financiero que provocaron los aprendices de
brujo, carentes de moral y de cerebro, que manejan las finanzas.
Pero acabo de descubrir que una parte de lo que perdí ha servido
para subvencionar a quienes han estado envenenando de forma consciente y
voluntaria el aire que respiro.
Dentro de medio siglo, cuando el
desierto haya devorado definitivamente todo el Levante español hasta Tarragona
y buena parte de Castilla-La Mancha, mis nietos que andarán pagando las
consecuencias dolorosas de esa pérdida en tierras fértiles y en lugares para el
asentamiento humano, oirán todavía a algún ministro alemán proponiendo la
expulsión del euro de los endeudados griegos, porque suponen una amenaza para
el futuro de Europa.
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