Cualquiera diría que el enunciado de esta entrada es una
declaración solemne de soberbia. ¿Quién se atrevería a establecer en este mundo
confuso acelerado, desigual e injusto
cuál es la cuestión primordial?
Hoy es el
día señalado por la ONU para festejar la democracia como sistema político. ¿Alguna
referencia en la prensa nacional? ¿Alguna propuesta política emanada del Parlamento
Nacional…?
No.
Simplificar
las razones de los infinitos males que
nos acosan con sus rostros inhumanos pudiera parecer reduccionismo.
Hasta podría serlo a la luz de los titulares de prensa cotidianos. Hoy España es un gigantesco campanario redoblando porque ha muerto un empresario; ayer redoblaba porque murió un banquero.
Centenares de personas mueren cada día, quizás honestas, laboriosas,
cumplidoras con celo de sus obligaciones familiares y sociales; o quizás
canallas, de las que han encontrado un camino oscuro y protegido para eludir
obligaciones, esquilmar arcas
públicas, justificar crímenes muy comunes de cuentas opacas y contabilidades
engañosas, de esos crímenes, al parecer justificables, que, acumulados, acaban
por arruinar ese proyecto colectivo que
llamamos Estado y que debía ser nuestro tesoro más valioso.
Pero eso en absoluto es una cuestión primordial para el país donde vivimos.
Una
muerte notable es un privilegio raro, pero convertirla en un tema de Estado, de
país, en una gigantesca corriente
laudatoria, es una maniobra de distracción, aunque sea involuntaria o inconsciente.
Muere un banquero y, sin tiempo a que
se difumine la sorpresa por su muerte inesperada o para que el luto ceremonial
y riguroso se vuelva a los roperos, su obra promete más crecimiento, más
voracidad, mayor dominio de la aldea global.
Reduzcamos
pues; la cuestión primordial no es que muera un banquero o un empresario;
morirán todos antes o después, pero nada cambiará con ello.
La
cuestión primordial es la vida, la de todos nosotros. La cuestión primordial es
la conciencia de que no hemos de esperar de los mercados, la oficina donde el
capital realiza su trabajo y cuya luz nunca se apaga, nada que mejore nuestras vidas. Porque cuando en los mercados
muere un jefe alfa, en la pirámide que garantiza su inhumana preeminencia, otros
jefes beta, con los lomos canosos de esperar largo tiempo su ocasión, saldrán a
escena y reclamarán sus privilegios.
Los
mercados, la oficina permanente del capital insaciable, nos han puesto ya ante los ojos su plan obsceno e inhumano:
convencernos de que ellos son la espalda de Atlas, el gigante que sostiene el
universo; convencernos de que sin ellos será el caos, la oscuridad, el fuego
del infierno y el crujir de dientes; convencernos de que gracias a ellos nuestra vida es mejor y de que sin sus reglas el
mundo es imposible.
Los
mercados nos han dejado sin la protección de una mentira dulce, de una
imaginaria fantasía; creíamos que el poder político en una democracia era
nuestro y cuando hemos buscado en los instrumentos de la propia democracia la
defensa de nuestros intereses, hemos encontrado que esos instrumentos no nos
pertenecen. Por tanto, desconfiamos de cualquier propuesta que provenga de un
régimen dañado en su raíz por su sometimiento a los mercados, es decir, a los
intereses del capital que se empeña en acumular riqueza a nuestra costa.
Así que hay una cuestión primordial en
nuestra vida, recuperar una democracia saludable y participativa, aunque esa
propuesta alarme a los mercados y enerve a
los políticos de oficio.
Hoy debíamos
estar celebrando que la democracia ofrece mil caminos.
Sin embargo,
tenemos a media hasta las banderas de los medios de comunicación y la de los medios
de participación democrática porque ha muerto un empresario, como si esa fuera la
cuestión primordial.
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